Yo voy buscando la luz del sol,
que sube en el mar
y crezco con la altitud
del viento de mi lugar
Le canta al viento, al chubasco y a los inmigrantes con la misma pasión que le canta a su madre. Es el hijo orgulloso de una mujer y de su tierra. Asoma erguida su compañera inseparable, la de cuerpo de mujer y seis cuerdas que se clavan en los dedos, de la que salen las más hermosas melodías.
Walter cumple 60 años. Y ha cumplido antes. Cumplió sueños, cumplió metas, cumplió con pelearle al cáncer, cumplió letras.
El tiempo –y los medicamentos– han cambiado su frondosa cabellera crespa por un manto blanco, pero sus manos siguen acariciando a su compañera como el primer día.
De madre uruguaya y padre santafesino, llegó a esta tierra a hacerla suya, a escribirle a sus orígenes, al barro, a los antiguos habitantes de la estepa, el bosque y las playas.
Recorro el viejo país
de greda, turba y lenga
y un poco de nieve azul
el río suele encontrar
Es él quien recuerda que a su primera guitarra se la dio su mamá, se la trajo de regalo después de un viaje a Buenos Aires. No se separaron más. Esa llegada anuncia un camino que todavía no empezó, pero que se nota escarpado de acordes y sinuoso de armonías.
Paredes altas y butacas no del todo cómodas. ¿El telón era rojo? Apenas asomaba una voz adolescente, influida por los valses viejos que escuchaba su madre y por los tangos que salían del tocadiscos de su padre. Se animó. Cantó en público por primera vez, en el mítico Cine Roca.
Walter se puso la cinta de capitán y salió a la cancha a defender a su querida escuela del CAP en los juegos intercolegiales.
Vestido el día de gris
poniendo a la noche un final
me regala su calor
debajo, en el pedregal
De sonrisa amable y mirada alegre. Siempre. Aun cuando la alegría le fue esquiva. Ocurrente, divertido, gran contador de anécdotas. Supo trasladar esa capacidad a sus letras y dibujar, como nadie, los paisajes y los personajes en las mentes –y las almas– de todo aquel que escuchaba sus canciones.
¡Tierra del Fuego vive! Grita a voz quebrada en cuanto escenario se le abre. ¡Vive! ¡vive! ¡vive! Como él, que también vive. Y nace. Otra vez. En cada pibe que canta el himno de su isla. Sostiene el grito duro, para demostrar que acá hay mucho para dar.
Cuenta días en las paredes del presidio, habla con los habitantes del chubasco, juega con los chicos de La Perón, abre su corazón a los inmigrantes, rescata a la hembra madre. Yo te nombro, Walter Buscemi.
Cielo abierto y azul
profundo color mineral
aguanieve que en su voz
el viento hace retumbar
La Cantata Fueguina se convirtió en su nave insignia, obra que narra los cambios sociales y políticos que ocurrieron en nuestra provincia y que se ha transformado en distintivo para los que nacieron, para los que vinieron e, incluso, para los que se fueron.
El barrio CAP es su esencia y donde las raíces se hicieron fuertes. Las casas de chapa, el abuelo Mirko, la botera, los chanchos, la panadería y el frigorífico forman parte su ADN. Los camiones con animales, el secadero, la casa de empleados. El barrio de casas con puertas abiertas. Su barrio, su casa, su puerta.
Desanda un camino que lo provoca, ya no es más el pibe tímido que cantó en “el Roca”, es el hombre que ha construido un himno, el que le da identidad al que la quiere, el que cumple 60 años, el que no come calafate para volver, porque nunca se piensa ir.
Tiembla la garganta de los adolescentes que se fueron de la isla a seguir carreras de sueño, se conmueven los ojos de los adultos que vuelven a apostar a su tierra, se desnudan los sentimientos de los que eligieron Tierra del Fuego como el nido de sus proyectos.
Se canta apasionado, se recita como un propio padrenuestro
Soy fueguino y aquí, me propongo dejar
las huellas de mis pasos que perdurarán.
Y mis hijos también, se habrán de quedar,
luchando por la tierra del Karukinka
María Fernanda Rossi