Por Florencia Lobo

 

Noche cerrada, mar abierto (Leteo, 2018) es el último libro de Juan Bautista Duizeide. Un libro de relatos que, de una u otra forma, hablan del mar, como de una u otra forma hablan del capitán Gonzaga, un personaje al que se le va dando identidad a lo largo de las páginas. El mar y Gonzaga son, en efecto, dos omnipresencias. Una especie de hilván que anuda estas historias de navegantes, la mayoría de las cuales transcurren en tierra, pero en las que el mar aparece de forma constante, como un sujeto tácito, como una metáfora, como un escenario de memorias.

Cada relato es una correntada que arrastra. Desde una noche en un bar de puerto en Buenos Aires, hasta esos “golfos del estrecho de Magallanes a los que no entra nadie, nunca”, como diría Cortázar. Cada relato es una correntada que arrastra. Y a mí, el solo hecho de que en estas historias los barcos se paseen, a veces tortuosamente, por lugares como el Cabo de Hornos, la bahía San Sebastián, el faro del Fin del Mundo, por toda esa toponimia cercana pero en gran parte desconocida, ya me emociona; y me atrapa una especie de melancolía y me invaden las ganas de salir a viajar, aunque lo único que tenga a mano, a veces, sea un buen libro.

Pienso que de hecho hay en esta obra un aura melancólica.Que Duizeide escribe estos relatos para seguir, de algún modo, navegando en el mar, o para rendir tributo o hacer justicia a una época, a unos barcos, a una forma de vida. Cada relato dice mucho, y, en conjunto, ofrecen una mirada para nada idílica del vasto mundo de la navegación, con su pasado y su presente, con sus zonas oscuras y sus glorias. Sin embargo, la nostalgia se cuela en las bocas de los personajes. Aparece, por ejemplo, cuando se menciona a hombres como Shackleton, el explorador polar, o a barcos como el Capitán Constante, elGüemes, el Libertador San Martín, el Alpargatas sí, es decir, todo lo que alguna vez fue la flota argentina, y ya no es.

Quizás el relato en que más se asoma este tono melancólico sea “Brindis”, en que un grupo de hombres de mar reunidos alrededor de una mesa recuerda travesías y barcos legendarios, y brinda por “todo lo que [creían] invencible y naufragó con el tiempo”. Aunque, por supuesto, no necesariamente lo que se cuenta acá son experiencias propias o incluso historias reales. El mismo capitán Gonzaga diría: “De recuerdos gastados, perdidos, están hechas las historias. Es otra cosa lo que se encuentra en ellas. Jamás lo que pasó, jamás lo que vivimos. Si es que se encuentra algo es arena, es viento, es noche”.

Pero de todo lo interesante que se puede encontrar en Noche cerrada, mar abierto(me refiero por ejemplo a la mirada política y social de una época, o de un estado de cosas, que se descubre en los textos), quiero detenerme en la dimensión estética. En cómo, en el medio de esa correntada que es cada relato, aflora, en estado puro, la poesía. Creo que cierta cadencia, cierta repetición que entrega el mar, quedó para siempre pegada en las manos de Duizeide. Porque escribe como si de fondo sonara la música de las olas. O simplemente porque escribe frases así: “Enloquecen de canto los pájaros en la luz crecida”.

Yo leo algunos fragmentos y me parece sentir cómo se me empapa la cara con agua salada, cómo un viento golpetea detrás de las palabras. Por ejemplo, en “Ricercare”: “La tierra que se acerca los distrae a todos. Y de repente no hay mar. Solamente luz. Dura un instante esa fuga. Un instante de oro y verde. Un instante. Después, el día se deshace en hilachas de sangre. Caen las primeras gotas de noche sobre la arena, y posadas encima de esa arena las gaviotas parecen restos desperdigados de una estrella. Vuelve el mar a gritos. Llama con la voz de todos sus ahogados. Y el faro contesta nunca, nunca, nunca”.

A mí me gusta marcar los libros, dejar señaladas las frases que son como un martillazo en los sentidos, que sacuden, por su belleza o por su potencia o por su lucidez para dar en el clavo, por su manera de hablar por nosotros. Frases que me hubiera gustado escribir a mí. Y tengo que decir que este libro quedó bastante rayado. Si tuviera que quedarme con un solo relato, creo que elegiría el que da título al libro. En “Noche cerrada, mar abierto” quien toma la palabra es el capitán Gonzaga, que ya en su vejez, para soportar un presente sin aventuras, porque no hay aventura posible sobre la tierra, cuenta historias y bucea en el abismo de las palabras, esos “peces en fuga”, y se pregunta “¿cómo contar un color que se va, que nos deja, cómo un perfume remoto, un matiz de la lluvia o de la luz?”, y se responde: “Yo mismo me asombro de algo furtivo que late en las palabras, mucho más poderoso que la aventura, mucho más desolador que la pérdida, algo como un hambre, como una huella que me es imposible descifrar”. Imposible también es no reconocerse, de alguna manera, en ese Gonzaga meditativo, que busca palabras y solo encuentra arena, viento, noche.

Podría citar muchas otras frases de esas que quedan resonando, pero es mejor que cada lector las descubra por su cuenta. Así como a esa especie de guiños u homenajes, de diálogo que se adivina en algunas páginas, con otros escritores como Borges, Saer, Juan L. Ortiz o García Lorca, entre otros. Noche cerrada, mar abiertoes un libro que vale la pena conseguir, y releer cada tanto como quien quiere que un viento salado y frío, sonoro, lo despabile, lo arranque por un rato de su tiempo y lugar, y lo lance “a los peligros más hermosos”, como diría el ya entrañable capitán Gonzaga.

 

* Juan Bautista Duizeide (Mar del Plata, 1964) es escritor, traductor y periodista, y fue piloto de buques mercantes.  Publicó las novelas Kanaka y Lejos del mar; los libros de cuentos Contra la corriente Noche cerrada, mar abierto; el libro de no ficción Crónicas con fondo de agua, los libros de ensayos Alrededor de Haroldo Conti Luis Alberto Spinetta, el lector kamikaze, y la antología Cuentos de navegantes. Fue editor de la revista Puentes, publicación especializada en historia reciente, memoria y derechos humanos, así como del informe anual del Comité Contra la Tortura. Ha colaborado con notas para los diarios Clarín Página/12, y las revistas Sudestada, Con V de Vian, Crisis, Siwa, Carapachay, Humo, Lucha armada, ADN Cultura Radar. 

 

** Florencia Lobo (1984) nació en San Miguel de Tucumán pero a los cinco meses ya vivía en Ushuaia, Tierra del Fuego. Trabajó varios años en la Editora Cultural Tierra del Fuego. Actualmente se dedica a la edición y corrección literaria y, entre otras publicaciones culturales, colabora con la revista Excéntrica, del espacio literario Juan L. Ortiz del Centro Cultural de la Cooperación. Publicó el libro de poesía El lento deambular de las tormentas(el suri porfiado, 2018).

 

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