Clarín – A veces no hay obstáculos tan grandes que puedan interponerse en el camino de una persona cuando la vocación es fuerte. Como en el caso de la profesora de danzas Rocío Celeste Nicola Otero.

“Cuando tenía cinco años le dije a mi mamá que quería bailar de puntitas, no se ni de dónde habré sacado eso porque en mi familia nadie bailaba. Así fue como empecé en una escuela cerca de la estación, y aunque hubo muchas idas y vueltas, hoy hace 30 años que soy bailarina”, cuenta emocionada la artista que vive en Boulogne, en el Norte del Gran Buenos Aires.

Llegar a ser la profesora que hoy es no fue fácil para Rocío. A los 12 años le diagnosticaron una escoliosis de 45° y le dijeron que no iba a poder bailar nunca más. “Me la pasaba de médico en médico y no avanzaba, estaba muy enojada porque no podía realizar mi pasión. El tema es que como mis órganos habían rotado, tenían miedo que le pasara lo mismo a las vértebras. Un día di con un traumatólogo que me dijo que volviera a hacer clásico porque no había forma de que pudiera empeorar. Así fue como mi espalda empezó a mejorar y mi ánimo también”, señala. Y remarca: “Los médicos se sorprenden cada vez que me ven, dicen que yo debería estar ‘doblada’ pero milagrosamente estoy súper derecha”.

Luego de haber superado ese mal trance, con el paso de los añostambién batalló con el ambiente de la danza y algunas particularidades que la hacían plantearse si de verdad ella quería formar parte.

“Había mucha competitividad entre las bailarinas, yo he llegado a ver cómo se rompían las medias unas a otras, era algo terrible. Además casi todas sufrían problemas de bulimia y anorexia, para poder triunfar no se le daba importancia al cuidado del cuerpo. Por eso fue que cuando terminé la secundaria decidí no seguir el camino de la danza profesional”, cuenta.

El cambio de planes fue abrupto: empezó a estudiar Turismo y se mudó a Ushuaia. Durante los ocho años que vivió allí no llegó a separarse del todo de la danza, pero fue otro tema de salud lo que la volvió a acercar.

“Mi hija mayor, Malena (10), nació con agenesia parcial de sacro, es decir que le faltan las tres últimas vertebras de la columna. Para que su problema no influyera en su desarrollo motriz, ella tenía que mantenerse en movimiento. Por eso fue que decidí abandonar mi trabajo como guía y ser su profe de ballet. Entonces, a partir de eso, fue que abrí mi propia escuela de danzas en mi casa. Terminó siendo como un sueño hecho realidad”, confiesa.

Con unas pocas alumnas pero grandes expectativas comenzó a trabajar en su escuelita: se mudó a un galpón que le cedió su papá, ubicado a pocas cuadras de la estación de Boulogne.

“Mi idea inicial era darles herramientas a mis alumnas para que el día de mañana tuvieran una salida laboral al terminar el secundario, como pasaba antes. Como para que pudieran ganarse unos pesos y mientras tanto estudiar una carrera más rentable”, detalla. Y agrega: “Armé un programa de estudios con anatomía, introducción a la pedagogía y dinámica de grupo, maquillaje, historia de la danza y primeros auxilios; son asignaturas que complementan la práctica”.

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