El tráfico ilegal de especies de fauna y flora es un delito a escala mundial equiparable al tráfico de drogas y armas. Se trata de un negocio multimillonario mediante el cual se comercializan a escala global 1,5 millones de aves vivas y 440.000 toneladas de plantas medicinales.

La comercialización ilegal de especies animales silvestres no es una novedad. Se trata de un mercado global mediante el cual se comercializan millones de aves, toneladas de plantas y mueren miles de animales, muchos de los cuales se encuentran amenazados o en peligro de extinción. El tráfico de especies es una de las principales causas de pérdida de biodiversidad y, junto con la destrucción de hábitats naturales, trae consecuencias gravísimas como la aparición y proliferación de enfermedades como la que actualmente azota a todo el mundo (se cree que el coronavirus COVID-19 surgió en un mercado chino donde se comercializan especies animales silvestres para el consumo humano, lo que facilita el salto de virus de animales a nuestra especie).
Las cifras son alarmantes: cada año se comercializan de forma ilegal 1,5 millones de aves vivas y 440.000 toneladas de plantas medicinales, se matan más de 100 tigres, unos 30.000 elefantes, más de 1.000 rinocerontes y más de 100.000 pangolines y se talan 1.000 toneladas de madera exótica, como el palo rosa. Este negocio ilegal mueve entre 10.000 y 30.000 millones de dólares al año. El trafico de especies no solo se cobra vidas animales, si no también vidas humanas: en los últimos 10 años, alrededor de 1000 guardaparques han sido asesinados defendiendo elefantes, rinocerontes y otras especies contra los cazadores furtivos. Se trata del tercer negocio ilegal más grande a nivel mundial, detrás del tráfico de drogas y el de armas.

Si bien es muy conocida la problemática en países de África debido al impacto sobre especies muy conocidas como elefantes y tigres, en América amenaza la supervivencia de millones de especies, ya que nuestro continente cuenta con cinco de los diez países con mayor biodiversidad del mundo (Brasil, Colombia, Ecuador, México y Perú) y con uno de los principales compradores (EE UU). Según datos de la Wildlife Conservation Society (WCS) las aves son los animales vivos traficados con mayor frecuencia en Latinoamérica, dada su alta demanda en mercados locales de mascotas y coleccionistas. Se calcula que en Brasil las aves representan el 80% de la cantidad total de todos los animales traficados, seguidas por los reptiles y anfibios.
La mayoría de estas especies se comercializan como mascotas y se exportan a todo el mundo. Entre las especies más comercializadas se encuentra aves como loros y guacamayos, tortugas, monos, perezosos, serpientes, iguanas y yaguaretés. Muchas de estas especies se encuentran amenazadas y algunas en peligro grave de extinción. En nuestro país se estima que el mercado ilegal de especies mueve unos 50 millones de pesos anuales, siendo las aves las especies mas afectadas. El tráfico ilegal de fauna silvestre, junto a la pérdida de hábitat y la introducción de especies exóticas invasoras, está llevando a muchas de esas aves a la extinción, como es el caso del Cardenal Amarillo.
El trafico ilegal de especies abre la puerta a la aparición y el esparcimiento de enfermedades. Los animales portan patógenos capaces de transmitirse al ser humano, como el actual coronavirus, el Ebola, las gripes Aviar y Porcina, SARS y tantas otras. En su utilización como alimento, medicina o mascotas, los animales son capturados y retenidos de manera inadecuada, hacinados sin agua ni comida, estresados y en condiciones que propician el intercambio de patógenos, los cuales entran en contacto con las personas que manipulan a los animales y que luego pueden transmitirlo a su comunidad, provocando graves crisis sanitarias con consecuencias mortales.

A pesar de los esfuerzos de organizaciones ambientalistas y conservacionistas, de voluntarios de todo el mundo y de trabajadores estatales que muchas veces arriesgan sus vidas para perseguir a los cazadores furtivos y a las mafias detrás de este negocio, las leyes y convenios internacionales no se aplican de forma contundente y el trafico ilegal de especies no es perseguido con la misma intensidad que el trafico de armas y drogas, a pesar de representar un grave peligro para el ambiente, la biodiversidad y la salud y la vida de los propios seres humanos. La aparición y propagación de enfermedades como COVID-19 es el mejor ejemplo de la necesidad de combatir de forma urgente este delito global contra la naturaleza y la vida.
Abel Sberna
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