El pasado viernes 7 de septiembre falleció Fabián Tomasi, un ex peón rural que luchó durante años contra una severa enfermedad causada por los agroquímicos. Su nombre se convirtió en un ícono en la lucha contra el uso de químicos como el glifosato en la industria agropecuaria.
“La batalla contra el glifosato no tiene fundamentos científicos ni legales”, titulaba el diario La Nación un artículo publicado el 18 de junio de 2018. En el texto se asegura que “como si los problemas climáticos no fuesen suficientes, los productores se enfrentan ahora a una cuestión aún más peligrosa que las incontrolables condiciones del clima: la consolidación de mitos en torno a las prácticas agrícolas y a las sustancias y tecnologías implicadas en sus procesos”.
El mito de la peligrosidad de los agroquímicos se cobró el pasado viernes la vida de Fabián Tomasi, ex peón rural entrerriano afectado de una polineuropatía tóxica metabólica severa que le causó una disfunción del sistema nervioso periférico. A causa de ésta enfermedad Fabián pesaba algo más de 40 kilos, tenía todo su cuerpo afectado por deformidades, padecía de intensos dolores y desde que se le diagnosticó la enfermedad, su esperanza de vida era de 6 meses. Durante años luchó contra los efectos nocivos de los agroquímicos con los que trabajó asistiendo a fumigadores en el campo entrerriano. “Era verano, trabajábamos en pata y sin remera, y comíamos sandwiches de miga debajo de la sombra del avión que era la única sombra que había en las pistas improvisadas en el medio del campo”, contó en varias oportunidades. “Nadie me dio una capacitación para manejar agroquímicos. Trabajábamos en cuero y recibíamos millones de litros de veneno. Nos bañábamos en estos venenos. La única instrucción que yo recibí fue hacerlo siempre en contra del viento, así los gases no me afectaban” repetía en sus frecuentes entrevistas.
Fabián es una víctima más de entre miles que son silenciadas cada año por el aparato de poder de las grandes empresas multinacionales que depositan sus intereses en naciones como la nuestra, con regulaciones pobres y controles prácticamente inexistentes. Alrededor del mundo son numerosos los países que han comprendido que la vida es más importante que cualquier interés económico o político y han implementado medidas y controles más severos en algunos casos y prohibiciones absolutas en otros. Sin embargo en Argentina la lucha se da en los pueblos y en los asentamientos rurales, muchas veces ignoradas y tantas otras cuestionadas y ridiculizadas. Mientras, la gente se enferma y muere. “Tengo miedo de morir. Quiero vivir” escribió Fabián en marzo de este año para la revista La Garganta Poderosa. “Actualmente tengo el cuerpo consumido, lleno de costras, casi sin movilidad y por las noches me cuesta dormir, por el temor a no despertar. La enfermedad me hizo adelgazar 50 kilos y he visto mucha gente fallecer por consecuencia de las fumigaciones, pero nadie se anima a hablar”.
En el año 2014 salió a la venta el libro Envenenados, del periodista Patricio Eleisegui. En dicha obra el autor aborda la problemática de las fumigaciones y recorre diferentes testimonios, incluido el de Fabián. Entrevistado por el diario El Federal sobre el caso de Tomasi, Eleisegui explicó que “cuando uno ve lo que dicen las cámaras, las organizaciones que sostienen que las fumigaciones son totalmente inocuas, como CASAFE por ejemplo, ellos tienen criterios que llaman ‘buenas prácticas agrícolas’. Pero cuando uno ve en la página de CASAFE el tipo de protección que tienen que usar las personas que aplican los productos, realmente es ridículo cuando lo trasladás a la realidad, ya que el traje que deberían usar es el traje de un astronauta. Y la pregunta obligada es, ¿si estás personas que están aplicando tienen que tener estos cuidados, qué queda para la población que vive a un lado del campo?”.
La obra de Eleisegui convirtió Fabián en un símbolo internacional de la lucha contra los agroquímicos. La imagen de su cuerpo abatido por la enfermedad es un recordatorio crudo y veraz del peligro al que estamos exponiendo a nuestro pueblo al liberar toneladas de químicos en el ambiente. “Recibí muchas amenazas por visibilizar lo que nos hacen comer, respirar y beber a diario” declaraba Fabián en su nota para La Garganta “pero ya no basta con decir ‘Fuera Monsanto’, porque las cadenas de maldad hoy se extienden al resto de las compañías multimillonarias y se enredan con el silencio. Pues no hay enfermedad sin veneno y no hay veneno sin esa connivencia criminal entre las empresas multinacionales, la industria de la salud, los gobiernos y la Justicia. Hoy más que nunca, necesitamos que paren y para eso debemos luchar, aun en el peor de los escenarios, porque nuestro enemigo se volvió demasiado fuerte…”
Fabián nos habla desde el pasado y nos exige que reaccionemos. Su muerte tiene que significar un punto de partida para el verdadero cambio. Solo así su lucha habrá tenido significado.
Abel Sberna