A primera vista, el negocio luce bestial: China “emitió” 135 millones de viajeros al mundo en 2016, que gastaron yuanes por el equivalente a US$ 260.000 millones, según la Organización Mundial del Turismo. Un flujo anual que es más de cinco veces el stock de reservas de Banco Central de la Argentina. Al mirar los números en detalle, se observa que cerca del 80% del turismo chino se queda en Asia. El resto suele conocer primero Estados Unidos y Europa. Sólo después recae el viajero en nuestra región, donde se reparte principalmente entre Brasil, primero y la Argentina, después.

Así describen el pasaporte chino promedio quienes conocen el mercado. Con 44.000 visitas en 2016, explican que es hoy un negocio marginal en la Argentina, similar al de una ciudad pequeña o mediana brasileña. Sudamérica en general presenta múltiples desafíos para captar a estos viajeros, pero hay una realidad: el turismo chino seguirá creciendo y hay quienes comparan sus efectos en la industria de viajes con los de la invención del avión aerocomercial. De cara al G-20, la Argentina será una importante vidriera para Asia en 2018, y los deberes deben hacerse de antemano si se quiere tomar máximo provecho de aquello.

Está claro que la solución al déficit de cuenta turística, que alcanzó egresos netos por US$ 8500 millones en 2016, según el Banco Central, y que tuvo en el primer semestre una caída cercana al 30% interanual, no llegará por la sola magia china. De cualquier forma, necesidad y la oportunidad obligan a jugadores privados y públicos a desarrollarse para un mercado que aún entrega dos dígitos de crecimiento año tras año.

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