La riqueza cultural y arqueológica del noroeste de Santa Cruz es reconocida mundialmente gracias a sitios excepcionales como la Cueva de las Manos y el Alero Charcamata. A estas pinturas icónicas se suma una manifestación menos conocida del patrimonio cultural ancestral de la Patagonia: petroglifos milenarios tallados en las rocas volcánicas de la Meseta del Lago Buenos Aires.
La Meseta del Lago buenos Aires es una formación de origen volcánico de gran extensión y altura. Alberga una media docena de cumbres que alcanzan los 2700 msnm y la salpican pequeños cuerpos de hielo que alimentan arroyos y lagunas, en medio de un paisaje que rememora la superficie lunar.
Quienes se animan a explorar el área, viven la experiencia de atravesar paisajes prístinos y salvajes, formados por roca basáltica, volcanes y vegetación esteparia. Entre otros valores ambientales, albergan a uno de los glaciares extra andinos del país, y en sus lagunas se nidifica y se reproduce el emblemático Macá tobiano, un ave endémica de Santa Cruz.
Enmarcados en estos extraordinarios paisajes, sobresalen los vestigios de aquellos habitantes que transitaron y ocuparon esta región desde hace más de 9.000 años: puntas de flecha, raspadores y parapetos de piedra, junto a una cantidad todavía no determinadas de singulares dibujos rayados sobre roca. “No se tratan de pinturas rupestres como las muy fotografiadas manos de los cañadones, sino de petroglifos”, explica el guía de montaña, experto en geología, historia y botánica, Guido Vittone.
Vittone explica que la diferencia entre las pinturas rupestres y los petroglifos es tan grande como los ambientes donde cada uno fue plasmado: “Mientras las pinturas se encuentran en cuevas y aleros resguardados en los cañadones, los grabados sorprenden por su ubicación a más de 1200 metros sobre el nivel del mar, sin mayor protección que unas bardas rocosas de poca altura en la inmensidad de la inhóspita meseta”.
Un dato importante que aporta Vittone, es que “la extensa meseta, por sus condiciones climáticas extremas, sólo fue utilizada por los pueblos originarios durante el verano como espacio de cacería estacional”.
Si bien los relevamientos, dadas las dificultades de acceso, son escasos y la ubicación temporal de los grabados relativa, se cree que no tendrían una antigüedad mayor a 3000 años. “Su vinculación con los parapetos, campamentos y abundante material lítico en la meseta es obvia, pero no ha sido aún estudiada”, explica Vittone.
Entre los múltiples motivos grabados en las rocas de la meseta, se destacan lo que los arqueólogos llaman “estilo de pisadas”. El guía señala que es un nombre muy apropiado, ya que “se han representado con gran fidelidad huellas humanas, de choiques y de felinos. Además, líneas y puntos simbolizarían rastros o recorridos, en esencia mapas de un territorio casi desconocido para nosotros, pero pleno de sentido para quienes estuvieron allí antes”
Carlos Gradín fue el primer arqueólogo en dar a conocer la presencia de nuestra especie en la meseta a través de publicaciones en 1976 y 1996. También plasmó por escrito, en sus últimos años, un texto evocador de la mística del paisaje mesetario en el cual se integran sus observaciones científicas con su fascinación por un lugar mágico.
“Algunos sitios con grabados exhiben también las marcas de pobladores más recientes. Muchos de los reparos naturales empleados por los antiguos, fueron reutilizados como campamentos de chulengueadores o puestos de veranada de las estancias, y en algunos casos pueden leerse sus nombres o iniciales, también grabados en la roca”.
Muchos de los sitios arqueológicos del centro y sur de la meseta se encuentran en el territorio del Parque Nacional Patagonia y otros sobre la franja oriental dentro de campos privados y siempre protegidos por leyes nacionales y provinciales.
Inactivos desde hace de miles de años, los volcanes de la meseta, al igual que los picos nevados, las torres graníticas y los extensos glaciares, ocupan un lugar central en la mitología de los pueblos originarios de toda la Patagonia. “Hablamos del volcán, de donde salió el hombre y los animales. Tal vez por eso sus huellas están ahí, donde dieron sus primeros pasos”, reflexiona Guido. ¿Qué significado tienen? ¿Qué querían reflejar? Todavía queda un mundo por descubrir. Lo que sí parece es que era una forma de expresión artística, lingüística y un sistema que refleja la eterna necesidad que tenemos de comunicarnos.
Daniella Mancilla Provoste
Fotos: Guido Vittone