Una crónica que recorre las costumbres y singularidades del mate en Chiloé, donde los sabores y tradiciones de la yerba mate se fusionan con la cultura isleña en un encuentro que revela la esencia de este rinconcito chileno, desde la pluma de Santiago García.
Hola, ¿cómo estás?
Hace poco más de siete años conocí uno de los lugares más hermosos del mundo. Viajábamos por la Patagonia con un grupo de amigos sin un itinerario fijo hasta que uno de ellos dijo con seguridad:
–Tenemos que ir a Chiloé.
La forma de llegar es parte del encanto. Después de cruzar la frontera con Chile, la cordillera y hacer noche en el tan cantado Puerto Montt recorrimos una ruta que nos condujo hasta un canal. Subimos el auto a un transbordador y en menos de una hora desembarcamos en una isla que parecía salida de un cuento. Mejor dicho, de una leyenda.
La Isla Grande de Chiloé está ubicada al sur de Chile en la Región de los Lagos. Su nombre proviene del mapudungun y significa ‘lugar de chelles’ que son unas aves también conocidas como gaviotas capucho café. A medida que la recorríamos me daba cuenta de que el adjetivo grande no era una exageración. Mis prejuicios geográficos litoraleños me habían hecho pensar en un paseo que no podía durar más de un día. Gravísimo error. Ni una semana es suficiente. Buscando datos para esta entrega me enteré de que tiene una superficie similar a la de Puerto Rico, que es lo mismo que decir media provincia de Tucumán. Viven allí ciento cincuenta mil habitantes en diversas ciudades con hermosos nombres que iré mencionando. Pero en estos días pensé solo en una de todas esas personas: la señora que me convidó un mate en Cucao.
Con mucho yuyo y bien caliente
El año pasado trabajando en Río Gallegos conocí a una gran periodista chilena llamada Daniella. Antes de hablar de nuestro oficio le pregunté por Chiloé y quiso la suerte que tuviera familiares viviendo en la isla. Desde ese momento no hice más que exprimirla y sus recomendaciones me demostraron lo corto que se había quedado mi viaje. Un par de meses atrás, escuchando este episodio de ‘El Podcast del Mate’ el entrevistado resultó ser oriundo de una ciudad muy cercana a Chiloé dentro de la Región de los Lagos y en un momento del diálogo destacan que es “una zona donde se toma mucho mate”. Fueron demasiadas yerbiseñales.
Volví a mi fuente para saber cómo consumían la bebida más rica del mundo los chilotas. Me reenvío un par de audios que llegaron desde Chacao y los transcribo con sus hermosos modismos incluidos.
Hay dos formas: acá, por lo general, se toma el mate dulce. Se prepara el mate, o se ceba como se dice. Le tiras agüita tibia o fría y se botan los primeros. Se lava la yerba. Lo chupas varias veces, y lo botas hasta dejar como limpia del polvillo la yerba. Y después le vas colocando azúcar y le vas colocando el agüita. Más caliente que allá. Ustedes toman el mate más tibio. Acá se toma más caliente y con azúcar o sin azúcar, pero no tibio. Caliente. Se toma con mucho yuyo. Puede ser cedrón, manzanilla, menta, romero, poleo, cascaras de limón, y cascaritas de naranjas también. Cuando llegan visitas a la isla se sirven los mates en un platito. Cuando hay gente de más confianza, de mano a mano.
Las dos hipótesis
Después de disfrutar de este intercambio tan preciado, empecé a investigar cómo había llegado la sagrada costumbre a Chile, teniendo en cuenta que no es un país productor de Ilex paraguariensis. Hay dos hipótesis. Voy a empezar por la que menos me gusta. Durante los siglos XVI y XVII hubo un conflicto entre mapuches y españoles por las terribles condiciones que imponían los conquistadores que se llamó Guerra de Arauco. El gobernador del reino de Chile, Alonso Sotomayor, es señalado como una figura relevante en ese litigio y en el desarrollo del intercambio comercial. La yerba llegaba en carretas desde Mendoza, Córdoba y Santa Fe. Hay fuentes que revelan la presencia de soldados de etnias guaraníes sirviendo a la Corona en la ciudad de Concepción. Según algunas teorías los mapuches habrían tomado el hábito de sus conquistadores. Es muy interesante también conocer la opinión eurocéntrica de los cronistas extranjeros en este artículo del Museo de Artes Decorativas del Gobierno de Chile. Trae como yapa una galería de mates de plata y calabaza que en algunos casos tienen más de doscientos años.
La segunda hipótesis me parece menos probable, pero más hermosa. En este sitio se nos dice que “no hay pruebas documentales de la existencia de un mercado precolombino que llevara a la yerba fuera de la zona en que crece”, pero sí “sabemos que los ríos facilitaban la circulación y que existían puertos francos en los que las distintas etnias se juntaban a intercambiar bienes”.
¿Qué otra cosa podían llevar los pueblos de las naciones tupí guaraní para intercambiar?
De lo que no hay ningún tipo de duda es que los originarios de Chile se apropiaron de su esencia, apenas entraron en contacto con el hábito. Seguimos con la misma fuente: “los mapuches utilizaban la yerba mate con fines recreativos, por ejemplo, cuando oscurecía, la familia se reunía alrededor del fogón a tomar mate y a conversar. La mujer atendía a los ancianos, a los niños, y al hombre. Todos participaban de la conversación, relataban los acontecimientos del día”.
Mitos y telenovelas
Volvemos a Chiloé. Alonso de Camargo avistó sus costas mientras viajaba a Perú en el año 1540. Sin embargo, la isla estaba habitada desde tiempos ancestrales por chonos, huilliches y cuncos. Estos pueblos se dedicaban al cultivo de papas, maíz y porotos y a la ganadería de llama. También a la pesca, la caza, la recolección de algas y mariscos y hasta habían diseñado embarcaciones llamadas dalcas.
Uno de los aspectos más interesantes de la cultura chilota es su mitología, que combina las religiones de los originarios con las leyendas y supersticiones de los conquistadores. Tan fuerte y arraigada se encuentra esta cosmovisión que los ferrys y transbordadores de esta empresa llevan como nombres personajes fantásticos de la zona. Nosotros viajamos en el Trehuaco que viene a ser “un bello animal, con cabeza de pescado, genitales de caballo, de musculatura firme, extraordinaria fuerza, y un negro pelaje, con una apariencia muy similar a la de un gran perro” que practica la zoofilia. Aterrador.
Como si todo este universo que se nos abre fuera poco, Daniella me recomendó una telenovela de 1999 llamada ‘La Fiera’ para interiorizarme con el estilo de vida local. Me explicó que dejando de lado lo frívolo que puede parecer este género, el departamento de arte dramático de la Televisión Nacional de Chile (TVN) generó productos con una base histórica superinteresante y que son muy profesionales. Son ciento seis capítulos de una hora, así que no me hago cargo de las conductas maratónicas de nadie. La protagonista se llama Catalina, igual que mi hija, y por lo que llevo visto puede que comparta otras cosas con ella además del nombre. El nudo de la trama se basa en una superstición: Si dos hermanas se casan en el mismo año es mala suerte.
¿Por qué volver?
No es por sus hermosas y coloridas iglesias de madera. No es por el sabor incomparable del curanto regado con unas ricas cervecitas. Ni siquiera por la belleza de la arquitectura chilota, con esos palafitos y esas tejuelas. Creo que puedo prosperar con mi pareja sin que nos saquemos una foto en el ‘Muelle de las Almas’. Tampoco siento morbo por las señales de evacuación de tsunamis. Pondré a prueba mis rodillas en caminos más empinados que los de Castro. Incluso podría intentar vivir sin volver a probar esas papas rellenas tan ricas como accesibles para mi escuálido bolsillo. ¿Encontraré en alguna otra costa la misma sensación de finitud angustiante que provoca el Océano Pacífico desde el Morro Pirulil?
Lo cierto es que quiero volver a decirle gracias a la señora de Cucao. Fue su gesto el que me permitió conocer la música de Bordemar y la literatura de Francisco Coloane Cárdenas. Le debo una amistad y esta ilusión. Le debo, nada más y nada menos, que unos buenos mates.
Por Santiago García
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