Infobae – Si el diario personal del chofer Oscar Centeno refleja, como todo parece indicar, los hechos tal como ocurrieron, el drama de la corrupción argentina se podría resumir en dos frases: “Dos ex presidentes de la nación —Néstor y Cristina Kirchner— recibían en su domicilio particular y en la residencia de Olivos bolsas con cientos de miles de dólares”. “Algunas de esas bolsas eran entregadas por miembros muy destacados de la empresa familiar del actual presidente, Mauricio Macri”.
La riqueza de la historia desatada esta semana radica en que su dinámica es absolutamente imprevista. Hasta aquí, era habitual que un juez procesara o encarcelara cada tanto a algún ex funcionario kirchnerista o un empresario ligado a la órbita de poder K., como Cristóbal López o Lázaro Báez. La Justicia, en cambio, no apuntaba contra empresarios externos a ese círculo o contra personajes vinculados al poder actual.
Lo que está ocurriendo en estos días traspasa esos límites. Ya están entre rejas empresarios clave de los grupos Macri, Pescarmona, Albanesi, y de las empresas BTU, Isolux. El viernes se entregó el ex presidente de la Cámara Argentina de la Construcción, Carlos Wagner, tal vez el hombre clave de esta causa. Si Wagner se acogiera a la figura del arrepentido, caerían todos los hombres beneficiados por la obra pública de un lado y del otro del mostrador. Fue allanado el poderosísimo grupo Techint. Los nombres de los empresarios presos manchan a todos los sectores políticos dominantes: en la misma situación están Gerardo Ferreyra, de la kirchnerista Electroingeniería, y Javier Sánchez Caballero, la mano derecha de Ángelo Calcaterra, el primo del Presidente.
Algo nuevo está ocurriendo. Las novedades judiciales vuelven a sacudir a la alicaída autoimagen kirchnerista como sucedió ya con el escándalo de Sueños Compartidos, la tragedia de Once o el episodio de los bolsos en el convento. Para un sector del kirchnerismo —los actores, los militantes de base, los intelectuales e incluso muchos ex funcionarios— cada vez que se descorre el velo es un mazazo: muchos de ellos no participaron de la fiesta o lo hicieron solo por montos marginales, pusieron el cuerpo a disposición de sus ideales y se encuentran con que tienen que responder, una y otra vez, por esta vergüenza. Por alguna razón de orden psicológico no terminan de desprenderse de esa identidad que tantos disgustos innecesarios les ha provocado y les seguirá provocando.
Las mismas características de la causa demuelen los argumentos clásicos de ese sector que, esta semana, esbozó el ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández, de regreso en el círculo cercano de CFK. Si esto lo armó la Casa Rosada, como sugieren, ¿cómo es que cae detenida una figura central del grupo Macri? Si, en cambio, se trata de una construcción de Jaime Stiuso, ¿cómo es que en la lista de imputados figura Javier Fernández, un miembro de su círculo íntimo?
Pero los problemas, esta vez, no quedan encerrados en la letra K. La detención de Javier Sánchez Caballero abre una seria pregunta sobre el rol que tuvo en el escándalo de las bolsas Ángelo Calcaterra, el dueño de la empresa en esos años. El nombre de Calcaterra aparece mencionado también en los testimonios de los ejecutivos de la empresa brasileña Odebrecht sobre el reparto de sobornos por el soterramiento del tren Sarmiento. El cerco sobre él parece angostarse. El viernes pasado, luego de mucha resistencia, la Procuración General firmó un acuerdo con la Justicia brasileña para recibir los testimonios de los ejecutivos de Odebrecht. A Calcaterra lo mencionan en Argentina los cuadernos de Centeno y en Brasil los testimonios del Lava Jato. Calcaterra fue favorecido por Macri cuando, semanas después de la asunción, le otorgó cientos de millones para que terminara la obra del tren Sarmiento. ¿Qué hará ahora el Presidente con su conflictivo primo?