EL ROMPEHIELOS presenta el ciclo Mitologías fueguinas.
Los días domingos y los miércoles publicaremos las apasionantes leyendas del pueblo selk´nam y del pueblo yámana.
Los primeros fueguinos, como hizo siempre toda la humanidad, han narrado el origen de su mundo, han elaborado ideas sobre la vida y la muerte, sobre la moral y las costumbres, han creado historias para contar los poderes de sus dioses y las hazañas de sus héroes, han desarrollado una rica mitología para explicarse a ellos mismos de dónde venían y quiénes eran.
Estas son historias que desde tiempos antiguos han servido para dar apoyo y enriquecer a los hombres y a las mujeres que se enfrentan a la experiencia de estar vivos.
Las leyendas que entretejían los ancianos frente al fuego, hoy llegan recreadas por la sobria pluma de Fede Rodríguez y los mágicos pinceles de Omar Hirsig.
A partir de hoy, dejá que las Mitologías fueguinas te atrapen.
Cultura yámana: Watauineiwa

Watauineiwa es el ser supremo de los yámana, el amo de todo lo creado, el dueño y señor de la vida y de la muerte.
Lo llamaban “el antiguo que no cambia”, “el anciano en el cielo”, “nuestro querido padre”.
Nadie conocía su aspecto porque no tiene cuerpo y no puede ser visto por ojos humanos. Pero él ve todo y sabe cómo se comporta cada uno en secreto.
Castiga a los perezosos y a los inútiles con enfermedades y muertes; también con tormentas, hundiendo las canoas o haciendo que fracase la caza y los hombres regresen con las manos vacías a las chozas.
Watauineiwa maneja el destino de los hombres.
En el mundo de los yámana cada cosa es un pedazo de su dios. Desperdiciar carne, matar animales por diversión, llevarse todos los huevos de un nido o cualquier otra forma de utilizar mal o dañar a la naturaleza provoca la furia de Watauineiwa.
En los antiguos funerales, los labios de los indignados lo llamaban “el asesino allá en el cielo” y lo acusaban de no preocuparse por el dolor de las personas.
Decían que por lo general era bienintencionado y muchas veces se referían a él como “el amado anciano bueno”.
Fede Rodríguez
Ilustración: Omar Hirsig
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