Fue una travesía de diez días con sol pleno y mar calmo a bordo de la corbeta ARA Robinson, junto a sus 96 tripulantes.

Fueron 23.893 km de mar Argentino con sondeos en profundidades de hasta 1.300 metros, buscando al submarino ARA San Juan.

Fue, primero, el viaje de la esperanza, que comenzó con ese ímpetu que no los abandona y que los lleva a pensar que sus parientes aún viven.

Fue, finalmente, el viaje de la ausencia.

Los tres familiares de tripulantes y una vidente se habían cansado de insistir: afirmaban que la búsqueda debía centrase en el norte y no en el sur, como cree la Armada y como señalaron la US-Navy y la Royal Navy.

La Armada, entonces, cedió ante sus reclamos y les brindó cuatro lugares en su corbeta para salir hacia la zona que ellos indicaban.

En un extenso diálogo con Clarín detallaron cómo fue la navegación y la búsqueda en altamar. “Tuvimos solo dos días con vientos fuertes y olas de dos metros que no es mucho, pero igual se sentía por repetición”. En su bautismo oceánico, los cuatro civiles sobrellevaron el movimiento del buque.

Ese vaivén que genera fuertes mareos.

También superaron el cabeceo del buque, que es cuando éstos colosos trepan la ola y la bajan.

Ninguno de los cuatro se mareó ni padeció los síntomas típicos de quienes tripulan un buque de gran envergadura por primera vez.

Pero, tras diez días de intensos rastrillajes regresaron en Puerto Belgrano con las manos vacías.

Aunque según relatan los tres familiares, volvieron con el corazón ensanchado y más afable y apacible al comprobar el esfuerzo y gran esmero con que los 96 tripulantes de la corbeta Robinson buscan a sus camaradas perdidos. “Nuestros hermanos”, como los llaman a bordo.

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