Sátiras y relatos imaginarios sobre elementos, personajes y vivencias cotidianas de nuestra sociedad y el universo.

Hoy: Me casé con un workaholic

Mi marido nunca se toma vacaciones.

Después de insistirle por meses, y pedir un préstamo, accedió a ir una semana al Caribe. ¡El viaje soñado! Llegamos al lugar y era el paraíso: el calor agradable, las arenas blancas y esas increíbles y cálidas aguas azules. Descansamos al costado del mar, escuchando a unos nativos tocar las marimbas, pero era obvio que él no tenía la cabeza conmigo. A la noche comimos una exquisita cena con camarones cocidos en leche de coco y bebimos vino blanco.

Al llegar a la habitación, prácticamente lo obligué a comprometerse a tener intimidad esa noche, porque durante el año no duerme más de cinco horas diarias, y siempre anda cansando. Vive en un círculo vicioso: está exhausto pero si duerme más de cinco horas se siente culpable, fracasado y todo el día tiene mal humor. Ese cansancio crónico lo lleva a dormirse en el transporte público, en los cines y en la iglesia. (Más de una vez el cura paró la misa y me hizo señas para que lo sacuda intentando terminar con sus infernales ronquidos.)

Después de darme un beso de ángel en cada uno de mis párpados, me dijo que iría a buscar hielo a la máquina que estaba en un pasillo del hotel, para terminar con la botella de vino y entrar directamente en el amor.

Pasé 15 minutos en la habitación esperando, como Dios me trajo al mundo, sin ningún perfume porque él dice que le gusta disfrutarme al natural, y empecé a impacientarme. Tengo muy en claro que los adictos son mentirosos. En su caso es peor porque la gente que no lo conoce lo alienta a que trabaje; a esos insensibles les da gracia su profesión y se prestan sin recelos para que el haga sus mediciones.

Me vestí, salí al pasillo alfombrado a buscarlo, y a veinte metros lo vi encorvado, con los anteojos de leer puestos y anotando valores en una libreta, en el medio de un grupo de hombres que evidentemente estaban disfrutando del momento que mi marido les dedicaba. Dos eran de tipo caucásico, colorados y muy gordos, otro era un chino flaquito, y el cuarto, un negro barbudo y canoso. Grité como una loca para que abandone lo que estaba haciendo y regrese conmigo a la habitación. Los hombres avergonzados o haciéndose los distraídos, miraban en otra dirección mientras se ponían las remeras y las camisas. Se excusó diciendo que esta era una posibilidad única de tener disponibles al mismo tiempo gente de distintas razas y distintas dietas alimentarias para analizar. No quise escuchar nada.

Sé que está enfermo, que trabaja más de 12 horas diarias y que en su cabeza no entiende a la gente que no se apasiona e involucra en su trabajo como lo hace él; la gente que no tiene compromiso ni ganas de superarse, dice.

Mi marido, cuando tiene que poner en los papeles de migración cuál es su trabajo, completa el formulario escribiendo: Desarrollador de esencias de uso diario masculino. Los amigos y la familia le pusieron un nombre más simple: Catador de axilas. Trabaja para una importante fábrica de desodorantes a bolita. Todos los días un grupo de 20 hombres usan los desodorantes para después correr en unas cintas durante una hora. Luego los huele y anotaba los distintos olores que su olfato entrenado detecta.

Pese a que trabaja como un burro y que es el mejor en su campo, gana muy poco dinero y no nos alcanza para salir ni divertirnos, ni siquiera para mejorar la casita en que vivimos.

Ayer me habló de tomar otro trabajo. Una fábrica de talcos para pies se contactó con él.

En cualquier momento me divorcio de este infeliz.

 

 

Fede Rodríguez

 

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