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Candados
de Esteban Andrés Lehue

Están en el puente sobre el arroyo Calafate, sobre el puente que comunica al ingreso con el centro del pueblo. Gran obra para su tiempo. El cemento y sus postes amarillos y blancos, dieron paso luego a la estilización turística. 

Un techo de madera se levanta hoy, con rejas de metal negras a sus costados, vigilando el paso de los transeúntes que pasan por el lugar. Pronto cambiará su aspecto nuevamente, pero eso es otra historia.

Es tarde y llueve, camino por el lugar. Las luces anaranjadas, el silencio y  el agua parecen remarcar aún más la melancolía cuando los veo. Colgados de las rejas, pendiendo de los intersticios, están los candados. ¿Qué significan?

Aparentemente “candados del amor”.

Cuenta el mito que en ellos pueden verse inscripciones de parejas, que sobre la estructura del metal anotan sus nombres y cierran el candado, arrojando luego la llave al río, simbolizando así lo inquebrantable de su amor.

Puedo entender el rito, entiendo su significado y entiendo por supuesto el estado de enamoramiento en el que toda promesa parece eterna y tal vez lo sea en esos pequeños instantes que se quedan suspendidos en la eternidad.

Mi panorama caminando entre la lluvia, sin embargo, no puede ser más desolador. Solo veo un puente vacío y cientos de candados colgados. Y el ruido del arroyo de fondo, con el paso de algún auto aislado.

Al parecer la tradición fue inaugurada durante la primera guerra mundial y luego recorrió Europa, siendo furor sobre todo a principios de los 2000, generando incluso controversia en Francia, donde los miles de candados ponían en peligro la estabilidad de puentes.

Estoy del otro lado del mundo, en El Calafate, y pienso que serán de aquellos nombres inscriptos en esos trozos de metal. ¿Seguirán juntos? ¿Finalmente se casaron? Tal vez algunos descubrieron en El Calafate su último capítulo. ¿Seguirán vivos? ¿Entre ellos habrá algún amor que nunca lo fue?

Miles de historias me imagino y obviamente nunca encontraré respuestas, porque seguramente la mayoría de los protagonistas se encuentran muy lejos de aquí, viviendo otras vidas, algunas quizás ya inconexas con aquel breve instante en el que inscribieron sus nombres del otro lado del Atlántico.

Luego de preguntarme qué es lo que me hace tanto ruido, me explico para mí mismo que tal vez me cuesta relacionar el amor con el metal, las rejas y los candados. Sé que no es la intención de quienes realizaron el ritual. Pero me cuesta asociar la idea a ese puente tan frío en esta lluvia torrencial.

Puedo entenderlos y, sin embargo, no creo en el amor como sinónimo de candado cerrado.

Puedo entenderlos y sin embargo no concibo al amor como sinónimo de aprisionar para siempre.

Buscamos inscribir muchas cosas, que quede un registro en el tiempo, que venza incluso a nuestra propia partida, pero en este caso en particular la duda continúa golpeándome.

Puedo entenderlos, pero veo en el amor algo tan hermoso al nivel de la libertad, y ella no tiene candados, no encierra, abre las puertas y destruye los cerrojos.

Puedo entenderlo y sin embargo no veo amor en lo que se petrifica sin vida. Creo que hasta el temor de que el amor termine nos hace humanos y marca nuestro devenir por el mundo.

Amor y candados, no sé si puedo caminar por esa vereda.

Puedo entenderlos y sin embargo recuerdo ese fragmento de “Los amorosos”, un poema de Jaime Sabines:

Los amorosos son locos,
sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad,
verídicamente,
de las que creen en el amor
como una lámpara de inagotable aceite.

Esteban Andrés Lehue.

Licenciado en comunicación y periodista.
Nació en El Calafate en 1987. Vivió durante muchos años Río gallegos, la capital de Santa Cruz, donde estudió. 
Ha incursionado en diversas publicaciones periodísticas como El Preámbulo Semanario y El Diario Nuevo Día, entre otras. 
Fue parte de “Factor M”, uno de los primeros sitios en redes sociales en seguir la música local. También ha llevado adelante, en diversas emisoras, programas informativos y de ficción. Entre los ciclos ficcionales integró  “El Programa” (2009-2011), “La Caja de Pachorra” (2012-2013) y “Cuatro Pé” (2014-2015).  Este último obtuvo un Premio Segovia, otorgado a producción en radio. Actualmente reside nuevamente en El Calafate, donde es columnista en FM hora Prima y escribe en Pura Vida, la revista cultural de El Calafate y Espectactor, sitio web dedicado al teatro santacruceño.
Esteban Lehue es hincha de San Lorenzo, fan de Osvaldo Soriano y representante del músico Chapalele Chabón.
El cuento ¨Candados¨ pertenece a su primer libro ¨La vida incómoda¨ publicado recientemente.

Fede Rodríguez

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