La destrucción de los bosques es una de las problemáticas ambientales y sociales más graves de América Latina. Los incendios recientes en la Amazonia agravaron drásticamente la situación. La pérdida de cobertura boscosa de las últimas semanas se suma a las hectáreas de bosques que se pierden periódicamente en todo el continente principalmente debido a la deforestación.

A medida que las sociedades se desarrollan y expanden avanzan inexorablemente sobre los ambientes naturales. No es una historia nueva. El desarrollo de las urbes y de las actividades económicas han tenido desde siembre un impacto en la naturaleza, hecho inevitable que solo puede ser relativamente controlado a partir de un uso más racional de los recursos y un aprovechamiento inteligente del espacio. Sin embargo en la últimas décadas el deterioro de los ambientes naturales, en particular de los bosques, se han incrementado en el mundo y en particular nuestra región ha sido testigo de la destrucción de miles de hectáreas boscosas principalmente para el aprovechamiento del terreno para la agricultura y la ganadería, principalmente, y para desarrollos de otro tipo, como emprendimientos inmobiliarios, infraestructura urbana o forestaciones (plantaciones de especies exóticas como el pino para el aprovechamiento de su madera).

El cambio de uso de suelo ha tenido efectos devastadores para los ecosistemas regionales, impactando no solo en la biodiversidad sino también en los procesos hídricos, en la regulación climática y también en aspectos sociales. La deforestación ha traído consigo la degradación de los suelos, reduciendo su productividad a mediano y largo plazo, ha provocado sequias, poniendo en grave peligro el suministro de agua a innumerables comunidades y ha sido causante de feroces inundaciones, con el resultante de perdida de vida e infraestructura. Las inundaciones han desplazado a miles de personas de sus hogares, han destruido economías locales y han provocado serios problemas sanitarios con la proliferación de plagas y enfermedades. En el año 2017 nuestro país fue testigo de enormes inundaciones que pusieron en vilo a numerosas poblaciones del centro y norte del territorio nacional.

Un reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), ubicó a Argentina entre los diez países que más desmontaron durante los últimos 25 años: se perdieron 7,6 millones de hectáreas, a razón de 300.000 hectáreas al año. Según datos oficiales, desde la sanción de la Ley de Bosques hasta fines de 2014 se deforestaron 2.107.208 hectáreas, de las cuales 626.244 hectáreas eran bosques protegidos. En Argentina contamos con la ley 26.331 de Presupuestos Mínimos de Protección Ambiental de los Bosques Nativos que tiene como objetivo ordenar el territorio para gestionar su aprovechamiento y preservar los bosques. La ley dicta que cada provincia debe llevar adelante un relevamiento de sus bosques y determinar categorías de uso.

Existen tres categorías. La verde permite un uso intensivo de los bosques para urbanización y actividades productivas. Los bosques verdes se consideran sacrificables. La segunda categoría es la amarilla. Esta permite un aprovechamiento de bajo impacto en los bosques, con criterios de conservación estrictos. Por último, la categoría roja es la máxima protección de los bosques. Las zonas rojas son consideradas de alto valor para su conservación, debido a que son bosques nativos que albergan valores de biodiversidad significativos o cumplen una función vital en la regulación de diversos factores de la región donde se encuentran. Sin embargo los gobiernos siempre encuentran la forma de ignorar estas regulaciones debido a “agujeros” en la ley que permiten que con una simple decisión política, los bosques rojos puedan ser deforestados para cambiar el uso del suelo. A veces estas decisiones responden a una necesidad imperiosa, otras veces a negocios que solo benefician a una minoría. La realidad es que estas decisiones han tenido, en muchos de los casos, efectos devastadores, no solo sobre el ambiente, sino también sobre la sociedad.

Los bosques cumplen un rol fundamental en la regulación climática, en los regímenes hídricos y en la preservación y generación de suelo fértil. Al mismo tiempo son hábitat de innumerables especies animales y vegetales que necesitan de ellos para su supervivencia. Unos de los casos más paradigmáticos en los cuales el deterioro del hábitat pone en peligro a una especie animal es el yaguareté. En nuestra región el avance de la frontera agropecuaria ha significado la disminución considerable del hábitat de este felino en grave peligro de extinción. A pesar de las protestas y denuncias, la deforestación avanza. En Tierra del Fuego, por ejemplo, una especie en peligro de extinción como el huillín podría ver amenazado su hábitat a causa de proyectos de desarrollo mal planificados y de la falta de protección de extensas áreas naturales de singulares características que las hacen únicas en nuestro país.

Por otro lado los bosques cumplen un importante rol en lo que respecta a la regulación de la temperatura global. Los árboles absorben dióxido de carbono de la atmosfera y lo almacenan en su madera. Esto ayuda a disminuir la cantidad de gases de efecto invernadero, contribuyendo al control de cambio climático. En este sentido la preservación de los bosques resulta fundamental teniendo en cuenta la crisis climática que atraviesa el mundo, la cual está provocando drásticas alteraciones en el planeta, como el derretimiento de los hielos y el aumento de los niveles del mar.

Según cifras recabadas por la ONG Climate Action, la producción de aceite de palma, de soja, de carne de vacuno y la maderera en siete países con altas tasas de deforestación (Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay, Indonesia, Malasia y Papua Nueva Guinea) contribuyó al 40% de la tala de bosques tropicales y al 44% de las emisiones de carbono asociadas entre 2000 y 2011.

¿Es posible el desarrollo sin deforestación? Lo importante es preguntarse el tipo de desarrollo que se persigue. El paradigma de desarrollo en el mundo ha ido cambiando y los proyectos desarrollistas ambiciosos de mediados del siglo XX han quedado obsoletos. El futuro requiere de un desarrollo sustentable que ubique el respeto y la preservación del ambiente como principal prioridad. La deforestación no puede formar parte del desarrollo sustentable, sencillamente porque la destrucción del bosque es contraproducente y significa graves problemas para el ambiente y para las comunidades humanas que dependen de éste. Pensar que se puede sostener un desarrollo agrícola como el de nuestro país en compatibilidad con la conservación del ambiente es descabellado, lo mismo que pensar que una sociedad puede progresar, crecer y desarrollarse avanzando sobre bosques únicos y ambientes prístinos.

¿Es posible dejar de deforestar? Noruega es un ejemplo de que cuando hay voluntad política y la realidad científica es oída, el desarrollo puede ir de la mano de la conservación del ambiente. Desde 2014 Noruega cerró tratos con Alemania y el Reino Unido para promover compromisos nacionales que incentivaran el comercio libre de deforestación, por lo que esos países comenzaron a intercambiar productos con la condición de que no hubieran pasado por algún proceso en el que la deforestación esté involucrada.

Estamos lejos de ser Noruega, pero en algún momento debemos comenzar. En países como el nuestro donde la crisis económica, el deterioro de la calidad de vida, y la merma de las posibilidades son moneda corriente, es fácil vender proyectos con promesas de desarrollo, progreso y trabajo. La trampa es que muchas veces esos proyectos provocan un daño tan grande que a fin de cuenta solo contribuyen a generar más crisis a futuro. La lógica es simple de comprender. En vista de la abrumadora evidencia científica, sin bosques no hay desarrollo ni futuro posible.

Abel Sberna

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