Silvia Barrera tenía 23 años cuando decidió embarcarse como voluntaria en el ARA Almirante Irízar, el buque hospital que asistió a más de 300 heridos durante la Guerra de Malvinas. Hoy es la mujer más condecorada de las Fuerzas Armadas y una voz indispensable para mantener viva la memoria.


La historia de Silvia Barrera no está escrita en manuales ni tallada en monumentos. Está hecha de valentía, de decisiones tomadas en minutos, de noches de tormenta en el Atlántico Sur y de abrazos reencontrados décadas después. Tenía apenas 23 años cuando, trabajando como instrumentadora quirúrgica en el Hospital Militar Central hasta que recibió la propuesta que cambiaría su vida: subir al buque hospital ARA Almirante Irízar para asistir a los heridos de la guerra.

“Nos dieron tres horas para decidir”, recuerda Silvia. “Nos habíamos ofrecido como voluntarias desde el 2 de Abril, pero como éramos civiles, no esperábamos que nos llamaran. Cuando pidieron instrumentadoras, éramos más de treinta. Solo seis dijimos que sí. En media hora ya habíamos tomado la decisión. Después vino todo lo demás”, contó en diálogo con LU14 Radio Provincia.

Ese “todo lo demás” fue navegar por el mar argentino durante los días más cruentos del conflicto. Fue ver las bombas caer desde la cubierta durante los turnos de descanso. Fue atender a más de 300 soldados heridos, cuidarlos, curarlos, contenerlos. Fue, como ella misma dice, vivir “una hermosa aventura”, en un tiempo donde las mujeres todavía no formaban parte del Ejército.


El Irízar como trinchera

El ARA Almirante Irízar fue el refugio flotante de cientos de combatientes. Un espacio donde el dolor y la incertidumbre de la guerra se cruzaban con la esperanza de sobrevivir. Silvia habla del buque con una mezcla de afecto y respeto. “El Irízar fue nuestra trinchera. Mientras bombardeaban por arriba, nosotras salíamos a fumar a cubierta y veíamos todo. Era nuestro momento de descanso, pero también de conciencia”.

De ese tiempo, Silvia guarda muchas historias. Una, en particular, la marcó para siempre: la de Manuel Villegas. “Era sargento, lo hieren en combate y su propio soldado lo salva. Lo llevan a Puerto Argentino, lo operan, y después llega al Irízar. Se le abre la herida y hay que reoperarlo. Me toca a mí. Luego lo cuido en terapia, le baño, le curo. Me dio el teléfono de su casa para avisar a su esposa. Cuando llegamos a Comodoro, la llamé y le dije que venga urgente. Nos reencontramos 29 años después. Conocí a su familia, a sus nietos. Es algo que no se olvida más”.

Además de la atención médica, Silvia y sus compañeras brindaron algo más. Y es que en esos momentos, resultaba esencial para los soldados la contención emocional. “Ellos venían muy encerrados en sí mismos. Con frío, hambre, miedo. Cuando iban a ser curados, si íbamos nosotras, se abrían. Nos veían parecidas a sus hermanas, sus novias, sus madres. Nos pedían ayuda para escribir cartas. Volvían a hablar. Volvían… aunque sea un poco, a la vida”.

Reconocimiento, igualdad y lucha

Silvia Barrera es la mujer más condecorada de las Fuerzas Armadas argentinas. Medallas, diplomas, menciones. “Soy visitante ilustre de media Argentina”, dice, sin arrogancia. Y aún así, cuenta que sigue habiendo gestos que duelen. “En la inauguración del Museo de Malvinas, nos preguntaron si éramos viudas. Teníamos todas las medallas puestas. A los hombres nadie les pregunta si son veteranos. A nosotras sí”.

Por eso, Silvia insiste: “No somos feministas, somos igualistas. No queremos centros de veteranas, porque eso es separarnos. Somos tan veteranas como ellos. Queremos igualdad de trato. Competir de igual a igual, sin pasarnos por encima”.

Hoy, a 43 años del conflicto, Silvia sigue dando charlas, recorriendo escuelas, sembrando memoria. “Ese trabajo no lo tendríamos que hacer nosotros. Ya debería estar en los planes de estudio. Pero seguimos. Recién me mandaron fotos de un colegio en Caleta Olivia donde los chicos trabajaron sobre mi historia. Eso me emociona”.

Silvia Barrera – Foto: Ivy Perrando

Dice que confía en las nuevas generaciones. Que la batalla cultural se está ganando. “No hay niño que no sepa qué son las Islas Malvinas y que son argentinas. La gente de la Patagonia lo vive distinto, lo siente en las entrañas. En Buenos Aires todavía falta, y Buenos Aires es el centro de los tres poderes”.

Su mensaje para las mujeres que sueñan con ocupar espacios históricamente negados es claro: “Fuerza. La fuerza te la da la capacitación, el estudio, las ganas de superarte. Hemos avanzado, pero todavía cuesta. Y hay que seguir”.

Aun con toda la historia que la respalda, Silvia no se considera una heroína. “Soy una mujer común, que tuvo una oportunidad y la tomó”, dice. Pero su historia —y la forma en que la cuenta— es un testimonio indispensable de la causa Malvinas. Una causa que, como ella repite, debe ser viva, presente y colectiva.

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