Fue la primera mujer indígena en pisar las Islas Malvinas. Cacica tehuelche del siglo XIX, tejió alianzas y dejó una huella que aún late entre la estepa y el mar. En este 2 de Abril, su historia nos ayuda a pensar en la soberanía, la memoria y el territorio.

El viento patagónico guarda secretos que no siempre llegan a los libros de historia. Uno de ellos es el de María la Grande —o María la Reina, como también la llamaban—, una mujer Tehuelche que lideró con sabiduría y determinación buena parte del sur del continente durante el siglo XIX. Su historia es tan real como simbólica: fue la primera mujer indígena en llegar a las Islas Malvinas, y lo hizo no como visitante, sino como autoridad.

No se sabe con certeza el año de su nacimiento, pero sí que hacia 1820 ya era una figura de poder entre los tehuelches meridionales. Creció en un tiempo en que los mapas todavía eran territorios en disputa y las lenguas se entrecruzaban entre caravanas, fogones y campamentos.

Viajaba a caballo, hablaba castellano y mantenía una estructura de mando respetada. Su dominio se extendía desde el río Chubut hasta el estrecho de Magallanes, una región clave tanto por su geografía como por sus rutas de circulación.

Una autoridad respetada en tierra y mar

Su figura fue reconocida por distintas autoridades. En 1828, el comandante de la fragata francesa La Coquille, Jules Dumont d’Urville, la llamó “la reina de los patagones” y registró en sus bitácoras la cordialidad de su encuentro. María sabía establecer alianzas. No solo fue respetada por navegantes franceses, sino también por el gobierno británico, que la consideraba una mediadora clave para mantener la paz en la región.

Incluso el Gobierno de Buenos Aires buscó su favor. Se reunió con representantes oficiales, y su capacidad para negociar fue determinante para mantener la convivencia entre los distintos intereses que se cruzaban en la región.

La carta que Vernet le envió a María “La grande” para invitarla a las Islas Malvinas

Su vínculo con las Islas Malvinas se selló en 1831, cuando aceptó la invitación del entonces gobernador argentino Luis Vernet a visitar Puerto Luis, en la isla Soledad. El objetivo era construir una alianza comercial y establecer una factoría en la zona continental, protegida por su autoridad. Acompañada por un séquito, María cruzó el mar y se convirtió en la primera mujer tehuelche en pisar las islas.

Su presencia no fue protocolar. Participó activamente en la vida social, dejó huella en la comunidad y abrió la puerta a un vínculo posible entre dos territorios separados por el mar, pero unidos por la historia.

Los planes, sin embargo, se vieron truncados apenas dos años después, cuando en 1833 Gran Bretaña ocupó las islas y desplazó por la fuerza a las autoridades argentinas.

La Reina de la estepa

La historia de María no se detuvo ahí. En 1820, James Weddell la describió como “una oradora elocuente que mantenía la armonía entre sus guerreros”, y en 1827, Robert Fitz Roy —el mismo que navegó con Charles Darwin— destacó su destreza a caballo y su capacidad para negociar en español.

Fue cacica, diplomática, estratega y madre. Gobernó sin necesidad de levantar la voz, y dejó una marca que todavía hoy resuena en los relatos de la Patagonia. Su territorio abarcaba desde el Atlántico hasta la cordillera, y sus decisiones eran ley entre las tribus tehuelches.

Recordar a María la Grande en este 2 de abril no es un gesto romántico ni nostálgico. Es una forma de recuperar historias que conectan pasado y presente, mujeres y territorios, lenguas y silencios. Es reconocer que la soberanía también se construye con memoria y que, mucho antes de que las islas fueran reclamadas por imperios, ya existía una mujer que las había visitado con la frente en alto.

Porque la historia también se escribe a caballo, con lengua tehuelche y mirando el mar.

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