Independizarse de la familia en pleno siglo XXI es a la vez un anhelo y una dificultad para los adolescentes y jóvenes de la Argentina. Tierra del Fuego no solo no se queda afuera de esa disyuntiva sino que tiene, además, sus propias particularidades.

La adolescencia se estira como un chicle pegado en el asfalto caliente. Llegan los 18 años y es momento de empezar a tomar decisiones en familia. Todo dentro de las posibilidades que tenga el núcleo familiar, por supuesto.

Muchos de esos jóvenes arman valijas y parten hacia los centros de estudio más importantes del país: Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Rosario, en búsqueda de un futuro profesional y personal que, de a poco y por decantación, va cortando ese cordón umbilical invisible que los une con su casa materna.

Pero no todos tienen las mismas oportunidades y, si bien hoy por hoy Tierra del Fuego tiene una oferta educativa amplia y variada, quedarse hace que muchos empiecen a estirar esa adolescencia que debería haberse terminado antes.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define a la adolescencia propiamente dicha como el período que va entre los 14 y los 19 años. El flamante estudio publicado por la revista de temas médicos The Lancet, asegura que los límites de la adolescencia se están corriendo y apunta a la adolescencia tardía y así estira hasta los 24 años las características de ese período, marcado por la definición de la propia personalidad, las inseguridades y la búsqueda de intereses personales.

La adolescencia está ligada a los factores culturales -explica el sociólogo Ricardo Esteffani-, lo que significa que no se le puede poner una edad límite porque la condición de juventud no es uniforme y varía de acuerdo al grupo social que se considere. Lo que dicen los especialistas de la OMS es lógico porque responde a los cambios sociales de estas últimas décadas, en la que los jóvenes suelen demorar sus responsabilidades de adultos y eligen irse a vivir solos de más grandes o, por ejemplo, casarse cuando ya pasaron los 30”.

A veces es solo cuestión de comodidad, al estar en un ambiente en el que se sienten cómodos y contenidos retrasan la conclusión de sus estudios superiores e incluso demoran la decisión de formar una pareja o tener su propia familia. La generación de sus padres abandonaba la casa materna, generalmente, justo después de haber pasado por el registro civil y la iglesia.

En la actualidad existe un período en el medio en el que algunos jóvenes deciden ir a vivir solos, pero curiosamente esa decisión muchas veces viene empujada por los propios padres, que advierten la necesidad de ir dejando el nido.

Hoy en día la realidad marca otra cosa -sostiene Esteffani-. A diferencia de la generación de sus padres, que entraron en la etapa adolescente en los años sesenta, los chicos de ahora dejaron de ser niños en una sociedad que se volvió mucho más compleja e incierta. Son cambios que influyen, que marcan. Pensemos que se trata de hijos que fueron testigos de todas las crisis: la de la familia, la de los valores y hasta la económica. Los adolescentes actuales incorporan la realidad de un modo distinto, acaso con más temores y menos expectativas que sus generaciones anteriores, y entonces no es ilógico que se planteen no apurarse a crecer o a asumir responsabilidades de adultos”.

Desde el punto de vista psicológico, sin embargo, la explicación no se agota aquí: en la Asociación Psicoanalítica Argentina no son pocos los que hablan de cierto “interjuego generacional entre padres e hijos de detención del tiempo”, algo que, palabras más, palabras menos, los propios profesionales se encargan de explicar así: “es como si ambos quisieran perdurar un poco más como padres de hijos dependientes y como hijos dependientes de esos padres”.

También suele darse una situación un tanto incongruente, pues si bien son mayores de edad y consideran que son autosuficientes para regular su propia vida, a la vez viven dependientes del amparo de su familia de origen. Los jóvenes continúan su dependencia con sus padres, a pesar de que eligen ser autónomos a la hora de tomar decisiones. Tal como en la posmodernidad, donde se tiene el ideal de la juventud, los jóvenes no toman a sus padres como modelos a seguir, pero continúan dependiendo de ellas a nivel afectivo, lo cual no les permite hacer el salto hacia la adultez.

Catalina Wainerman, socióloga e investigadora del Conicet, estudió el tema a nivel estadístico y llegó a conclusiones interesantes: “en los años 60 y 70 eran muchos los padres y las madres de los sectores medios que lamentaban que sus hijos se fueran a vivir solos a poco de cumplir los 23 o 24 años. Esos padres recordaban sus propios 20 años, cuando los jóvenes dejaban el hogar paterno del brazo de sus maridos y esposas. Hoy, en los mismos sectores sociales, no son pocos los padres y madres que se preguntan cuándo se irán estos hijos dependientes que, pasados los veinte y no tan lejos de cumplir los treinta, siguen viviendo en casa, con comportamientos de adolescentes y apetencias de adultos”.

Otra curiosa característica de los adolescentes tardíos es no tener planes a largo plazo. Si se los indaga sobre cómo se ven en los próximos 5 o 10 años, normalmente la respuesta es dificultosa. Entre sus prioridades destacan terminar su carrera, conseguir un buen trabajo, vivir solos y viajar. En la posmodernidad subsiste la cultura de la inmediatez y en la carencia de la esperanza de un futuro mejor.

Su vida y sus preocupaciones tienen el eje puesto en procurarse su propio bienestar, ya que transitan un mundo incierto, colmado de exigencias para poder lograr una posición independiente, única posibilidad de afianzar un estado adulto.

Una cosa es cierta y es que aquellos jóvenes que estiran su estadía en el núcleo familiar primario no son simples vagos que no quieren abandonar la comodidad; la cuestión es más compleja y tiene una serie de condimentos (culturales, sociales, económicos) que no pueden dejar de ser atendidos.

Los contratos cortos en las fábricas y la incertidumbre del futuro laboral fuera del Estado no colaboran para nada en la independencia de los adolescentes tardíos en la provincia. Procurar un ahorro que signifique una vivienda propia es una tarea que se dificulta cuando la perspectiva laboral no es más que un contrato que se renueva cada treinta días y que a veces empieza en el octavo mes del año.

 

María Fernanda Rossi

 

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