La Fundación Bunge y Born le entregó un reconocimiento a su trayectoria; advierte sobre las consecuencias del calentamiento y habla de los dos problemas actuales en las aguas argentinas.
En un mapa proyectado, resalta en tonos de rojo –del más suave al más intenso– cómo cambió la temperatura de los océanos desde los años 80 hasta ahora. Como si fuera una clase, el oceanógrafo Alberto Piola señala el Río de la Plata, sube hacia las costas de Brasil y sigue al norte del Pacífico o el este de Australia. “Estas son todas regiones en las que está avanzando el agua cálida hacia los polos y es donde se notan los cambios más grandes de temperatura. Con esto, se están empezando a desplazar las especies en la misma dirección y esto tiene un impacto económico y social en comunidades que se dedican a la pesca”, dice sobre fenómenos que investiga desde hace décadas.
Esta semana, Piola recibió el Premio Fundación Bunge y Born 2024 en Ciencias del Mar y la Atmósfera como reconocimiento a su trayectoria. Juan Rivera, investigador especializado en sequías del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (Conicet-Universidad Nacional de Cuyo), fue galardonado con el Premio Estímulo de esta edición.
Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y miembro de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Piola es investigador del Instituto Franco Argentino de Estudios del Clima y sus Impactos, ubicado en el Pabellón II de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. También es docente de posgrado del Departamento de Ciencias de la Atmósfera y los Océanos en esa facultad. Hasta el año pasado, dirigió el área de investigaciones del Departamento de Oceanografía del Servicio de Hidrografía Naval. En el Conicet, se jubiló como investigador principal.
Antes de la ceremonia de premiación en el ex-CCK, recibe a LA NACIÓN en el edificio Cero+Infinito de Ciudad Universitaria. Dice que se siente “extremadamente halagado” con el premio antes concedido a Luis Federico Leloir, Alfredo Lanari, Daniel Bes o Víctor Ramos, entre otras personalidades. “Es un honor integrar esa lista”, comenta. Destaca el objeto de esta edición. “Le da visibilidad, una actividad de la que la Argentina depende críticamente y necesita desesperadamente: contar con ciencias del mar desarrolladas –recalca–. Sin embargo, es una actividad científica de muy pequeñas dimensiones en nuestro país, así que el hecho de que se visibilice ya es muy positivo”.
Afirma que “el mar es un regulador del clima y un proveedor de alimentos”, al aportar un 15% de las proteínas que consume la humanidad. Piola codirigió trabajos con equipos internacionales que produjeron datos de alto valor estratégico para los países de la región y campañas oceanográficas. Participa, desde 2009, en la medición –con datos unívocos– de la temperatura del océano profundo con colegas de Brasil, Estados Unidos, Francia y Alemania: instrumentos a 4540 metros (un metro del fondo), a la altura del límite entre Uruguay y Brasil, producen información cada hora. “No hay otro lugar en el Atlántico Sur con este tipo de datos de temperatura del fondo. Esa información es extremadamente valiosa por la capacidad calorífica [de contener calor] del agua. El calentamiento del océano profundo es evidentemente una manifestación del calentamiento global que todavía no entendemos muy bien”, explica. Los satélites brindan información del agua superficial.
Responde que el país necesita barcos de investigación oceanográfica, equipos técnicos altamente capacitados para operar esos laboratorios flotantes, más oceanógrafos y capacidad para analizar cambios que se detecten. ¿Qué considera su mayor aporte a la oceanografía en la Argentina? “Esperaría que el trabajo científico que hice sirva para reducir la cantidad enorme de interrogantes que hay en la ciencia del mar –responde tras unos segundos–. Es un poco frustrante que, después de haber dedicado a 40 años y haber escrito como 120 artículos al respecto, todavía no sabemos tanto. Hemos avanzado mucho en el conocimiento, pero, al mismo tiempo, cada vez que uno avanza un poco, genera nuevas preguntas y la cantidad de desafíos para el futuro es enorme. Espero que lo que hice sirva de base para el desarrollo futuro. Siempre es una expectativa cuando se hace ciencia: que haya un legado”.
Tampoco faltan sus discípulos, más allá de que algunos dejaron la disciplina porque los atrajo, por ejemplo, la ciencia de datos, de alta demanda laboral. “Como con los hijos –dice–, uno espera sobrevivir científicamente a través de ellos”.
Ante la pregunta, afirma que ahora hay más alumnos de oceanografía que hace una década debido a la promoción de la carrera en los últimos años a través de becas. A la par, considera que no está lo suficientemente difundida a pesar del extenso frente marítimo argentino y prevé que eso vuelve “muy incierto” el futuro de la información basada en ciencia para la toma de decisiones políticas sobre recursos estratégicos para el país.
–¿La política tiene en cuenta los datos que produce el sistema científico para decidir sobre asuntos estratégicos como es el frente oceánico argentino?
–La transferencia de la información científica a la política es un proceso complicado en todo el mundo. Hay organizaciones que tratan de facilitar ese proceso, pero no es fácil. Los científicos hablamos un idioma un poco críptico para el resto y los políticos tienen una agenda con un límite temporal claro. Cuando la escala de tiempo de un proceso a estudiar es muy larga, requeriría una gran madurez de la política para implementar medidas apropiadas. Ese nivel de madurez no se ha alcanzado. Implementar medidas que impacten en diez o quince años parece muy lejano para un político o la sociedad en general. También la situación económica de países en desarrollo como la Argentina, donde no hay certeza de lo que vamos a estar haciendo en seis meses, hace que hablar de cinco o diez años no es coyuntural. Por eso, se tiende a postergar las decisiones y se termina pagando un precio por eso. Así sucede con la conservación del ambiente marino: el mar tiene escalas de tiempo muy largas. Pero no soy pesimista en ese sentido: la ley de la iniciativa Pampa Azul fue votada [en 2015] por unanimidad en el Congreso, lo que dice que había conciencia de la necesidad de tener una mirada diferente para los problemas marinos. Lamentablemente, el presupuesto asignado fue escrito en pesos en la ley y sin cláusula de actualización. Hoy, no alcanza. Ni siquiera se ejecuta completamente ese monto, ni está claro cómo podría administrarse, porque entre los firmantes hay ministerios que hoy no existen.
–¿Qué problemas del mar deberían ser importantes para el país hoy?
–Por lo pronto, desde lo más inmediato, por la erosión costera. El aumento del nivel del mar y la elevación costera es algo que ya está afectando a muchas poblaciones costeras en la provincia de Buenos Aires. Hay regiones que son costas más bien bajas y están expuestas a cualquier aumento del nivel del mar, que es muy lento. Son unos milímetros por año, por lo que se podría decir que no es tan urgente lo que pasa. Eso es si fuera estable el nivel del mar, pero hay tormentas que se superponen a ese pequeño aumento y cuando una tormenta llega a la costa promueve hechos que son bastante catastróficos. Ya se pueden ver fotografías en lugares de la costa bonaerense donde donde la erosión se llevó a las casas. Otro problema inmediato para la Argentina es la pesca: determinar las cuotas es determinar los espacios que deben ser conservados, donde no se puede pescar. También está el problema vinculado al manejo de las pesquerías y lo que ocurre en la milla 201; es lo que denominamos Agujero Azul, donde la plataforma continental se extiende aguas afuera de la zona económica exclusiva de nuestro país. Y es un problema mundial, no solo de esta región, donde la pesca que se hace en aguas abiertas no es controlada ni está regulada. Ahí hay un potencial riesgo de sobrepesca mucho más alto que en zonas donde las regulaciones pueden ser insuficientes. Y donde falta regulación, que es la mayor parte del océano porque es agua internacional, ni siquiera hay control de parte de los países limítrofes.
–En el mapa que proyectó, el agua de los océanos no se está calentando por igual. ¿Es así?
–La mayor parte de los océanos se está calentando, pero los cambios son heterogéneos. Es decir, hay lugares donde la temperatura aumenta y otros donde se enfría. Esto pasa porque las corrientes tienden a distribuir el calor de distinta manera. Buena parte del calentamiento en esta parte del globo se debe al avance hacia el sur de la Corriente de Brasil. Tampoco es algo que ocurre en forma inmediata, pero las proyecciones para la evolución del clima indican que ese desplazamiento va a continuar en el futuro. Por lo tanto, las especies se van a ir desplazando. A la vez, desde el punto de vista físico, el calentamiento tiene otras implicancias. Una es que generalmente el agua se calienta más en la superficie, entonces eso hace que el océano quede estratificado: al calentarse las aguas superficiales, se hacen menos densas que las profundas y, entonces, aumenta la estratificación. Esto hace que sea más difícil la conexión del océano profundo con el océano superficial: es como tener dos ambientes diferentes, con sus especies.
Una en particular es la que destaca Piola: el plancton. “Si hay mucho, hay mucha producción de oxígeno, lo que es saludable para la atmósfera, y hay también consumo de dióxido de carbono (CO2), lo cual es saludable para el clima”, menciona.
El océano, según explica, absorbe CO2 y la plataforma continental patagónica, que es muy rica en plancton, lo hace en cantidad. Así, hay “un balance favorable desde el punto de vista climático”. Recuerda que el 25-30% del CO2 que el ser humano produjo desde el inicio de la Revolución Industrial fue atrapado por el mar, en parte por este proceso biológico y corrientes que hunden aguas ricas en CO2 al océano profundo. “Sin ese proceso, habría un 25% más de CO2 [en la atmósfera] y estaríamos ya en un clima mucho más cálido del que estamos actualmente”, explica.
De ahí la importancia de la estratificación oceánica. “Al aumentar, se reduce el flujo de nutrientes de las aguas profundas a las superficiales. Y si se estratifica mucho, el plancton dejará de tener suficientes nutrientes para seguir desarrollándose. Algunas especies están mejor preparadas para subsistir en ambientes menos nutritivos, pero igual generaría un desequilibrio biológico”, advierte Y ese proceso, con el calentamiento, tomó velocidad. “No sabemos cuál es la respuesta del ecosistema a ese cambio muy rápido, pero ya se está viendo”, finaliza.
Por Fabiola Czubaj para La Nación