El municipio de Ushuaia, a través de la Secretaría de la Mujer, anunció la intención de adoptar un lenguaje inclusivo. Esto no sólo tiene que ver con la cuestión de la comunicación institucional, sino de todos los trámites administrativos que se desarrollan en las instalaciones.
La titular del área, Laura Ávila, explicó que hasta en las cosas más sencillas el lenguaje que se utiliza tradicionalmente era afuera a la mujer: “los formularios dicen ‘señor’ y hay que modificarlos manualmente”.
Luisa Velasco Riego, PhD en Psicología y escritora, detalla en Tribuna Feminista: “El lenguaje no inclusivo, el lenguaje machista, puede parecer aparentemente inofensivo pero guarda en su interior una clara invisibilización de lo femenino; el lenguaje masculino no es neutro (aunque hay quien se empeña en mantener que representa a las mujeres); su uso genérico favorece que la mujer siga relegada a un segundo plano, lo toleramos y lo normalizamos cuando no alzamos la voz para que se nos nombre”.
La especialista, a su vez, remarca que “el uso del lenguaje inclusivo no es tan frecuente como quisiéramos que fuera, no es tan frecuente como debería ser. Si no ¿por qué nos llama la atención tanto su uso como su ausencia? ¿estaríamos reflexionando sobre ello?. Si pensamos que el uso del lenguaje inclusivo supone un esfuerzo… ¿no podríamos pensar que estamos haciendo un uso abusivo del masculino genérico?”.
Al respecto se ha expresado también la Real Academia Española, institución que representa a la lengua española por excelencia. Dicha Academia ha demostrado ser intransigente al respecto y emitió su posición de una manera contundente:
“Los ciudadanos y las ciudadanas, los niños y las niñas
Este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico. En los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos: ‘Todos los ciudadanos mayores de edad tienen derecho a voto’.
La mención explícita del femenino solo se justifica cuando la oposición de sexos es relevante en el contexto: ‘El desarrollo evolutivo es similar en los niños y las niñas de esa edad’. La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Por tanto, deben evitarse estas repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos.
El uso genérico del masculino se basa en su condición de término no marcado en la oposición masculino/femenino. Por ello, es incorrecto emplear el femenino para aludir conjuntamente a ambos sexos, con independencia del número de individuos de cada sexo que formen parte del conjunto. Así, ‘los alumnos’ es la única forma correcta de referirse a un grupo mixto, aunque el número de alumnas sea superior al de alumnos varones”.
Nadie puede discutir que la Real Academia española es una institución que a lo largo de varios siglos ha demostrado acabadamente su trabajo en pos del lenguaje, pero lo que tampoco se puede negar es que desde 1714, año de su creación, y casi 500 miembros después, solo 11 (sí, once) han sido mujeres.
Incluso hoy, sólo 8 de sus 44 miembros son del sexo femenino. Ya no resulta tan curioso que no estén del todo de acuerdo con utilizar lenguaje inclusivo, ¿no?.
Y por las dudas que saquen el comodín de “los lugares hay que ganárselos por capacidad”, podemos contar que hasta en tres ocasiones (1889, 1892 y 1910) rechazaron en la Real Academia a Emilia Pardo Bazán esgrimiendo la simple razón de que “las señoras no pueden formar parte de este Instituto”. Antes que la escritora gallega, ya había intentado entrar a formar parte la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda. Era 1853 y el escritor José Zorrilla fue todavía más claro en su caso: la mujer que escribe era “un error de la naturaleza”.
Pero hay más: en 1972, la candidatura de María Moliner, autora de uno de los diccionarios más completos de la lengua española, perdía la votación frente a la del mucho menos trascendente filólogo Emilio Alarcos Llorach.
La ausencia de presencia femenina en la Real Academia no es sólo injusta, anacrónica e inapropiada, también tiene consecuencias. Hubo que esperar a la 23ª edición (del 2014) del Diccionario para que se eliminaran significados como ”débil, endeble” asociados a “femenino”, y se admitieran términos adaptados a la realidad social, como “presidenta”. Pero el Diccionario continúa recogiendo definiciones sexistas; sonado es el caso de la “histeria”: “más frecuente en la mujer que en el hombre”, dicen todavía, contra todo criterio médico.*
Para Elsa Lever M., los argumentos que acusan de ridícula la exigencia de un lenguaje que nombre a las mujeres giran en torno de una “corrección” y “economía” en el lenguaje y en el “sentido común”. Es decir, usar menos palabras, sin importar lo que se nombre y cómo se nombre. Me explico: para quienes están en contra del uso no sexista del lenguaje, el género masculino es inclusivo porque abarca a las mujeres (según), y el femenino es el ¡exclusivo!, ya que deja fuera a los hombres. Por lo tanto, nombrar en masculino es lo natural, lo correcto y de sentido común; y nombrar en femenino es antinatural, incorrecto, demente, excluyente y por lo tanto no debería existir.
“Sin duda el uso de un género inclusivo es necesario en una lengua, pero el hecho de que ésta no posea uno, no da derecho a designar al masculino como el ‘inclusivo’. Por ejemplo, ante la ausencia de ese género inclusivo, las personas están utilizando alternativas como el uso de la arroba (tod@s), la ‘x’ (todxs), la ‘e’ (todes), o de la diagonal para referirse a ambos (los/las). Asunto, por cierto, con lo que tampoco se está de acuerdo, pero que nos muestra esta situación emergente, esta falta de palabras con las cuales pronunciarnos”, afirma.
El lenguaje es una expresión de nuestro pensamiento, un reflejo de los usos y costumbres de una sociedad y cultura determinadas. Por ello, por mucho tiempo el lenguaje ha sido también fuente de violencia simbólica, una herramienta más a través de la cual se ha naturalizado la discriminación y la desigualdad que históricamente ha existido entre mujeres y hombres, las cuales tienen su origen en los roles y estereotipos de género que limitan y encasillan a las personas partiendo de sus diferencias sexuales y biológicas.
Estas formas sutiles de desvalorización de la mujer en el lenguaje son las que, en el inconsciente colectivo, se suman a las muchas formas que contribuyen a reforzar la desigualdad y, en el peor de los casos, a justificar la violencia ejercida hacia las mujeres.
No se trata aquí de un capricho o una rabieta, la inclusión en lenguaje simplemente deja en evidencia la manera en que la mujer ha sido relegada a lo largo de la historia de la humanidad, desvalorizando incluso su participación como parte fundamental de la sociedad en guerras y en imperios.
Aunque diga lo contrario la RAE, que tardó solo 264 años en incluir a una mujer ente sus miembros.
María Fernanda Rossi
**Directora de la revista electrónica www.mujeresnet.info, es licenciada en Periodismo por la UDF, con maestría en Comunicación por la UNAM, y diplomada en Género y en Feminismo por el PUEG-UNAM y el CEIICH-UNAM, respectivamente. Ha escrito para diversos medios, imparte conferencias y es docente.

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