Este roedor, conocido también localmente como vizcacha o incluso ardilla, es una especie que solo habita un sector reducido del oeste de Santa Cruz y zonas aledañas de Chile, lo que lo vuelve vulnerable a la extinción. Conocer más sobre sus hábitos y comportamiento resulta necesario para su conservación.

El Chinchillón anaranjado (Lagidium wolffsohni) es un roedor de distribución muy restringida, que ocupa el sector más occidental de la provincia de Santa Cruz y el oriental de las regiones de Aysén y Magallanes, en Chile. Generalmente vive en ambientes rocosos cordilleranos y acantilados o roquedales de cañadones esteparios, alimentándose de las pequeñas plantas que crecen cerca de sus refugios.

Emanuel Galetto es coordinador de la Fundación Rewilding Argentina en Parque Patagonia. Nos cuenta que antes de su llegada a la zona, no sabía de la existencia de esta especie y cuando Leandro, su compañero de trabajo -que ya llevaba unos meses en la región- le comentó acerca de la “ardilla” del roquedal, no podía imaginar a qué animal se estaba refiriendo.

“A los pocos días de instalarme en la región, visitamos el imponente Cañadón Pinturas y luego de recorrer varias grietas logramos avistar una familia de esta especie tomando sol. Su espeso pelaje anaranjado se confundía con las rocas del paredón. Siempre vigilantes, ante cualquier indicio de peligro y tras una corta vocalización, daban pequeños saltos para desaparecer en alguna grieta.”

Dentro de los objetivos que la Fundación Rewilding Argentina se plantea, se incluyen el conocer más sobre la ecología y hábitos de la especie, como así también revertir las extinciones locales traslocando individuos a los roquedales donde han desaparecido por acciones antrópicas. Una de estas acciones es la caza, que ha hecho desaparecer al chinchillón de varios de los paredones que habitó en el pasado.

“Comenzamos a colocar cámaras trampa en cada grieta o roquedal que encontrábamos” dice el coordinador. “Recorrimos cada rincón del Cañadón Pinturas, de la meseta Sumich, del cerro Chato, examinando la mayoría de los roquedales que se encuentran dentro de las propiedades de la Fundación. Debíamos aprender todo lo que pudiéramos de esta especie virtualmente desconocida: preferencias del terreno, estructura familiar, horarios de actividad, área de distribución, amenazas, entre muchas otras cosas”, explica. Fue así que los científicos monitorearon varias familias a través de cámaras trampas y observaciones directas.

En junio de 2019 se inició la segunda etapa del proyecto, capturando diez individuos y equipándolos con un collar VHF. “Nunca antes se había capturado un chinchillón anaranjado y menos aún se había utilizado telemetría para estudiar la especie, por lo que se trataba de un desafío importante” se entusiasma Galetto. El primer paso consistió en que los animales entraran a las trampas “Tomahawk” (unas especies de jaulas) con las que los serían capturados sin lastimarlos. “Colocamos varias trampas inactivas en las zonas que era más habitual verlos. Tras varias semanas sin tener éxito, comenzamos a agregar cebo para animarlos a entrar. Probamos con todas las frutas conocidas, pero nada parecía atraer la atención de la ‘ardilla’ patagónica” relata.

Luego de meses de lo que consideraron un fracaso tras fracaso, Emanuel Galetto sentía que estaban a punto de darse por vencidos, hasta que encontraron su debilidad: alimento balanceado para conejos. “Nuestra suerte había cambiado y comenzamos a capturar los primeros individuos.

El 5 de julio de ese año, un equipo conformado por veterinarios, técnicos de campo y biólogos logró capturar el primer individuo, una hembra de 2,5 kilogramos de peso, bautizada “Yoana”.

“Sostener el pequeño animal entre las manos fue una experiencia gratificante. Sabíamos que estábamos dando inicio al largo camino para recuperar las poblaciones del chinchillón anaranjado en la Patagonia, y aportando información valiosa para el manejo del resto de las especies que integran la familia Chinchillidae” relata.

Ya pasó más de un año desde la primera captura. Diez collares fueron colocados a diferentes individuos que integran seis familias residentes del Cañadón Pinturas. La información obtenida es invaluable.

A partir de esto, los especialistas van descubriendo poco a poco los secretos de esta especie. “Hoy estamos preparados para la última etapa del proyecto: realizar las primeras translocaciones hacia los paredones de los que nunca debieron desaparecer”, finalizó.

Daniela Mancilla Provoste

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