El 6 de Febrero pasado murió Liliana Bodoc. Con ella se fueron mil universos posibles…
Escritora sensible, de una imaginación portentosa. Nos legó dos sagas fantásticas, hermosas, líricas y únicas, libros infantiles llenos de magia y muchas novelas donde la ternura acompañaba al dolor y la marginalidad de sus personajes…
Después de muchos años ejerciendo la docencia en su amada San Luis, en el año 2000 presentó su primera novela, “Los días del venado”, primera parte de la trilogía de “Los confines”. Lo fantástico, en nuestro país, siempre estuvo supeditado a las sombras enormes de Borges y Cortázar, donde lo extraño y lo maravilloso eran rupturas de una realidad más mundana. Liliana rompió con esa tradición eligiendo un modelo diferente, menos canónico y más anglosajón. Eligió la obra de J.R.R Tolkien como referente. Ahora una salvedad: hasta hace muy poco todo obra escrita bajo la sombra del inglés, era derivativa. Tuvimos que esperar la llegada de R. R. Martin (Juego de tronos, 1996), de Patrick Rothfuus (El nombre del viento, 2007) o Steven Erikson (Los jardines de la luna, 1999), para asistir a una renovación del género.
Bajo esa mirada, el mérito de Bodoc es doble: rompe con el modelo tolkeniano en lo formal, pero sobre todo en el tono. La épica fantástica tiene sus orígenes en los cantares de gesta medievales y las mitologías nórdicas, el sabor del coraje y las fanfarrias de la guerra sobrevuelan en cada página. Ella elige sabiamente la sensibilidad poética para lo descriptivo, logrando momentos de oralidad muy difíciles de emular. Y entendiendo como pocos a Barthes comprende que “lo político” también recorre las ficciones, entonces se embarca en una narración que es símbolo de una memoria arrasada. Afirma en una entrevista que “lo fantástico es mi espacio de compromiso y rebelión”. Por lo tanto, los personajes y sus culturas son un reflejo en clave épica de la conquista de América. Los hechiceros son chamanes, los magos son astrólogos y los guerreros también son poetas y artistas. El enemigo es El Odio eterno hecho carne y su emisaria la muerte, que es también su madre. Las batallas no son solo de carne y sangre, son espirituales y anímicas. Elige a Tolkien para negarlo y proponer otra cosmogonía, una nuestra, una mitología de los pueblo anteriores al genocidio. Este acto estético, de alguna manera, los rescata y los convierte en vencedores, reescribe con deseo y belleza lo que la historia arrasó y desapareció.
Hace años tuve la oportunidad de conocerla, cuando en un acto de humildad enorme aceptó la invitación a un pequeño colegio secundario para conocer a un grupo de jóvenes que estaban fascinados con sus ficciones.
La noté atenta y hambrienta de las palabras que los pibes iban desgranando frente a ella, explicó, estímulo y respondió a mil preguntas con una paciencia que se parecía mucho a la magia.
Estos pibes sumaban a su lectura horas frente a videojuegos fantásticos y juegos de rol. Liliana no conocía esos otros universos y escuchó con interés las particularidades de esos primos modernos de la literatura que ella desconocía. Era muy fácil sentirse cercano a ella, como a una amiga que sabe el valor del silencio y el valor de lo que viene. Se despidió con abrazos sinceros y sonrisas cómplices.
Asomarse a sus verbos siempre es una experiencia chamánica. Hace poco se fue Úrsula Le Guin. No sé si fueron amigas, sé que fueron admiradoras mutuas de la obra de la otra. Úrsula le escribió unas palabras hermosas sobre los confines:
“Llevé sus libros conmigo en un viaje. Fue muy extraño: estaba viviendo en esos lugares que nunca había visto y también en Los Confines con los husihuilkes. Así que volví a casa de dos viajes, y el de Bodoc me había llevado más lejos”.
Además, Le Guin escribió para Bodoc el prólogo a la edición de “Venado”, la última entrega de la saga de “Los Confines”, relatos sueltos ambientados en ese universo con las ilustraciones de su artista preferido, Gonzalo Kenny.
Con sus partidas estamos más pobres de magia y misterio. La literatura, que algunos piensan como un mausoleo pero que muchos sospechamos que es selva, agua o estrellas, se viste de negro esperando que las semillas de Bodoc y Le Guin crezcan pronto para que sigan generando hechizos y mundos posibles.
Fede Marcel
De jardines ajenos – reseñas literarias