A solo 2,5 km de Río Mayo, en el corazón de la estepa chubutense, la Estancia Don José es mucho más que un campo: es historia viva, innovación y hospitalidad patagónica. José Mazquiarán, inmigrante navarro que llegó a la Argentina en 1916, fundó la estancia en 1944. Desde entonces, generaciones han trabajado la tierra con pasión y dedicación, convirtiendo a Don José en un símbolo de esfuerzo y arraigo en la estepa.
Hoy, bajo la conducción de Norma Mazquiarán y sus hermanos, Don José combina producción y turismo, transformándose en un referente que atrae visitantes de toda la región y el país.

Según cuenta ADNSUR, quienes se acercan pueden alojarse en cabañas confortables y disfrutar de una variedad de actividades: cabalgatas, caminatas por la meseta y visitas guiadas al criadero de guanacos Guenguel, donde se produce fibra de alta calidad.
Entre lana de guanaco y agua de manantial
Norma cuenta que sus hermanos siempre fueron muy emprendedores y, en esa búsqueda, Nelson decidió analizar la lana del guanaco, aquel animal que veía tan “elegante, esbelto, con ojos grandes y pestañas largas”. Siempre pensaba: “seguramente tiene algo muy valioso” y no se equivocó.
En un trabajo de campo, donde se hace la esquila y se manda a analizar la lana de ovino para ver su finura y su rendimiento, Nelson también mandó a analizar lana de guanaco, y los resultados lo sorprendieron: el animal tenía lana mucho más valiosa y más fina que la de la oveja. Así, con las autorizaciones correspondientes, decidieron armar un criadero de guanaco y comenzar a trabajar su lana.
El proyecto comenzó con la captura de 36 chulenguitos el primer año y otros 36 en los dos siguientes. Los guanacos eran criados con cuatro mamaderas, cuatro veces al año, durante cuatro meses, y luego estaban listos para alimentarse solos. Recién en el cuarto año nacieron los primeros guanacos de criadero y el proyecto ya tomó un mejor curso.
La modalidad era sencilla: se esquilaba una vez al año y no se trabajaba la carne. El gran objetivo era mantener la especie para ayudar a reconvertir la economía de los campos de la Patagonia, tan afectados por los animales depredadores, las grandes distancias y las condiciones climáticas que hacen todo más difícil. Así, nació Guenguel, el emprendimiento de fabricación de fibras finas, lanas de merino australiano y guanaco, entre otras variantes, y la confección de prendas tejidas.

Nelson siempre vio en el guanaco algo especial y un día lo comprobó, cuando decidió analizar la lana del animal. Foto: La Nación.
El proyecto alcanzó toda la cadena de valor y, de alguna forma, también fue el impulsor del turismo en la estancia, por aquella gente que conocía los suéteres, camperas, sombreros, gorras y quería ver en primera persona cómo era el criadero de guanacos.

Juan Mazquiaran y Cirila Murillo son los padres de los hermanos Mazquiarán. En la fotografía junto al antiguo galpón de la estancia. Foto: La Nación.
Agua de manantial y guanacos: el valor de lo auténtico
La estancia también alberga un emprendimiento que resalta el espíritu innovador de sus dueños: la planta embotelladora de agua de manantial Orizon. Esta agua, que brota pura en un entorno natural y orgánico, es embotellada y distribuida manteniendo los valores de sustentabilidad y cuidado del ambiente.
El criadero de guanacos, por su parte, representa un compromiso con la biodiversidad y la cultura local. La fibra obtenida de estos animales es reconocida por su calidad y suavidad, y forma parte de una cadena de producción que respeta los ritmos de la naturaleza y el trabajo de la comunidad.

Desde Don José, cada experiencia está pensada para mostrar la riqueza de la Patagonia: el sabor del aire puro, la inmensidad de los paisajes y el calor humano de quienes viven y trabajan en la estancia. La historia de esta familia es también la de un territorio que sigue buscando nuevas formas de crecer, sin olvidar sus raíces.
Para más información sobre actividades y reservas, se puede consultar la nota original en ADNSUR.