Los comerciantes cazaban ballenas, lobos y pingüinos para extraer los aceites utilizados para iluminar América del Norte y Europa en los siglos XVIII y XIX.

Un estudio liderado por Sofía Haller, investigadora del Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas del Conicet, analiza cómo los viajes comerciales que se realizaron desde el siglo XVIII a la Patagonia y las Islas Malvinas alteraron los paisajes y los ecosistemas australes. Navegantes de todas partes del mundo se establecieron en diferentes enclaves para cazar ballenas, lobos, elefantes y otros animales marinos de donde extraían los aceites utilizados para iluminar América del Norte y Europa. Además, recolectaron excremento de aves para emplearlo como fertilizante natural. Así, las embarcaciones provocaron grandes matanzas e introdujeron especies de todo tipo que modificaron la biodiversidad nativa. Aunque el sur de Argentina se asocia con lo natural, la intervención humana también pasó por allí.

“Se tiende a pensar a la Patagonia como un lugar prístino y resguardado. Sin embargo, fue una región atravesada por mucha actividad marítima. Los paisajes que observamos en la actualidad son muy diferentes a lo que eran antes de la llegada de estos navegantes”, asegura Haller.

Durante el contexto de la Revolución Industrial, los mercados más pujantes de Europa y Estados Unidos necesitaban abastecerse de recursos, y en ese sentido, el patrimonio natural marino de la región cumplió un rol de trascendencia.

Saqueo marino

El mar austral no solo fue la fuente de extracción de recursos provenientes de mamíferos marinos y aves costeras, sino que gozaba de una posición privilegiada, siendo uno de los dos pasajes que comunicaba el océano Atlántico y el Pacífico. “Los balleneros llegaron a finales del siglo XVIII y comenzaron a explotar lobos y elefantes marinos. Estos últimos daban muy buen aceite y sus pieles eran bien cotizadas en algunos mercados. Por ejemplo, a principios del siglo XIX se vendían muy bien en China y luego se pusieron de moda los sombreros de lobos marinos en Inglaterra”, detalla la especialista.

Así, la zona comenzó a poblarse de barcos estadounidenses, ingleses y franceses. De esta manera, incidieron en el paisaje no solo porque con su movimiento arrastraban organismos marinos pegados en las embarcaciones, sino también porque traían conejos, cerdos, vacas, cabras y caballos. “Se introdujeron especies y el ambiente se fue alterando. Para 1840, si bien disminuyó la actividad lobera, apareció el guano, que fue el fertilizante más utilizado para la época. A su vez, en este lapso también comenzaron la producción de aceite de pingüino”, destaca.

Durante este período se realizaron matanzas de animales de forma indiscriminada y, por la lejanía de los grandes centros administrativos, por conflictos internos o por no contar con buques de guerra, fue muy difícil encontrar formas de regular este tipo de explotación. De este modo, se estima que ya en 1829 las poblaciones de lobos marinos se encontraban en peligro de extinción.

Aunque el tiempo pasó y la población objetivo cambió, la problemática continúa en la actualidad con la pesca de calamares, merluza y langostinos en la ‘milla 201’, límite del Mar Argentino.

Navegar en la información

Para poder realizar esta investigación, la científica tuvo que recabar datos que estaban dispersos en distintas partes del mundo. Antes de emprender la aventura, más de un colega le advirtió que sería imposible recolectar la información necesaria para conocer quiénes habían llegado a la región, de dónde y a qué venían aquellos barcos. De todos modos, fue en búsqueda de registros navieros de archivos nacionales e internacionales.

“Para hacer el trabajo tuve que viajar y revisar repositorios documentales argentinos y extranjeros. En el país recabé legislaciones bonaerenses, estuve en Malvinas y en Carmen de Patagones. En el exterior anduve por Connecticut, Estados Unidos, miré documentos judiciales producidos en Le Havre, Francia, y correspondencia oficial británica recopilada en voluminosas ediciones de Londres”, comenta la investigadora.

Esto le permitió a Haller conectar a la Patagonia y al archipiélago de Malvinas con distintos lugares del mundo y dimensionar el potencial marítimo que la región tuvo durante esa etapa. A su vez, el recorrido por diferentes fuentes le permitió conocer historias de las poblaciones patagónicas de la época.

Muchos comerciantes solían adentrarse en el territorio y negociaban habitualmente con distintas parcialidades de Yaganes y Tehuelches. Estas relaciones, que no estaban exentas de conflictos, quedaron registradas en distintas crónicas. Una de ellas cuenta que, en el Río Santa Cruz, había una isla guanera a la que llegó un comerciante estadounidense para refugiarse tras haber sido secuestrado por una parcialidad Tehuelche. El capturado, Benjamin Bourne, dejó descripciones sobre el estilo de vida nómade y los hábitos de caza tehuelches en su libro ‘Cautivo en la Patagonia’, publicado en 1849.

Siempre fueron y serán

“Cuando comencé mi tesis quería hablar de la Patagonia y apareció Malvinas como inevitable a la hora de pensar en la historia marítima de la región. Entonces viajé hasta allá y, cómo no contábamos con demasiada información sobre lo que había sucedido en ese territorio desde su ocupación en 1833, consulté sus archivos”, explica Haller.

A través de distintos documentos y fuentes abordadas, la investigadora halló que las Islas eran un lugar al que iban los loberos y tenía relación con las colonias guaneras. Según cuenta la investigadora, Malvinas contaba con puertos seguros, carnes y animales sueltos. “Conocer las Islas, estar ahí y obtener información sobre su rol y su vínculo con la Patagonia fue muy emocionante, no solo para mi carrera científica, sino también desde lo personal”, afirma.

Fuente: Página/12

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