Para decir piedra,

pez, viento, paloma,

tuve que vivir.

Para nombrar un barco,

para decir estela,

fondo de mar, bahía,

tuve que vivir.

Para virar,

para guiarme por las estrella,

para seguir un rumbo fijo,

tuve que vivir.

Para señalar el Norte,

para escribir un mensaje:

hermosos días, hermosas noches,

tuve que vivir.

Para decir caballo: mi caballo.

Todo debió pasar

por mis pies, por mis manos,

tocarme, golpearme,

penetra mi piel

como el silencioso acoso de una fiera.

Para afirmar: “esto es el aire

y el fuego”, “esto lo líquido,

lo sólido”

y que aire, fuego, líquido, sólido,

desnudarán su corazón de medusa,

su confundido aroma,

tuve que vivir,

más allá de todas las preguntas,

por encima de todas

las tentaciones.

Para decir una palabra,

para decir una sola palabra,

la primera palabra

y la última

que tuve que vivir.

 

de Rafael Felipe OTERIÑO (La Plata, 1945).

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