Muchos artistas argentinos a lo largo de la historia han logrado burlar la muerte. Sí, físicamente dejaron de estar entre los vivos, pero su existencia es mucho más amplia, más envolvente y más real que la mera presencia física.
En un recorrido rápido podremos nombrar a Gardel (porque no hay lugar a discusión, era argentino), Gustavo Cerati, el flaco Spinetta, Mercedes Sosa, Gilda y hasta el Potro Rodrigo. La lista es mucho más larga e incluye no solo al género musical: los hay también del mundo de la actuación, de la literatura, de la pintura y tantas ramas como tenga el arte.
Los más populares definitivamente tienen que ver con la canción ya que es, tal vez, el costado del arte que es masivamente consumido, sin distinción de género, raza, edad, educación, etc. Cuando identificamos una letra o una melodía nos transportamos hacia un lugar que solo nosotros conocemos.
María Elena Walsh fue una escritora, cantante y compositora argentina que nació el 1 de febrero de 1930 en Ramos Mejía, un suburbio de Buenos Aires. Mientras estudiaba en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Este 10 de enero la recordamos por cumplirse un nuevo aniversario de su fallecimiento.
Con tan sólo diecisiete años publicó su primer libro, Otoño imperdonable, un compendio de poesía que obtuvo el segundo lugar en el Premio Municipal de Poesía. Ya en 1945 había publicado sus primeros versos en la revista El Hogar y en La Nación.
Tras visitar Estados Unidos, invitada por Juan Ramón Jiménez, Walsh se instaló en París cuatro años, formando con Leda Valladares un dúo que difundía el folclore argentino, época en la que empezó a escribir versos para niños. Comenzó también a escribir canciones para niños, obras de teatro y guiones para televisión.
Sus obras infantiles destacaban por su trasfondo ideológico y crítico; Walsh huía de los estereotipos y de las palabras edulcoradas para tratar temas sociales y para criticar aspectos del mundo que la rodeaba.
Denunció en repetidas ocasiones, a través de su música y literatura y a través de diversas colaboraciones periodísticas, la situación de su Argentina natal, y fue nombrada doctora honoris causa de la Universidad Nacional de Córdoba.
Sus libros, clásicos de la literatura infantil, han sido traducidos al francés, inglés, italiano, sueco y hebreo.
En 1991 fue galardonada con el Highly Commended del Premio Hans Christian Andersen de la IBBY y en 1995 recibió el Premio Mundial de Literatura José Martí.*
Con total certeza subjetiva podemos asegurar que María Elena Walsh fue una artista contestataria y feminista, decidida a enfrentarse con sus letras a quien se le atravesara en su camino. Fue parte de innumerables infancias, pero ese terreno no estaba cercado. Escribió con la misma magia para niños y adultos.
En 1958 María Herminia Avellaneda le ofreció a Walsh escribir guiones de televisión para programas infantiles. Entre ellos se destacó Buenos días Pinky, protagonizado por Pinky (Lidia Satragno) y Osvaldo Pacheco, quien interpretaba a un abuelo. El programa duró solo tres meses, pero alcanzó un éxito notable, que le valió dos premios Martín Fierro (mejor programa infantil y revelación masculina para Osvaldo Pacheco) y el premio Argentores para la propia María Elena como guionista, otorgado en 1965.
Esa experiencia le hizo madurar la posibilidad de crear un género similar a un «cabaret para chicos» o un «varieté infantil», que revolucionaría el mundo del espectáculo, el folklore y la música infantil.
En 1960 María y su compañera Leda Valladares, quienes hasta entonces giraban por el mundo con su repertorio folklórico, mostraron un notable viraje en su estilo al grabar el EP Canciones de Tutú Marambá, en la que cantan canciones infantiles que Walsh había escrito para los guiones que estaba realizando para la televisión. Allí se incluyen las primeras cuatro canciones que harían famosa a María Elena Walsh en la música infantil: La vaca estudiosa, Canción del pescador, El Reino del Revés y Canción de Titina.
En 1968 estrenó su espectáculo de canciones para adultos Juguemos en el mundo, que se constituyó en un acontecimiento cultural que influiría fuertemente en la nueva canción popular argentina, que venía conformándose desde diversos enfoques, como el Movimiento del Nuevo Cancionero impulsado por músicos como Mercedes Sosa y Armando Tejada Gómez, el folklore vocal que estaban desarrollando grupos como los Huanca Hua y el Cuarteto Zupay, el tango moderno que tenía su epicentro en Astor Piazzolla y la Balada para un loco que al año siguiente compusiera con Horacio Ferrer, o las canciones de Nacha Guevara y Alberto Favero comenzarían a mostrar también al año siguiente en Anastasia querida. Como había hecho con sus canciones infantiles, María Elena Walsh mostró en Juguemos en el mundo un estilo de composición marcado por la libertad creativa y temática. Sus melodías dieron vida a canciones muy modernas, que tomaban inspiración de las más diversas fuentes musicales, desde el folklore al tango y desde el jazz al rock. Sus letras aportaron inumerables temas a la canción de protesta latinoamericana, que floreció en esos años (Los ejecutivos, ¿Diablo estás?), pero también introdujeron temáticas prácticamente ausentes del cancionero argentino, como la emigración (Zamba de Pepe), el peronismo (El 45) o la pacatería social de las clases medias (Mirón y Miranda). El espectáculo incluyó Serenata para la tierra de uno, una sus creaciones más destacadas, construida como una canción de amor a su país, como si se tratara de un amante.**
María Elena Walsh se cansó. Se hartó de la censura, de la mirada de soslayo que había sobre su vida, de tener que ocultar parte de sí para poder trabajar. Allá por 1978 decidió no volver a cantar en público, ni seguir componiendo; el silencio sería una enorme expresión de protesta. Mientras tanto y casi como si el destino no le permitiera apartarse, Como la cigarra, Canción de cuna para un gobernante, Oración a la Justicia, Canción de caminantes, Balada de Cómodus Viscach, Postal de guerra o su versión de We shall overcome (Venceremos), se convirtieron en himnos de la revolución social.
Sin tratar a los chicos como seres de poca reacción y componiendo para adultos con letras tan profundas como sus heridas o las heridas de la época, María Elena Walsh se consolidó como parte fundamental de la historia argentina.
Quizás algunos solo la recuerden de repetir hasta el hartazgo melodías que aprendieron en el jardín de infantes, tal vez ciertas personas unan ese recuerdo a la añoranza del regazo materno y la calidez de la casa de la infancia. Pero fue más que eso. Mucho más.
Fue despertar de cientos de cerebros a lo largo de las décadas. Fue movimiento de libertad y de igualdad, fue herramienta para decir lo que no sabíamos cómo. Fue alma dentro de la letra. Fue fuerza y tesón. Fue decisión.
Y seguirá siendo en cada uno que cante dame la mano y vamos ya, no me tires con cuchillo tírame con tenedor, porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy, me dijeron que en el reino del revés.
*Lecturalia
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María Fernanda Rossi