Enfrentando condiciones climáticas extremas, el equipo de buzos y científicos de Fundación Por el Mar (PEM), se sumergió en una expedición para conocer los bosques marinos que habitan las aguas de Monte León, en Santa Cruz.

Ráfagas de viento de hasta 100 km/h, olas impredecibles y aguas heladas fueron sólo algunos de los desafíos que este equipo de exploradores debió sortear para descubrir los secretos que esconden los bosques de algas gigantes.

El equipo de conservación de PEM, llegó a Monte León a fines de octubre con el objetivo de realizar una segunda expedición en la zona. Exploradores de distintas áreas coincidieron en esta aventura para comprender lo que sucede debajo de estas aguas y con la certeza de que, para proteger, primero es necesario conocer. 

Manuel Novillo preparando los equipos junto a su compañero de expedición y biólogo marino Diego Gimenez- Foto por Lautaro March

Este equipo de biólogos, científicos y buzos profesionales estaba acompañado, además, por colaboradores externos e implementadores locales que brindaron apoyo logístico a la misión. 

“La expedición comenzó a planearse mucho antes de que verdaderamente suceda, organizando la logística para poder optimizar el tiempo en el campo. Hay que tener en cuenta muchos detalles en lo que respecta a la climatología, porque moldea el desarrollo de la experiencia” cuenta Manuel Novillo, uno de los colaboradores externos. Biólogo marino, becario postdoctoral del CONICET y la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), y “aventurero por naturaleza”, según se define, Manuel ha participado de varias campañas en las bases científicas argentinas en la Antártida y en campañas organizadas por PEM, donde aporta su conocimiento como buzo profesional científico

Vista aérea de los bosques de macroalgas y la costa del Parque Nacional Monte León – Foto Manuel Novillo

Consultado por los principales desafíos que debió enfrentar durante la expedición, responde sin dudar: el clima patagónico. “Nos encontramos frente a climas muy duros, vientos muy fuertes y temperaturas muy bajas”. Estas condiciones forjaron el carácter del grupo que pudo organizarse, prever y planear los detalles con profesionalismo “pero aceptar que la que verdaderamente dispone el tiempo y el ritmo en el cual se van a desarrollar las cosas, es la naturaleza“.

En este sentido, fueron muchas las pruebas que debieron afrontar. La naturaleza no sólo determina el ritmo de una expedición, sino también sus riesgos. A modo casi anecdótico, Manuel relata que, intentando cargar el equipo de buceo en uno de los botes, la fuerza del mar los puso a prueba. “Uriel (Sokolowicz) sostenía el bote mientras cargábamos el equipo, cuando repentinamente cambió el viento y entró una ola muy fuerte. Tuvimos que correr a asistirlo, porque venían otras y, al llegar, me agarró una ola bastante grande, me golpeó contra el gomón del bote y volé para atrás.” Y confiesa: “Pude sentir personalmente la fuerza del océano, pero logré responder rápidamente para ayudar.” “Creo que esas son las cosas que nos gustan a los que nos consideramos aventureros: la adrenalina de tratar de controlar la operación, pero sabiendo que también puede haber momentos de descontrol”.

El equipo de buzos durante la expedición – Foto por Lautaro March

En estas situaciones donde la capacidad de respuesta y reacción determinan el desenlace de una situación de peligro, la experiencia es clave. “Hay que tener la formación y la concentración para poder resolver las situaciones en el tiempo que requieren”, relata Manuel. 

Pero también lo es el trabajo en equipo. A la hora de enfrentar la adversidad es necesario dejar de lado las tareas individuales, sobreponerse a las emociones personales y adaptarse en cada paso. “Lograr trabajar en equipo frente a situaciones cambiantes y cumplir los objetivos que uno se ha planteado, es uno de los éxitos más grandes de la expedición: gente de distintas formaciones, reunida para luchar por un objetivo en común tan importante como la preservación de los bosques de macroalgas”.

Los bosques de macroalgas son ecosistemas fundamentales y de incalculable valor ecológico, ya que tienen un papel clave en la mitigación del cambio climático por ser altamente efectivos en la captura de carbono del océano. Además, “proporcionan refugio, alimento y hábitat para cientos de especies, desde microorganismos hasta grandes depredadores y contribuyen al ciclo de nutrientes, la filtración de agua y la protección de la línea de costa”, explica Carolina Pantano, bióloga marina y coordinadora de conservación en Por el Mar quien también participó de la expedición.

Por causa de la acción humana, la degradación de estos bosques de algas ocurre entre dos y cuatro veces más rápido que la de los bosques tropicales o los arrecifes de coral. De hecho, en los últimos 50 años se ha perdido más del 40% de su cobertura. Sin embargo, los bosques marinos patagónicos son una excepción, estudios recientes aseguran que estos ecosistemas se encuentran entre los mejor preservados y menos afectados por el cambio climático a nivel global y de ahí la importancia de protegerlos. Argentina es uno de los últimos refugios de aguas frías a nivel global para la conservación a largo plazo de los bosques marinos.

Huevos de calamar en las macroalgas de Monte León – Foto por Cristian Lagger

Es por eso que este equipo de exploradores decide enfrentar la adversidad y se sumerge en busca de la información necesaria para brindar un marco científico a las iniciativas de conservación que impulsa la fundación de la mano de las comunidades locales. “Sabemos que el esfuerzo que esto requiere, tendrá su rédito cuando veamos estas aguas protegidas”, asegura Manuel. “Recordaremos todo lo que cada uno puso, todo lo que el grupo aportó junto a toda la gente que ayudó a organizar estas expediciones para conservar ambientes tan extremos, tan únicos y dignos de ser protegidos”.

Manuel, por su parte, estuvo a cargo del registro fotográfico del fondo marino, a través del cual se mapean las especies que lo habitan y las interdependencias ecológicas que los vinculan. “Esta actividad me permitía estar en contacto con los animales que habitan en los fondos, pero una de las cosas que me sorprendió fue encontrar en los talos de la macroalga, que es donde las algas se fijan al fondo marino, en las hojas de sus frondas, masas de huevos de calamar. Esto indica que los calamares están utilizando los bosques para poner sus huevos, es decir, que es una zona reproductiva, lo que le da una gran importancia al bosque como sistema, que genera un ambiente para que los calamares puedan seguir perpetuando su especie”. Son estas interacciones biológicas las que convierten a los bosques de macroalgas en una piedra angular para la conservación de la biodiversidad marina de la Patagonia.

La ciencia brinda a la conservación el marco de conocimiento necesario para gestionar adecuadamente estos espacios. Pero, alcanzar este objetivo requiere, además, del apoyo de la comunidad local y de la sociedad en un sentido amplio, por lo que “acercar la brecha entre la ciencia dura, el contenido científico y la gente”, es una tarea clave que lleva adelante el equipo de PEM, generando contenido audiovisual. “Quizás una foto de la diversidad, quizás un vídeo mostrando la belleza del bosque de kelp, generan una sensación más grande para luchar por esto”, reflexiona Manuel, y concluye: “Siempre digo que no hace falta conocer todos los detalles de los datos científicos para ser parte del cambio y que la protección de los ambientes naturales es una lucha que la va a ganar la humanidad, no la ciencia aparte”.

Si querés conocer más acerca de los bosques de kelp de la Patagonia Argentina y las especies que los habitan, o conocer los detalles de esta expedición, podés acercarte a https://www.instagram.com/porelmar_org/

Lucia Fernández Hadid

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