Frente a las costas de Chubut, a la vera de la Ruta 1, existe un rincón prístino que reúne las condiciones perfectas para que el ecosistema marino explote en biodiversidad: aves, ballenas, peces y lobos marinos encuentran aquí alimento en abundancia y un refugio clave para reproducirse. Un modelo de productividad biológica que sorprende a todos, incluso a los científicos.

“La fórmula de la vida en el mar es simple: nutrientes y luz”, explica Lucas Beltramino, biólogo del Proyecto Patagonia Azul. Pero que sea simple no necesariamente significa que sea fácil de encontrar. “En la mayoría del mar argentino esa fórmula está incompleta. Pero en Patagonia Azul todo se da en simultáneo: los nutrientes suben, la luz espera arriba, y el milagro ocurre”.

Isla Blanca fauna - Patagonia Azul -  Maike Friedrich - 2021--8
Isla Blanca fauna – Patagonia Azul – Maike Friedrich


Ese milagro se llama productividad. Es la capacidad que tiene un ecosistema para generar alimento, para sostener no solo a unos pocos, sino a miles. Es lo que convierte a un sitio en un festín biológico. “Donde hay productividad, hay peces, langostinos, bogavantes. Y donde hay abundancia, llegan los depredadores: aves, lobos marinos, ballenas”, explica Beltramino.

Pero para que todo eso florezca, hace falta algo más: que haya un refugio. Las aves y los mamíferos marinos necesitan sitios seguros para reproducirse, lejos de los predadores terrestres. Y en eso, las islas son clave. Patagonia Azul está salpicada de rocas y formaciones que emergen como fortalezas naturales. No solo protegen: transforman.

“Las islas y rocas actúan como obstáculos que alteran las corrientes marinas. Al subir y bajar por esos accidentes geográficos, las aguas se vuelven turbulentas. Ese movimiento remueve los sedimentos del fondo, ricos en nutrientes, y los lleva a la superficie, donde hay luz, generando vida”, cuenta Beltramino, con la emoción serena de quien ha pasado años observando cómo funciona el mar por dentro.

Pato Vapor – Proyecto Patagonia Azul

Corrientes de vida

Este rincón del mundo es atravesado por dos grandes corrientes: una cálida, que llega desde Brasil por la superficie, y otra fría, la de Malvinas, que avanza por el fondo desde el sur. A ellas se suman las corrientes de marea, que cambian cada seis horas. “Cuando estas corrientes chocan contra un accidente geográfico como una isla o un estrecho, se intensifican. Se vuelven poderosas. Y ahí ocurre la magia”, resume el biólogo.

Ese mar, cargado de alimento, convoca a los más pequeños —el fitoplancton, que produce más oxígeno que todos los bosques juntos—, y al zooplancton, que se alimenta de él. Juntos son el cimiento de la cadena trófica. Encima de ellos, los peces. Más arriba, los depredadores. Y en lo alto, las aves marinas que giran en espiral. Así se construye la cadena vital de este rincón único.

En Patagonia Azul se han identificado más de 55 especies de aves marinas y costeras, con 13 de las 19 especies que nidifican en la Patagonia instaladas en esta región. Existen al menos 62 sitios de nidificación: verdaderas maternidades salvajes donde se reproducen de una a siete especies por colonia.

La lista de visitantes es impresionante: lobos marinos de uno y dos pelos, con al menos 30 apostaderos, la mayoría reproductivos. En el agua, más de 20 especies de cetáceos —delfines, toninas, ballenas. Las jorobadas han regresado hace apenas cuatro años, las sei desde hace cinco, y ahora vuelven cada temporada.

Por todo esto, esta región se ha vuelto un sitio clave. Si bien se encuentra dentro de un área protegida (Parque Interjurisdiccional Marino Costero Patagonia Austral), este tramo solo comprende una delgada franja menor a 2 kilómetros desde la costa. Según explicó Beltramino: “Las especies que habitan y utilizan el parque pasan gran parte del tiempo fuera de esta área para alimentarse y realizar sus migraciones, por lo que sería muy importante poder ampliar esta protección”.

Una joya única

Y entre toda esta biodiversidad, hay un habitante imposible de encontrar en otro lugar del planeta: el pato vapor cabeza blanca, un ave que no vuela y que solo habita en la costa de Chubut. “Este es el único lugar del mundo donde vive”, revela Beltramino.

Patagonia Azul es una joya que brilla en silencio. Oculta a la vista de quienes siguen la ruta nacional, un poco más al oeste. Pero ahí está, exultante de vida. Con sus rocas que no son solo paisajes, sino motores biológicos. Con sus aguas que se agitan con ritmo de mareas. Con su fórmula sagrada que alimenta y multiplica vida.

“Todo en este lugar es especial porque todo se conecta. Porque todo vuelve a empezar. Es una fórmula que se escribe con agua, luz y tiempo”, dice Lucas. Y en ese ciclo, eterno como las mareas, Patagonia Azul nos recuerda que la vida —cuando se le da espacio— sabe cómo encontrar su camino.

Isla Blanca fauna – Patagonia Azul – Maike Friedrich
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