La pandemia de coronavirus es una consecuencia directa de las acciones del ser humano sobre el ambiente natural. A pesar de años de advertencias de parte de científicos y defensores del ambiente, nuestra civilización continúa haciendo un uso indiscriminado del ambiente natural, lo que está deteriorando rápidamente el planeta y poniendo en peligro nuestra propia existencia.

Lo venían advirtiendo. Hace años que venían advirtiéndolo. Científicos, ambientalistas, comunicadores, artistas, conservacionistas. Desde hace décadas vienen advirtiendo que esto iba a pasar. Y no comenzó ahora. El COVID-19 no es la primera manifestación. Desde hace años el mundo evidencia las consecuencias de nuestra irresponsabilidad. Millares de personas mueren a causa de catástrofes climáticas, enfermedades, hambruna y contaminación. Pero estos hechos afectan a grupos puntuales, a los más pobres y vulnerables, en lugares muy alejados, separados de nosotros por kilómetros de privilegios. Una realidad que se vive a través de las pantallas de TV y las redes sociales, como una película o una novela distópica. Pero ahora la película nos tiene a todos como protagonistas. El peligro es idéntico para todos, en todo el mundo, en cada rincón de cada ciudad, de cada pueblo, de cada hogar.

¿Cuántas veces nos advirtieron? ¿Cuántas veces nos pidieron que paremos? Pero el humano siempre fue el centro, y la naturaleza a su servicio. Y así destruimos bosques para hacer rutas, montañas para hacer joyas y mares para llenar nuestros restaurantes. Y valía la pena, porque el riesgo era compensado por suntuosas ganancias y el daño lo sufría alguien más, en otro lugar, y bastaba con mirar para otro lado y justificar el antropocentrismo con la necesidad de progreso. Y aún hoy, con miles de muertes diarias alrededor del mundo, con las ciudades en cuarentena, con la población encerrada temiendo el ataque del enemigo invisible, aún hoy, con la posibilidad concreta de la muerte y el fin de la civilización tal y como la conocemos, los medios continúan preguntándose por el impacto de esta crisis sobre la economía.

El mercado de consumo que tantas bondades ha significado para algunos, justifica la depredación indiscriminada de la naturaleza, la destrucción de ecosistemas, el tráfico, tortura y muerte de animales que terminan en algún mercado para ser consumido por el humano convencido de que todo lo que existe sobre esta tierra está a su disposición. El humano que se cree separado de la naturaleza, por encima, con poder sobre ella, hoy comienza a comprender que solo es un eslabón más, que depende de que cada cosa esté en armonía y balance. Somos una especie más sobre esta tierra, y podemos desaparecer tan rápido como otras lo han hecho. Cada árbol que se corta, cada río que se contamina, cada especie que se extingue, es un peldaño más en la escalera hacia nuestra destrucción.

Lo vienen advirtiendo hace mucho tiempo, pero quienes defienden el ambiente y lo ponen al mismo nivel que la vida humana son acusados de snobs. La protección del ambiente está estigmatizada, por quienes defienden este sistema, de ser una utopía, un capricho de personas que prefieren un árbol antes que una vida humana. Se justifica la destrucción del ambiente con la excusa de las necesidades de las personas. La sobre explotación del patrimonio natural, la contaminación y la destrucción estarían avaladas en pos de la calidad de vida de los humanos, pero en este discurso mentiroso se esconde la realidad: de continuar con este camino terminaremos con nuestra propia existencia. El coronavirus viene de la naturaleza, no es una creación humana surgida de un laboratorio, pero no nos engañemos, esta situación es nuestra creación, es la consecuencia directa de nuestras acciones. El virus saltó de los animales a los humanos debido a la prepotencia de una especie que se cree por encima de todas las demás.

Necesitamos una pandemia, como un revolver en nuestras cabeza listo para disparar, para comprender que la protección del ambiente no es un discurso elitista sino una necesidad imperiosa. El coronavirus es nuestra última advertencia, la muestra concreta, tangible y global de que nuestra especie puede autodestruirse. Las opciones están frente a nosotros, el final no está escrito. Estamos a tiempo de cambiar el rumbo, todo depende de las decisiones que tomemos y de donde pongamos las prioridades. ¿Quién hubiera imaginado que podíamos llegar a esta situación? Pues mucha gente, pero no estuvimos escuchando. Todavía estamos a tiempo.

Abel Sberna

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