Invitados virtuales es un espacio en la red para compartir el trabajo de los escritores del extremo sur de América.
Mirábamos las nubes
por Maximiliano Guzmán
Estábamos tan tranquilas, no sé si vos te acordas hijita. Estábamos tan tranquilas en la plaza, ahí sentadas primero en el pasto.
Vos me hablabas de un compañerito de la escuela, me hablabas que lo querías mucho, que era tu amiguito.
Yo, como mamá, me ponía contenta al escucharte decirme esas cosas, toda una mujercita ya pintabas ser. Después, después se me ocurrió hablarte de la abuela y el abuelo, contarte cuando vivía en el campo y las cosas que hacíamos con tus tías. Siempre jugando a la “mancha”, siempre jugando a las escondidas, siempre jugando al lado de las vacas, de los chanchos y las cabras.
Sé que extrañas las vacaciones con tus abuelos. Yo también los extraño, pero son cosas que pasan. Además, estaban muy viejitos.
Me preguntas por qué vendí la casa de campo, pero no me preguntas por qué estuve hasta el último suspiro de tus abuelos, por qué estuve tantos días fuera de casa.
Gracias por no reprocharme cuidar a mis papás, gracias por no reprocharme algo que no estás obligada a hacer por mí ni por tu papá.
Nosotros te adoramos Elisa, te adoramos y jamás te vamos a pedir que te comprometas con nuestra vejez. Somos tus padres, no tus carceleros.
Sé que me entendés, me mirás con carita esperanzadora.
Se te ve en los ojos que nos vas a cuidar hasta que se te canse la vida. A mí se me canso la vida cuidando a tus abuelos ese mes antes de que murieran. Estaban tan viejitos.
Todo fue después de ese día, de lo que te estaba por hacerte acordar, de eso que vos seguro olvidaste, aunque sabes que es difícil olvidarse de algo así.
¿Te acordas?, eras tan chiquita, cuatro o cinco añitos tenías. Estábamos en la plaza.
Jugamos un montón esa tarde, tu papá estaba en el trabajo, yo me había tomado el día, ya se percibía que tus abuelos iban a…pero como toda hija, (a vos también te va a pasar) lo querés negar al principio.
Lo primero que una busca es la negación, ante todo. Vas a negar muchas cosas más de las que negás ahora. Es hereditario.
Tu abuela era una gran negadora y yo…ni te cuento las cosas que dejo pasarle a tu papá, a tus primas, a los vecinos del edificio.
Quisiera que cuando tengas mi edad, te pongas en mi lugar y entiendas que no es sólo supervivencia, es practicidad.
La cosa es, te digo, que estábamos sentadas en el pastito y a mí se me ocurrió decirte que miráramos las nubes, que busquemos figuras en las nubes. Todo el mundo encuentra animales o figuras locas.
No son más que emociones, ambas lo sabemos y yo lo sabía en ese entonces.
Me decís que siempre alargo las conversaciones, que te gusta escucharme tomándome el tiempo pero que volviste cansada de trabajar. Te entiendo, te entiendo, hija. Yo también estoy algo cansada, ya me duelen los huesos.
La vida pasa, pesa y pasa. Estab…si, ya sé, y nos pusimos a mirar las nubes, las mirábamos y te veía sonreír, te veía abrir esa cabecita morocha y contarme que todas las nubes te parecían conejos, todas las nubes para vos tenían forma de conejo.
Durante cinco minutos me hablaste de eso, lo tengo en la memoria, me hablaste de que querías tener un conejo o dos o cien mil. Vos siempre haciendo números. Buscando los grandes números.
Está bien, no voy a presionarte con la universidad, eso se lo dejo a tu papá.
Lo que paso fue que estábamos mirando las nubes y hablábamos y yo te respondía las preguntas, pero no te preguntaba nada.
Yo nunca fui de preguntar mucho. Te reís y me decís que sólo me la paso hablando, que eso me pasa por no tener amigas, que te gustaría que tuviese amigas. Gracias hija, pero tuve amigas, amigas muy buenas pero que después se mudaron o se olvidaron o yo me olvide, pero he tenido grandes amigas, como las tenés vos. Espero que en unos años no las pierdas, porque hay amigas que se pierden, que dejan el barco anclado y se van en la balsa a mitad de la fiesta. No te estoy diciendo que te va a pasar eso, pero a todas las personas del mundo le pasa, después te quedan dos o tres amigas, dos o tres o ninguna.
Escúchame, mándale saludos a Oscar, tu papá los espera para Navidad. Extraña jugarle al truco a tu marido. Pero pará, si me vas a contar algo que no quiero escuchar, mejor no me lo cuentes, hija, mejor no, guárdatelo o contalo otro día.
Te hablaba que estábamos mirando eso, lo mirábamos tranquilas, fue lindo, fue lindo pero viste que los recuerdos se manchan un poco, se ponen feos y a mí me parece que fue toda premonición, para mí fue un aviso de lo que le termino pasando a tus abuelos, de lo que me termino pasando a mí que te tuve que dejar sola con tu papá todo ese mes.
Te quejas de que siempre hago pausas para contarte algo, pero perdóname hija, vos también sos así, aunque nadie te lo dice.
Te sigo el recuerdo, recuerdo que se pone triste ahora, se pone que me da escalofríos. Estábamos mirando las nubes y de repente vos viste una nube media negra, media gris, y empezaste a decirme que estabas viendo un monstruo, un monstruo de dientes largos, de larga cola y ojos de fuego. Te pusiste a pucherearme y yo me volvía loca de amor.
Me acuerdo que te pusiste histérica porque yo me reía y te decía que era una nube.
Al ratito, decime si te acordás de esa parte. Al ratito escuchamos un avión, te dije que lo miraras, te lo señale mientras estábamos ahí acostadas en el pasto.
Te dije que lo miraras y se me eriza la piel diciéndote que te lo vuelvas a acordar.
No me creas mala madre, seguro te olvidaste y yo vengo y te ennegrezco la tarde, pero eso me estaba acordando ayer y quería contártelo, ¿te acordas que viste el avión y te pusiste a llorar?, siempre me pareciste una nena muy sensible, igual que tu abuela.
Nos quedamos mirando el avión, nos quedamos mirando el avión y vimos como lentamente se iba acercando a tu nube monstruo. Mientras yo me quedaba mirando, vos cerraste los ojos y te tapaste los oídos. Yo no sabía que te pasaba. Para mi vos tenías poderes de chiquita, pero la cosa es que cuando estuvo muy cerca de la nube gris esa, puf.
Me pedís que me calle, que mejor no siga, está bien. Está bien. Me voy a lavar la ropa hija, me voy a lavar la ropa.
Pero me acuerdo como lloraste todo el día y como seguiste llorando por dos meses seguidos después.
Eras tan chiquita. Pero ahora, sos toda una mujer casada. Al final no te afecta lo que te cuento. Pobre gente la del avión, que en paz descansen.
Basta, me decís que me calle, pero bueno, yo también quiero curarme del recuerdo.
Yo también a veces sueño con eso y se me caen las lágrimas.
Basta, ya se, ya me callo, ya me callo. Mándale saludos a Oscar y llámalo a tu papá que también quiere escucharte la voz.
Autor: Maximiliano Guzmán (1991)
