En Los Antiguos, Santa Cruz, la producción de cereza es el resultado de generaciones que aprendieron a leer la tierra, podar en el momento justo y esperar… sobre todo esperar, a que la luz y el frío le den forma a un sabor único. Ahora, ese trabajo tiene un sello propio: la Denominación de Origen.

Hay un rincón al pie de la meseta, donde la paciencia es la única receta posible. Es ahí en Los Antiguos donde las cerezas no solo maduran: se transforman en un símbolo de lo que la tierra y la gente pueden lograr juntos, aun contra todo pronóstico.

La reciente Denominación de Origen para la Cereza del Valle de Los Antiguos confirma lo que muchos sabían hace tiempo: que el frío, la luz y la dedicación pueden crear un fruto distinto, que no se parece a ningún otro.

Un sabor que nace de la tierra y el tiempo

“Nuestro equipo acompañó desde el comienzo, con asesoría técnica y luego con puntos como las técnicas de campo, empaque, postcosecha, elaboración de productos alternativos con cerezas, riego”, recordó San Martino y agregó: “Así determinamos las características que diferencian a estas cerezas de otras en otros lugares: el dulzor, la firmeza, el color y la acidez percibida. Para lograr una denominación de origen se toma en cuenta, además de la zona productiva, la forma de hacerlo”.

Pero, ¿qué tiene de especial una cereza de Los Antiguos? Mucho. Desde su dulzor inusual y firmeza al tacto, hasta ese color rojo profundo que la distingue. Todo esto es producto de una geografía y un clima irrepetibles. El valle, enclavado junto al lago Buenos Aires, presenta un microclima particular: la amplitud térmica es grande, hay una luminosidad intensa y una humedad relativa que ayuda a que el fruto crezca más lento, más firme y más sabroso. Mientras en otras zonas el desarrollo del fruto puede tardar entre 50 y 85 días, en Los Antiguos puede llegar hasta superar los 100. Y esa espera vale la pena.

Del sueño a la Denominación de Origen

Federico Guerendiain, productor y tesorero de la Cooperativa El Oasis, lo resume así: “Estas cerezas son distintas. Lo logramos gracias a un trabajo colectivo, al acompañamiento del INTA y a la pasión de la gente que vive de esto. Hoy tenemos un sello que avala lo que somos y lo que hacemos”. Y no se trata solo de competir en los mercados: es una forma de sostener una forma de vida.

La historia de estas cerezas habla de noches frescas y días largos, de podas que dejan pasar la luz, de riegos medidos al detalle y cosechas que no dependen solo de los números, sino de la intuición y la experiencia.


Diego Aguilar, productor y presidente de la Cámara de Cerezas de Mendoza, lo dice con orgullo: “La denominación de origen es mucho más que un papel. Es la certeza de que este lugar y este fruto tienen algo único para contarle al mundo”.

Hoy, la cereza más austral del planeta sigue creciendo en los suelos volcánicos de Los Antiguos, esperando el momento justo para mostrarse. Porque acá, en el extremo sur, no todo es viento y silencio. También hay pequeños frutos rojos que guardan historias que valen la pena ser contadas.

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