Se cumplen 43 años del golpe de Estado encabezado por Jorge Rafael Videla y, detrás de él, las distintas ramas de las fuerzas armadas. Al día siguiente de la fecha que hoy convertimos en Memoria, Verdad y Justicia, el diario Clarín titulaba: “Total Normalidad. Las Fuerzas Armadas ejercen el Gobierno” y la normalidad se convirtió en terror. La noche más profunda de la República Argentina entró en vigor.

Diario Clarín. 25 de marzo de 1976

En tono con la región, por orden y con apoyo de los Estados Unidos, se llevó a cabo el macabro Plan Cóndor. Hablar del “contexto” que “propició” el golpe, sería justificarlo. No hay lugar, no hay motivos, ni excusas para decir que el Golpe vino a ordenar (o reorganizar) la Argentina. Lo cierto es que la excusa en sí fue el Golpe de Estado. Era necesario implementar un sistema de economía que ordenaba el Tío Sam. Y, para hacerlo, la mejor herramienta era la sangre, las balas y las picanas. El Estado se convirtió en un monstruo, para dejar que el Mercado hiciera de las suyas. El neoliberalismo entró en la Argentina de la mano de Martínez de Hoz y las vidas se fueron de la mano de los genocidas.

Son innumerables los casos que dan testimonio de los crímenes contra la humanidad que llegó a cometer la Dictadura, y aunque muchos son de público conocimiento, bien vale la pena mencionar dos de ellos.

Néstor de Vincenti había estudiado arquitectura. Fue en la facultad donde conoció la militancia y decidió participar de la Juventud Peronista. En noviembre de 1976, Néstor se encontraba con su novia, Raquel Mangin, en una casa de la calle Aguero 4586, en Villa Domínico, Provincia de Buenos Aires. Un grupo comando de la dictadura irrumpió en la casa, golpeó salvajemente a los jóvenes y se los llevó, vivos. Nadie, nunca más, supo algo sobre ellos.

Diana teruggi se encontraba, junto con cuatro de sus compañeros, en una casita de la calle 30 de la Ciudad de La Plata. Todos eran militantes y, en la parte de atrás de la casa, se dedicaban a la impresión de la revista clandestina “Evita Montonera”. El 24 de noviembre un operativo, liderado por Suraez Manson, Camps y Etchecolatz, abrió fuego contra la casa. Las crónicas y reconstrucciones hablan de un ataque feroz. Ninguno de los cinco adultos sobrevivió. Quien sí lo hizo fue Clara Anahí, la hija de Diana Teruggi, que en ese entonces tenía tan solo tres meses de edad. Clara Anahí fue secuestrada por quienes dirigían el operativo. Su padre, Posky Mariani, luego de permanecer en la clandestinidad durante un tiempo, también fue asesinado.

Casa de la calle 30. La Plata.

Las semillas de los hijos fueron cosechadas por sus madres y fue así como la mamá de Néstor, Azucena, se dedicó a buscarlo golpeando puertas, pero solo recibía evasivas y burlas por funcionarios de la dictadura. Fue entonces que Azucena organizó, junto a un grupo de familiares, reuniones en Plaza de Mayo con el objetivo de reclamar públicamente por la vida de sus hijos. El 30 de abril de 1977 catorce mujeres comenzaron a marchar. Catorce Madres de Plaza de Mayo.

El 10 de diciembre Azucena estaba caminando por la avenida Mitre y un grupo la interceptó, ella se tiró al piso, gritando, pero la cargaron y la llevaron a la ESMA, el mayor centro clandestino de detención del país. A la fundadora de Madres de Plaza de Mayo la asesinaron junto con otras ocho personas que, dos días antes que ella, habían sido secuestradas en la Iglesia de la Santa Cruz. Ambos operativos tuvieron éxito gracias al joven marino Alfredo Astiz que, infiltrado, ayudó a que la Armada diera con Azucena. El mismo Astiz años más tarde fue a la guerra de Malvinas y se rindió sin disparar un sólo tiro. Hebe, también madre de desaparecidos, tomó la posta de la organización y la dirige hasta el día de hoy. Cuando Hebe habla de sus hijos, más de cuarenta años después, se le llenan los ojos de lágrimas.

Azucena Villaflor

Chicha, la mamá de Posky, se enteró que Diana, su nuera, había sido asesinada en la casa de la Calle 30 y creyó que su nieta, Clara Anahí, había sufrido el mismo destino. Hasta que le dijeron que no. Que a Clara la habían sacado viva. Chicha se dedicó a buscar a su nieta, pero tampoco podía hacerlo sola. Entonces, y con la experiencia de Madres en marcha, se juntó con otras once abuelas que, organizadas, comenzaron una tarea que continúa al día de hoy: encontrar a los nietos apropiados. No a uno. A todos. Y cada nieto encontrado fue una victoria de todas y cada uno de ellos era el nieto de todas. Chicha Mariani murió sin saber dónde está Clara Anahí.

Chicha Mariani. La foto que tiene en sus manos es de Clara Anahí, su nieta.

Entrada la democracia, durante la presidencia de Raúl Alfonsín, se creó la CONADEP, encargada de investigar las violaciones a los derechos humanos llevada adelante por la dictadura militar. Pero la CONADEP no tenía la capacidad de juzgar, solo de investigar e informar. Entonces se llevó adelante un hecho inédito en la historia: el Juicio a las Juntas. Era la primera vez que la justicia civil condenaba a militares y el fiscal Julio César Strassera dijo para siempre “Señores Jueces, Nunca más”.

Pero años más tarde todo volvió a teñirse de negro gracias a las leyes de impunidad, impulsadas por el propio Presidente. La obediencia debida y el punto final rigieron en la Argentina durante casi dos décadas.

Aquellos que no habían logrado esquivar a la justicia con las leyes de la impunidad fueron bendecidos por la firma de Carlos Menem que, en 1990, publicó los indultos.

Mientras en la Argentina el lenguaje oficial pedía “reconciliación” y “perdón”, las organizaciones seguían marchando con el mismo pedido: Aparición de los hijos, restitución de los nietos, prisión a los genocidas. Ni olvido, ni reconciliación, ni perdón. Memoria, Verdad y Justicia.

Las Madres y sus pañuelos blancos resistieron a la policía montada en el 2001 cuando a su alrededor la represión democrática se llevó 40 vidas.

Madres de Plaza de Mayo. Diciembre 2001.

Pasada la crisis, el Estado Nacional tomó las banderas de las calles y las hizo gestión política. Anuló las leyes de impunidad. El entonces presidente, Néstor Kirchner, convirtió a la ESMA en un centro por la memoria y pidió perdón, en tanto que Poder Ejecutivo, por los crímenes de la dictadura. “Formo parte de una generación diezmada”, dijo Kirchner un día. Y otro día bajó los cuadros de Videla y Bignone que, increíblemente, todavía estaban colgados en la galería de ex-directores del Colegio Militar.

Cuando fue juzgado por última vez, en plena democracia, Jorge Rafael Videla gozó del derecho al alegato y lo hizo durante horas; justificando su accionar criminal durante los años que estuvo al frente del Terrorismo de Estado. Años más tarde murió en una cárcel común.

Néstor Kirchner ordena retirar el cuadro de Jorge Rafael Videla.

Siete años después del 24 de marzo de 1976 la dictadura cayó pero, por sobre todas las cosas, calló. De manera tal que hasta el día de hoy rigen los pactos de silencio y no hay rastros del paradero de cientos de detenidos desaparecidos y aún faltan encontrar más de trescientos nietos. Trescientas personas que no saben su verdadera identidad.

Memoria, Verdad y Justicia no es una frase hecha. No viene a formar parte de cuerpos discursivos carentes de contenido. Memoria, Verdad y Justicia es una forma de vida, y lo será siempre; es un compromiso que cala hondo y nunca dejará de ser llevado como bandera, con o sin acompañamiento del Estado Nacional.

Nunca faltará la Memoria cuando se tengan que evocar a las cientos de miles de víctimas de los crímenes de aquel Estado represor. Nunca se dejará de gritar la Verdad cuando alguien intente negar o minimizar el accionar organizado y orquestado de los genocidas. Y nunca, pero nunca, se dejará de pedir Justicia mientras haya un solo nieto que no conozca su verdadera identidad.

 

Gastón Lodos

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