Nicolás Romano (Buenos Aires, 1951): Escritor y estibador retirado del puerto de Ushuaia. Ha recibido reconocimientos provinciales y nacionales, ganado varios concursos literarios y sus cuentos han aparecido en distintas antologías. En 2010 publicó A palo seco a través de la Editora Cultural de Tierra del Fuego, y en 2012 fue reeditado por la misma editorial.

 Segunda parte: “Mirando el mundo desde el fondo de una bodega”
 

-¿Vos escribís desde siempre? Sé que publicaste de grande…

-Publiqué tarde y empecé a escribir tarde. Esto está relacionado con mi trabajo de estibador en el puerto. Yo empecé a trabajar en el puerto porque era un lugar que me interesaba: una, porque siempre he sido un aventurero y lo sigo siendo; y después, porque cuando llegué acá a la isla, hace 35 años, todavía traía esta temática que nos tomó durante los 70´s, la de hacer política desde la marginalidad, desde lugares donde poder construir, pero desde el pie. Así que entré a trabajar en el puerto, pero lo que no imaginé es que me iba a quedar trabajando 7 años y que mi familia iba a terminar dependiendo de si llegaba un barco o no, de si a fin de año las empresas nos daban un pan dulce o no. He visto tantas injusticias en ese lugar. Cuando salió el decreto de Menem que desregulaba los puertos, tomamos el puerto y nos enfrentamos a la antimotines, y después nos fueron dejando afuera a los estibadores viejos. Apenas salí, todo eso que se había ido macerando en mí, eso de mirar el mundo desde el fondo de una bodega, empezó a tomar forma. Tenías que entregar la tarjeta a las 6:30 de la mañana y a las 7 (sobre todo en esta latitud, en invierno) estábamos en el fondo de una bodega tirando bolsas de harina o de cemento. Bolseábamos en varios turnos, a veces, hasta las 10 de la noche… A veces había que seguir de largo hasta el otro día. Arriba habían pasado las estrellas y daban la vuelta y volvían, y vos seguís en el fondo de una bodega tirando bolsas.

He visto tantas injusticias, te decía. Como por ejemplo, que los barcos, los cargueros, los mercantes que llevan el pescado, que llevan la carga, sobre todo los coreanos, los chinos, he visto que cambian las lingas (que son de acero) cuando se cortan. Y cuando se cortan cae la pernada y aplasta a alguno, lo mata.

Me acuerdo del viejo San Juan, un viejo estiba que nos hacía reír a todos, un tipo que tenía sus manos para trabajar, nada más. Vivió y dejó la vida laburando. Un día cae una carga y mata a un estibador. El oficial de policía, el escribiente, le pregunta al viejo qué había pasado. ¨La huevada estaba arriba y el huevón abajo. Cayó la huevada y cagó el huevón¨. ¿Alguna cosa más para declarar? ¨Ninguna huevada más.¨ (RISAS) Entre huevada y huevada se te iba yendo la vida. Nos echaron del puerto en el 94, y ahí empecé a escribir. En realidad venía mirando todo, así como el militante está siempre atento mirando la contradicción que marca el sistema en un lado o en otro, yo miraba todo en imágenes, construyendo una escritura mental que no volcaba al papel. Vivía escribiendo sin escribir.

-Me quedé pensando. Hay una literatura amplia y conocida sobre marineros, sobre la aventura del mar, pero no recuerdo nada sobre los puertos.

-Es verdad. Bien de esa vida en el puerto fue mi primer cuento, Pisotón. Me pasó que cuando lo escribí, lloraba. Fíjate cómo la llevaba dentro a esa narración. Fui y se la leí a los compañeros. Algunos de estos viejos eran de Chiloé… Los poquitos chilotes que quedan tienen más de 80 años. A esa gente le fui a leer ese cuento y se les enrojecieron los ojos. Entonces dije: en algún clavo invisible estoy pegando. Eso me animó a seguir.

-¿Y el lector cuándo nació en vos?

-El lector nació de siempre, pero con muchísimas lecturas pendientes. Yo entré en el 70 a estudiar filosofía en la UBA. Era una época de mucha resistencia y efervescencia política, que dejó marcada e incluso desaparecida a una generación, que dejó marcado al país. No respeté correlatividades y fui eligiendo las materias en función de lo que me servía a mí para la lucha ideológica. Por supuesto, no me recibí (RISAS). En esa época encontraba compañeros de mi edad con un nivel político y unas lecturas, que yo nunca tuve. A mí me movía mucho la acción, entonces no fue mucho lo que leí. Tengo miles de lecturas pendientes. A veces pienso cómo sería mi escritura si hubiera leído todo lo que me habría gustado leer. Pero no fue así. Quizás no hubiese variado nada. Es misterioso el tema de escribir.

-Te animás nombrar algunos escritores que vos consideres como tus maestros o libros que te gusten.

-La novela que más me gustó siempre fue Pedro Páramo de Juan Rulfo. También sus cuentos. Mucho más que García Márquez. Y todo lo que fue el realismo mágico, que todavía lo voy leyendo. Desde George Amado, que me parece fantástica la literatura que escribe, pasando por Asturias y su lucha contra el imperialismo en Guatemala… Me gusta también Daniel Moyano, sus cuentos y novelas me parecen extraordinarios, y es un escritor que fue injustamente olvidado. Obviamente, los cuentos de Haroldo Conti son increíbles; Humberto Costantini, el autor de El cielo bajo los durmientes; Walsh, también. Un poeta que leí insistentemente durante mucho tiempo fue Tejada Gómez, me encantaba cómo escribía.

 

 

Fede Rodríguez

 

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