Entrar a las instalaciones es sumergirse en un viaje con algo de magia. Lo primero que te recibe es una pared blanca, impoluta, con un cartel que en inglés dice “fábrica de felicidad”. Y eso es Chinoa chocolates. Felicidad 70% cacao.

Carlos es un entusiasta. Sí, también es ingeniero, inventor, chocolatero, padre, esposo, pero lo que más resalta a simple vista es su entusiasmo. Habla de Chinoa como quien habla de sus sueños. Y de alguna manera ese sería un gran resumen.

Con paciencia y sin saltearse ningún detalle pone primera y describe puntilloso todo el proceso. Dice con orgullo que el suyo es de los pocos chocolates que se elabora desde el grano. Y lo hace acá, casi a la vuelta de tu casa.

Los granos de cacao adornan el paisaje interno con mil distintos tonos de marrón. Con paciencia y sin sacar los ojos de encima, después de seleccionarlos, se llevan al horno para su tostado. Este aroma será la compañía perfecta el resto del recorrido.

Carlos repasa cada etapa del proceso con un brillo en los ojos que delatan la pasión por lo que está haciendo. Relata de memoria qué y cuánto necesita para lograr un refinado único que demanda 48 horas de proceso continuo dentro de una máquina que tuvo que importar desde los Estados Unidos. Pero esas son minucias, lo importante lo lleva adentro, como su chocolate.

Chinoa no es solo un producto que se elabora de manera artesanal en el mercado local. Se trata de un festejo particular. De una celebración de una familia que va a cumplir 10 años en estas tierras australes y que está tan agradecida a lo que les dio, que se lo quieren devolver haciendo algo único.

Si bien la idea de Carlos y su familia es crecer, ampliar el abanico y ofrecer distintas alternativas de productos, mientras tanto abonan la cultura local haciéndole honor al playero rojizo. B95, tal vez el ave más famosa de la región, tiene en el empaque de Chinoa un breve homenaje que lo representa a la perfección.

Mientras tanto aparecen otros emprendedores que se suman a la fuerza del chocolate y proponen ideas nuevas. Tés blendeados con cascarilla del grano de cacao traído desde Ecuador, platos únicos que se espejan con el chocolate que parte desde la planta de Río Grande, delantales que se transforman en piezas únicas de diseño, pero sustentables y que hacen que todo tenga una identidad propia. Única.

Templado, corre como el río Grande con la fuerza de la destreza de los brazos que lo agitan para que conserve su gracia. Se mueve como en una coreografía aprendida a la perfección, ningún paso sobra, ningún paso falla. El papel dorado lo envuelve para darle el carácter de alhaja que se merece.

“Tú, puedes ser dulce y amargo y le gustas a toda la gente, chicos y ancianos. Cuando estamos tristes, nos consuelas con tu sabor. Puedes tener muchas formas, pero tu sabor y tu bondad no cambian nunca”, escribió alguien en una oda a la que no le sobra nada.

El nombre de la marca tiene su propia historia, pero lo interesante está en descubrirla uno mismo. Indagar, curiosear, llenarse de una estética absolutamente personal que despierta todos los sentidos.

“Chinoa es sinónimo de felicidad y lo que nosotros buscamos con nuestro chocolate es que cada quién encuentre su Chinoa”, dice Carlos como una expresión de deseo que le quema el pecho. Realmente anhela que un cuadradito marrón y perfumado pueda cambiarnos el día. O la vida.

Roald Dahl nunca sospechó que en el fin del mundo habría un hombre que le pondría carne y hueso a su historia más conocida.

*Chinoa: Ingeniería del cacao está en Cabo Primero Gómez 2541 de la ciudad de Río Grande, Tierra del Fuego.

María Fernanda Rossi

Seguí leyendo El Rompehielos: CULTURA

Deja tu comentario