“Turismo & Naturaleza” es una serie de relatos de aventura que invitan a explorar paisajes fueguinos desde adentro.

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La cápsula del tiempo del Lago Fagnano

Pareciera que no hay mucho que escribir acerca del Lago Fagnano (o Khami) que pueda interesar al lector fueguino porque, al fin y al cabo; ¿Quién no ha recorrido su costa alguna vez? 

Es cierto que probablemente no todos sepan que es uno de los 6 lagos con mayor superficie del país. También puede parecer novedoso para algunos que representa en realidad una falla geológica en donde friccionan dos placas tectónicas: la costa norte es parte de la placa Sudamericana, mientras que la costa sur se sostiene sobre a la placa de Scotia. Pero ya se ha escrito todo lo que se tenía que escribir acerca de estas y otras curiosidades geográficas, por lo que trataré de invertir mejor el escaso tiempo del lector.

“Para el que mira sin ver, la tierra es tierra nomás…” escribió alguna vez Atahualpa Yupanqui, y no creo que buscara con esta frase hacer referencia a las dimensiones de los lagos o a las fricciones de las placas. Tal vez partiendo de algo mucho más simple podamos llegar a reflexiones igualmente interesantes, si logramos ver un poco más allá de lo que miramos.

Cae la tarde en el Lago Fagnano o Khami

En nada de esto pensábamos con mi amigo El Cofla mientras buscábamos leña caída para alimentar la salamandra. Habíamos llegado al refugio de Canal con un grupo de amigos pasado el mediodía y aprovechábamos las últimas horas de luz para recorrer el bosque que lo rodeaba en busca del combustible que nos mantendría cálidos durante la larga noche invernal.

Concentrado en la selección y recolección de ramas estaba yo cuando mi compañero de expedición me llamó la atención hacia un añoso árbol de lenga de dimensiones realmente imponentes. El ejemplar se levantaba, hasta ese momento, invisiblemente frente a mí en lo que parecía ser un típico caso en el que el bosque no te deja ver el árbol (aunque algo invertido, a decir verdad…). 

Antigua Lenga (Nothofagus Pumilio)

No era la altura del espécimen lo que más llamaba la atención, sino el diámetro de su tronco que debía medir al menos 80 centímetros sin exagerar (y, tal vez, más de un metro si se me permite correr el riesgo de hacerlo). Frente a ese formidable árbol estábamos los dos de pie, tan diminutos, apoyando nuestras manos en la corteza y preguntándonos cuán antiguo sería semejante ejemplar. 

Más tarde descubriríamos que, según un estudio de los anillos de crecimiento llevado a cabo por investigadores de la Universidad Mayor de Santiago de Chile (*), una lenga (Nothofagus Pumilio) con un tronco de 40 cm de diámetro puede tener una edad aproximada de doscientos años, lo que da una tasa de crecimiento promedio de 2 milímetros por año. Una rápida cuenta nos lleva a calcular la edad de este árbol en aproximadamente 400 años.

Chaska  y Cala colaboran con la recolección de leña

Es decir que, seguramente, durante los tiempos de la Revolución Francesa en 1789 este ejemplar era ya un árbol alto y maduro que contaba con bastante más de 100 años de existencia. De igual manera, probablemente tuviera un tronco de 40 centímetros de diámetro cuando en 1830 Fitz Roy y su tripulación se convirtieron en los primeros europeos en navegar el canal que denominaron Beagle, hasta ese momento conocido por los nativos como Ona-shaga, que en lengua Yámana significa “canal de los cazadores”.

Nuestro trabajo de recolectores de leña continuó su curso y la salamandra ardió como corresponde, al igual que la parrilla que estaba siendo preparada para contentarnos con un prometedor asado. Mientras tanto, nosotros seguíamos dándole vueltas al asunto y reflexionando acerca de la perspectiva correcta de nuestra existencia en relación a los tiempos de la naturaleza.

Refugio Canal. Lago Fagnano.

El refugio es amplio, con una capacidad para aproximadamente treinta personas sentadas, y una parrilla de dimensiones considerables. Varias ventanas y parte del techo traslúcido nos permitieron aprovechar hasta el último rayo de luz natural antes de encender las velas y linternas. Éramos solo diez, así que estábamos más que cómodos con las instalaciones y solo debíamos atender la responsabilidad de alimentar el fuego de la salamandra de vez en cuando, lo cual se convertía en realidad en un entretenimiento más.

El tema volvió a surgir durante la noche, y a alguno se le ocurrió que el árbol era como una especie de cápsula del tiempo a través de la cual uno podía recordar hechos históricos contemporáneos al enorme tronco y reflexionar acerca de la velocidad con la que vivimos en la actualidad. 

Interior del refugio

De esta manera nos sorprendió la sobremesa pensando en que hasta 1870, cuando el primer hombre blanco se instaló en la isla, las raíces de este árbol sólo habían sido pisadas por algún Selk’nam que transitara el bosque en busca de guanacos. Eso también nos llevó a reflexionar en que, tan solo 40 años después el Gobernador Valdez estimaba en 155 la cantidad de nativos en Tierra del Fuego (Belza, 1977). Nos resultó conmovedor y aterrador pensar en cómo se pudo diezmar de tal manera una población milenaria en el mismo período de tiempo en el que este árbol creció tan solo 8 centímetros.

Despertamos al día siguiente mucho más optimistas, ayudados seguramente por un amanecer de película que, paradójicamente, se ven más a menudo acá en Tierra del Fuego que en las películas mismas. El frío aire invernal de la mañana se mezclaba con el perfume del bosque y una caminata hasta la costa del lago fue un buen preámbulo para los mates, cuando todavía estos se podían compartir entre amigos sin sentirse uno casi un terrorista de la salud pública.

Amanece en el Lago Fagnano

Nos quedaba todo el día por delante, aunque ya no quedaba claro si eso era mucho o poco tiempo. El árbol quedaría en pie probablemente unos cien años más, o tal vez se cayera esa misma noche. Lo que no cambiará es lo insignificantes que parecemos parados frente a un simple árbol, porque si este se derrumba tendrá miles o tal vez millones de años más para volver a crecer; pero difícilmente nos quede tanto tiempo para reparar nuestros descuidos. 

Mientras tanto, aprender y recuperar los lazos perdidos con la naturaleza pareciera ser el camino a seguir, porque para el que mira sin ver, el árbol es un árbol nomás… pero si lográramos ver el árbol que nos esconde el bosque tal vez, y sólo tal vez, tengamos una oportunidad.

Damián Villalón, licenciado en Turismo en la Universidad Nacional de Lanús (UNLa).

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(*) Referencia: Universidad Mayor, Escuela de Ingeniería Forestal. Santiago. Chile.

Auspicia: CANAL

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