Se trata de una condición privilegiada la de poder disfrutar de una naturaleza prístina con solo cruzar el umbral del hogar. A pesar de tener diversos problemas ambientales, como cualquier ciudad, Ushuaia conserva un contacto directo con la naturaleza, lo que la convierte en la ciudad ideal para aquellos que amamos la vida al aire libre. Al acercarse el verano la población se vuelca a disfrutar de la naturaleza, pero no siempre sus prácticas son compatibles con la conservación de un ambiente saludable.

Vivir en Ushuaia es una experiencia muy particular. Noches eternas en invierno y días que llegan hasta la medianoche en verano. Casi todos los idiomas del mundo presentes en un mismo bar. Un crisol multicultural nutrido de todas las provincias argentinas e inclusive de diversos países latinoamericanos y del resto del mundo. Pero hay algo en Ushuaia que resalta por sobre todas estas particularidades: su cercanía inmediata con una naturaleza imponente y al alcance de la mano.

Si bien se puede disfrutar todo el año, al acercarse el verano las sendas de montaña se pueblan de seres humanos residentes y visitantes en búsqueda de la comunión con un ambiente rebosante de colores, aromas y sensaciones. Y es que el ecosistema que rodea a nuestra ciudad lo tiene todo. Desde frondosos bosques hasta helados glaciares, pasando por pastizales, lagos, ríos, costas marinas y escarpados cerros y montañas. La naturaleza es, sin dudas, el patrimonio más valioso que tenemos los fueguinos, aunque muchas veces lo perdamos de vista.

Quien decide habitar esta región debe, en opinión de quien escribe, ser uno con el ambiente. Sentirse pleno entre los bosques de lenga, con la helada brisa marina en el rostro. De no ser así, Ushuaia es el lugar equivocado. Pero para los que tenemos esta conexión, este remoto rinconcito argentino lo tiene todo, y la llegada del verano es la señal para salir de “la cueva” y aventurarse en la naturaleza.

Para quienes habitamos Ushuaia, las caminatas que en otras regiones de nuestro país quizás resulten verdaderas travesías, no son más que paseos cotidianos en busca del mejor lugar para disfrutar de unos mates. Así es la vida en Ushuaia.

Sin embargo, este “privilegio” con el que tenemos la fortuna de contar es más frágil de lo que parece, y lamentablemente muchas veces lo damos por sentado. Disfrutar de la naturaleza fueguina, apropiarse de ella y hacerla parte de lo cotidiano, conlleva una gran responsabilidad y compromiso. Lamentablemente, muchas veces esto no es la norma. El respeto y el cuidado por el entorno natural es una obligación que suele ser ignorada, dando como resultado un deterioro irreversible en nuestro recurso más preciado. El caso paradigmático de los últimos tiempos es el incendio de Bahía Torito. Un descuido imprudente, un fogón mal apagado y la pérdida de un bosque que requirió cientos de años para desarrollarse. Esta gran catástrofe está grabada en la memoria colectiva por su magnitud, pero lamentablemente no parece haber hecho mella en el accionar colectivo a la hora de utilizar los bosques de forma recreativa. Desde 2012, año del incendio de Bahía Torito y a pesar de la prohibición de realizar fuegos en sitios no habilitados, cada año se repiten los incendios forestales a causa de la indiferencia de muchos acampantes.

Preocupa también, y debería ser un tema prioritario para los entes estatales relacionados con el ambiente, la cantidad de residuos que se acumulan cada año en los sitios más frecuentados. Bolsas, envoltorios, restos de comida y botellas. Cientos de miles de botellas de vidrio y plástico se han convertido en paisaje en numerosos puntos de nuestros ambientes naturales. Y pareciera que la situación empeora cada temporada.

A pesar del esfuerzo de incansables voluntarios que cada año organizan campañas de limpieza y reforestación, el daño continua avanzando y no parece instalarse en la sociedad la conciencia de que aquello que caracteriza nuestro estilo de vida y que configura gran parte de nuestra identidad fueguina, es sumamente frágil y pende de un hilo que, de cortarse, significará la pérdida de un patrimonio muy valioso e irrecuperable.

El compromiso y esfuerzo de unos cuantos, diseminados y haciendo lo mejor que pueden, no alcanza y no debe ser la norma. Hacen falta decisiones políticas claras en pos de crear conciencia, trabajando integralmente en la educación de los jóvenes, pero también ocuparse de la urgencia con controles y sanciones más rigurosas que procuren mermar el creciente impacto ambiental de las “malas costumbres” de muchos fueguinos.

 

Abel Sberna

 

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