“Turismo & Naturaleza” es una serie de relatos de aventura que invitan a explorar paisajes fueguinos desde adentro.

El Parque Nacional Tierra del Fuego desde una canoa

Cuando un bicho de ciudad como yo llega a Ushuaia, siente el tremendo impacto de la naturaleza de Tierra del Fuego abrumando todos sus sentidos. Desde el dramático paisaje de la ciudad cayendo por la ladera de la montaña hacia el Canal Beagle, hasta los perfumes del bosque en las mañanas húmedas, pasando por el poder del viento que se siente en todo el cuerpo y rasga los oídos. Pero sobre todo recuerdo el sabor del spray del agua de mar durante las primeras incursiones navegando por el Canal Beagle.

La primera experiencia en el agua llegó a bordo de un gran catamarán, luego en un yate de menor dimensión y más tarde en un velero pequeño. A medida que desandaba la evolución náutica me iba acercando cada vez más al agua y ese sabor se intensificaba cuando el spray se convertía en un rocío más consistente. A la vez, el rumor de los motores se volvía menos audible y el sonido del viento comenzaba a escucharse mejor.

Comencé a interesarme por las culturas originarias y en cómo navegaron estas aguas por miles de años a bordo de sus canoas construidas con corteza de árbol. Es sorprendente pensar que tan solo 150 años atrás estas aguas eran surcadas casi exclusivamente por Yámanas, Haush y Alakalufes que encontraban en ellas los recursos necesarios para subsistir, y que las costas del canal solo mostraban playas, bosques y sus chozas humeantes.

Así fue que no dudé ni un momento en aprovechar la oportunidad de remar en una canoa inflable por los ríos del Parque Nacional. El plan consistía en salir remando desde el Lago Acigami (ex Lago Roca) y bajar acompañados por la corriente del río Lapataia y el río Ovando hasta desembarcar en Bahía Lapataia.

Una vez provistos con el equipamiento necesario (botas de goma, cubrepantalones y chaleco de seguridad) el grupo de doce aspirantes a marineros se prestó a escuchar la charla del guía con la cual nos instruyó acerca de las medidas de seguridad y la técnica correcta para lograr una remada adecuada. Cuando la ansiedad ya se hacía evidente en el grupo procedimos a embarcar y lentamente comenzamos a dejar atrás tierra firme.

Lago Acigami. Foto: Valentín Funes

Una bruma espesa cubría las montañas y unas diminutas gotas de llovizna permanecían unos segundos sobre la superficie del agua antes de integrarse a la gran masa de agua que nos mantenía a flote. Desde allí, el paisaje reconocido habitualmente desde la costa se vuelve completamente nuevo. La perspectiva habitual desde la cual uno contempla el paisaje se revoluciona y la sensación de convertirse en parte de ese paisaje se impone, ubicándonos en el rol protagónico de un cuadro natural.

Las canoas que se utilizan son muy estables y las hay de varios tamaños. La mayoría de ellas tienen capacidad para llevar entre 6 y 8 personas y como todos los pasajeros reman la actividad no suele ser muy exigente, aunque todo dependerá del viento; que algunas veces puede ayudar y otras frenar el avance. El guía se ubicó en la popa y se encargaba de timonear la embarcación con rumbo a la desembocadura del lago mientras el resto de los tripulantes remábamos con la energía propia de los principiantes.

La bruma comienza a descubrir el Cerro Cóndor. Foto: Valentín Funes

Flotando en esas sensaciones atravesamos la desembocadura del lago y nos adentramos en el río Lapataia. Nos aproximamos a la costa de la derecha (o de estribor, si jugamos a los navegantes ortodoxos) para pasar por un estrecho paso entre la Isla Salmón y una playa invadida por densa vegetación y troncos secos. Una vez que dejamos atrás la Isla Salmon, se descubrió la silueta del centro de visitantes y restaurant Alakush desde cuyo balcón tantas veces admirábamos los cisnes de cuello negro que ahora nadaban cerca nuestro.

Cisnes de cuello negro. Foto: Valentín Funes

En ese tramo el río se hace ancho, y mientras el curso principal continúa hacia el sur, al oeste se abre paso el río Ovando, hacia el cual nos dirigimos. El Ovando es mucho más angosto y tiene menos profundidad, tanto es así que en un momento sentimos el lecho del río rozar la parte inferior de la canoa, pero con una gran reacción nuestro timonel evitó que nos quedáramos encajados. El grupo lo festejó como una proeza propia, levantando los remos al aire.

Camino a Laguna Verde. Foto: Valentín Funes

Así llegamos hasta la Laguna Verde, festejando la naturaleza pero en silencio, para no espantar a una pareja de Macá Grande que anida allí. Mientras observábamos a estas particulares aves cerca de la línea costera, un grupo de visitantes desde tierra nos miraban a nosotros con la misma curiosidad, y así la sensación de ser parte del paisaje se intensificaba.

A esta altura, el cielo ya se había despejado y solo unas pomposas nubes decoraban el Cerro Condor. Seguimos viaje agachando las cabezas para pasar por debajo del puente vehicular que cruza el río bajo la atenta mirada de unos acampantes. Así llegamos hasta el Archipiélago Cormoranes, donde sacamos nuestros remos del agua y, ya lejos de cualquier mirada humana, nos tomamos un tiempo para contemplar la imponencia del paisaje y escuchar el silencio de la naturaleza, solo interrumpido por el sonido de algunos pájaros.

Cerro Cóndor. Foto: Valentín Funes

En este sector las aguas estaban muy calmas, por eso nos sorprendió que el guía se comunicara por radio con el equipo que nos esperaba en tierra para consultar las condiciones del viento en Bahía Lapataia, el destino final en donde planeábamos desembarcar. Parece ser que los que conocen del tema tienen una máxima: cuando en este sector está tranquilo significa que al salir a la bahía tendremos viento de frente. Efectivamente así sucedió, por lo que pusimos manos a la obra (o al remo) y encaramos con confianza la última parte de la travesía, que ya llevaba algo más de una hora.

Un leve oleaje golpeaba la proa de la canoa y me sorprendió saborear el agua salada, dado que habíamos comenzado la navegación en el agua dulce del Lago Acigami. No había tenido en cuenta que el agua de mar bañaba las costas de Bahía Lapataia y cuando compartí mi descubrimiento con el resto del grupo desaté algunas risas, ya que al parecer el guía lo había dicho mientras yo estaba aparentemente absorto admirando el paisaje un rato antes.

En realidad me distraía reflexionando en la “evolución” de la vida moderna y en cómo sería la vida de esos hombres que tan solo 150 años atrás tal vez hacían el mismo recorrido que nosotros, pero en un mundo totalmente distinto. Decidí que esa no sería mi última incursión a bordo de una “primitiva” canoa, porque de hecho me había sentido muy cómodo.

Navegando en estos pensamientos estaba yo cuando desembarcamos en Lapataia y, aprovechando el hecho de que en ese entonces el COVID 19 y la distancia social no existían, nos abrazamos y sacamos la última foto grupal.

Recomendaciones de esta actividad:

  • Canotaje: dificultad baja.
  • Tiempo de remada: 1 hora aproximadamente.
  • Edad mínima requerida: 5 años cumplidos
  • Indumentaria mínima recomendada: campera impermeable, abrigo, par de medias extra.
  • Equipamiento incluido: canoas inflables, remos, botas de goma, cubre-pantalones, chalecos salvavidas.

Damián Villalón, licenciado en Turismo en la Universidad Nacional de Lanús (UNLa).

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Foto de portada: Florian von der Fecht

Auspicia: CANAL

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