El accionar presente y promesas futuras de los Estados no son suficientes para contrarrestar los efectos adversos del cambio climático. Pero, aún estamos a tiempo de adecuarnos a un accionar virtuoso que proteja el medio ambiente y promueva una economía sostenible.

El estado actual de las políticas, proyectos y programas ambientales globales está lejos de alcanzar el escenario óptimo para no caer en efectos drásticos irreversibles en el planeta. Sin embargo, los países tienen la llave para ganar uno de los desafíos más grandes que hemos afrontado como humanidad.

El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) – conformado en 1988 y hoy con más de 1300 científicos expertos de todos los Estados del mundo- determinó hace varios años un primer límite de 1,5°C de aumento de temperatura media anual en comparación a los niveles preindustriales, siendo 2°C el límite máximo para no caer en efectos drásticos irreversibles en el planeta. El último hito global en materia ambiental del derecho internacional, el Acuerdo de París de 2015, se adecúa a esta premisa y remarca dos vías para lograrlo: la mitigación al cambio climático (implementación de energías renovables, eficiencia energética, buenas prácticas, entre otras) y la adaptación a este fenómeno global (infraestructura resistente a los impactos negativos, por ejemplo).

El IPCC establece cinco escenarios posibles en cuanto a futuros efectos en el planeta en términos de aumento de temperatura media anual, aumento del nivel del mar, variación en las precipitaciones, y otros. Debido a que la institución no determina cuál de los escenarios posibles estamos más propensos a dirigirnos, el think tank Climate Action Tracker (CAT) evalúa las promesas y objetivos de los Estados, políticas actuales y objetivos más optimistas.

Si seguimos con el camino de las políticas actuales, el aumento de la temperatura media global para el año 2100 rondaría un aumento de 2,9°C; si se cumplieran las promesas y objetivos globales estaríamos alrededor de 2,6°C para fin de siglo; y cerca del 2,1°C de aumento de temperatura si se concretaran los objetivos más optimistas. ¿Qué comprende esta última categoría? La consolidación de políticas climáticas que establezcan una economía neutra en dióxido de carbono para 2050, es decir, que las emisiones nocivas de cada país sea compensada por la absorción de bosques, energía renovable o créditos de carbono.

La buena noticia es que cada vez más países se comprometen a tomar este tipo de determinaciones (entre ellos Argentina) y la comunidad internacional estaría más cerca de alcanzar los niveles deseados de reducción de emisiones. No obstante, estas no dejan de ser promesas. Las Contribuciones Determinadas a nivel Nacional (NDCs) son la forma de hablar de este tipo de acciones y proyectos a implementar. 

Joeri Rogelj del Grantham Institute analizó en 2019 el desempeño de siete grandes ‘jugadores’ mundiales en cuanto a emisiones: Argentina, Brasil, China, Estados Unidos, India, Turquía y la Unión Europea, y comparó sus emisiones actuales y las políticas establecidas en sus NDCs. Solo India se enmarcaba en un escenario menor a 2°C (aunque no debemos eludir que tiene un sistema de medición de emisiones condicionado por el crecimiento de su economía y puede resultar ‘tramposo’). Por ejemplo, Turquía está encaminada en una trayectoria que contribuiría a superar los 4°C para fin de siglo, China en más de 3°C y Estados Unidos cerca de los 3°C. Si también sumáramos a Japón o Rusia, tampoco estarían alineadas al Acuerdo de París. ¿Qué hay de nuestro país? El accionar actual implicaría un aumento de temperatura cercano a 4°C. Todos son parte del G20, responsables del 90% de las emisiones históricas. 

La primera apreciación que podemos observar es que las grandes economías no están encaminadas en un accionar virtuoso que preserve el medio ambiente. Segundo, no es lo mismo hablar de países desarrollados o en vías de desarrollo en relación al buen accionar que se les puede exigir, sus prioridades y posibilidades de mitigación y adaptación (reflejado en el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas) pero todos son parte del Acuerdo de París y esto significa compromiso y programas cada vez más ambiciosos. 

Si hasta aquí dilucidamos cierto panorama negativo, dado que el nivel de exigencia actual de las NDCs no es suficiente, la condición que hace que seamos positivos y optimistas es que depende de los Estados el hecho de torcer la balanza. ¿Cómo? Con políticas económicas conscientes. Los Estados pueden reajustarse con nuevas leyes que delimiten programas más exigentes de reducción de emisiones. El gris que tenemos es que no dejan de ser promesas a futuro y siempre hay condicionantes para cumplirlas.

Sin embargo, no podemos caer en la redundancia de señalar y hacer sólo responsables a los Estados, porque dentro, estamos los individuos. Que a su vez, somos parte de organizaciones privadas, públicas, sin fines de lucro. Y ahí está la paradoja: todos tenemos que realizar acciones que vayan por esta vía porque si no la Madre Tierra muere (aunque es inmortal) y perdemos nosotros (en términos económicos y paz social). En el siguiente artículo veremos en qué niveles de financiamiento climático internacional estamos hoy; factor clave para alcanzar lo que nos proponemos.

Por Connor Fernández

Connor Fernandez es profesor en la Universidad de San Andrés en materias de la Licenciatura en Relaciones Internacionales y consultor e investigador en temas de fortaleza institucional, transparencia democrática y cambio climático. Además, está a punto de obtener la Maestría en Derecho y Economía del Cambio Climático por FLACSO Argentina y es Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad de San Andrés. 

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