Cada 8 de junio, el planeta entero vuelve a mirar hacia el azul infinito. El Día Mundial de los Océanos nos recuerda que ahí, en el vaivén de las mareas, late el corazón de la vida. Acá en la Patagonia, ese azul tiene nombre propio: el Atlántico frío y generoso que define nuestra costa, nuestra cultura y nuestra forma de habitar el territorio.
El oceáno es un refugio para la vida, un espacio de trabajo y también -de un tiempo a esta parte- un poético símbolo de resistencia. Ahí habitan especies visibles como ballenas francas, pingüinos, orcas, toninas y otras no tan visibles, como los bosques de macroalgas. Ahí trabajan pescadores, guías, conservacionistas y también científicos, que aprendieron a leer el viento y el oleaje para cuidar lo que es de todos.
Pero este océano que nos nutre también nos necesita
Y es que cada ola arrastra historias antiguas y futuras. En cada desembarco hay huellas de plástico, en cada correntada se arrastra la urgencia de un cambio. El calentamiento global, la sobrepesca, la pesca de arrastre que en algún tiempo fueron titulares lejanos, hoy son noticias que llegan hasta nuestra puerta.

Frente al avance y la presión de un modelo extractivista que amenaza su equilibrio, surgen cada vez más voces que piden otro modo de relacionarnos con el mar.
Los bosques de macroalgas, también conocidos como bosques de kelp, crean un hábitat que brinda refugio, alimento, áreas de reproducción y cría a cientos de especies comerciales clave como el róbalo, la centolla y el calamar y son importantes sumideros de carbono, ayudando a mitigar el cambio climático.
Sin embargo, es escasísimo el porcentaje de bosques de macroalgas dentro de áreas marinas totalmente protegidas, menor al 3%, por lo que resulta fundamental incluirlos como valores de conservación y avanzar hacia el objetivo global de proteger el 30% de los océanos para 2030.

Macroalgas-patagonicas-foto-de-Cristian-Lagger
En ese compromiso se destacan iniciativas como las impulsadas por la Fundación Por el Mar. Como explicaba recientemente Mariano Bertinat, uno de sus referentes en Santa Cruz: “El mar argentino está lleno de vida y de oportunidades. Pero también está lleno de desafíos que solo podemos enfrentar si entendemos que la conservación no es un lujo, sino una responsabilidad compartida”.
La educación ambiental, la ciencia y el trabajo en conjunto entre comunidades y organizaciones son caminos posibles. Cada proyecto de monitoreo de especies, cada acción para reducir impactos, cada historia que se cuenta para despertar conciencia, suma a esa marea de cambio.
Proyectos para la conservación y el cultivo de algas
Entre esos esfuerzos, se destaca un proyecto concreto y pionero en Santa Cruz, que combina economía y ambiente: el cultivo de algas.
El equipo de la Fundación Por el Mar lidera proyectos innovadores para proteger los bosques sumergidos y evitar su deforestación en Santa Cruz. Uno de ellos, es el cultivo de algas en la Bahía de San Julián, donde están desarrollando un modelo sostenible para generar productos sin dañar los ecosistemas nativos.



Proyecto piloto de siembra de algas en el mar – Foto: PEM
“Estamos proponiendo una alternativa para que no se deforesten los bosques de algas en Santa Cruz. Esa alternativa es cultivar algas, como se hace en muchos lugares del mundo”, señaló.
Bertinat detalló que el proyecto, desarrollado en colaboración con las autoridades de pesca de la provincia y el Consejo Agrario, se está implementando en la bahía de San Julián. “Es un proyecto piloto, experimental, con el objetivo de cultivar algas en Santa Cruz y utilizarlas para generar productos que puedan servir a la industria ganadera, como estimulantes de suelo o suplementos alimentarios para el ganado”.
“Buscamos producir en Santa Cruz estas algas y evitar, bajo cualquier punto de vista, que se puedan deforestar nuestros bosques nativos, que son tan importantes. El objetivo es ofrecer alternativas que permitan generar riqueza económica, empleo y al mismo tiempo conservar nuestros recursos naturales”, afirmó.
Hoy, en el Día Mundial de los Océanos, la Patagonia se suma a esa ola global que pide cambiar la forma en que nos relacionamos con el mar. Porque, al final del día, no se trata solo de celebrar un océano lleno de vida, sino de asegurarnos de que siga latiendo mañana.


Foto de portada: Manuel Fernández Arroyo