Crónica de las últimas horas en el puerto de Comodoro Rivadavia. Los trabajos de modificación, el pedido esperanzador de ropa y chalecos para los tripulantes del ARA San Juan y la partida del buque Sophie Siem.
Horas que se convierten en días que se desdibujan entre nombres cronológicos ajenos al paso del tiempo. Hubo que revisar para confirmar, pero el calendario aseguraba que era domingo y el celular decía que el mediodía estaba a un par de horas aún. El viento nos recibió con más intensidad que el día anterior, que ya había complicado bastante el trabajo -y no solamente el de los periodistas-.
¿Lo novedoso? El mini submarino había quedado instalado correctamente en el Sophie Siem -el remolcador Supply petrolero- que se convirtió en un buque de rescate en cuestión de días. Un héroe de 70 metros de eslora que ahora tiene una abertura gigantesca en la popa donde se yergue un arco capaz de sostener las 15 toneladas que pesa el mini submarino ya instalado.
La instalación se había hecho durante la noche, porque el viento sólo parecía empeorar en las horas siguientes. Durante el sábado los movimientos importantes fueron dos: la instalación del LARS (Launch and Recovery System) y la prueba de seguridad que se hizo pasada las 23 horas.
Una grúa de unas 300 toneladas mecía en el aire la estructura amarilla por sobre el barco ante los ojos de los privilegiados testigos y en las pantallas de los celulares y televisores de quienes miraban con esperanza cada acción realizada. Cada minuto valía una hora, cada hora era un suspiro que se llevaba la esperanza.
El LARS pendía de la grúa mientras los trabajadores atacaban sus “patas” para dejarlo adherido a la rampa que ahora poseía el Sophie Siem. Dos hombres en un canasto eran acercados hacia lo más alto de la curva del arco en otra grúa para liberar la pluma de la grúa mayor. El equipo estaba instalado, pero todavía faltaba certificar que el trabajo realizado durante más de 48 horas sin cesar había sido efectivo. Había que trabajar rápido, pero además había que trabajar bien.
La novedad de que el Sophie podría salir el sábado recorrió las redes sociales y en Comodoro Rivadavia el turno tarde de la guardia periodística sorprendía a los colegas con una multitud en la costa céntrica de la ciudad. Banderas colgando de cuellos a modo de capa, carteles con consignas que exponían el deseo de un país entero. “Los esperamos, SI SE PUEDE. ARA San Juan”, decía un cartel adherido al ingreso del puerto. “ARA San Juan. La patria los espera, Dios los ilumine en su regreso” rezaba una bandera colgada en el mismo sitio.
Y es que el día anterior se conoció un pedido especial de los Marines hacia el personal de Defensa Civil que coordinaba con la logística en el puerto que movilizó la esperanza: Ropa seca para 44 personas y 44 chalecos salvavidas, que fueron entregados después de las 18 del jueves. “No trabajaríamos así si no creyéremos que los vamos a encontrar con vida”, fue la frase que Walter Flores, titular de Defensa Civil, repitió una y otra vez a medios de todo el país sin que la expresión perdiera sentido.
Del otro lado de la reja y algunos metros más adentro, la espera se hacía infinita. El ambiente era el de la sala de espera de un Hospital, donde se esperan las buenas noticias y que todo haya salido bien, pero con la conciencia que la tragedia podría llegar. El movimiento de prueba del LARS debía realizarse pronto. No quedaban muchas horas de luz y el viento comenzaba nuevamente a marcar presencia.
Cerca de las 20 horas y con un atardecer digno de darle “me gusta” en Instagram, la grúa enorme se volvía a poner en movimiento. El temor pasaba porque la intensidad del viento podía frenar la tarea debido a un sensor de seguridad. El container lleno de agua que simulaba la masa del mini submarino estaba en el aire y se mecía levemente ante las ráfagas de viento. Quedó en posición y luego, de nuevo, la espera.
Fue recién pasadas las 23 horas, cuando el movimiento del LARS comenzó de repente. Como un gigante que despierta, los mecanismos hidráulicos lentamente pusieron en el aire al container. Cada movimiento exigía una revisión. Los técnicos se acercaban a los extremos con linternas revisando rápidamente que no existiera problema alguno. Primero hacia arriba, después hacia el mar, y luego hacia abajo.
La prueba era vital porque significaba que todo el trabajo había sido exitoso. La abertura de la popa del Sophie Siem, la instalación del LARS, el traslado del mini submarino y la misión completa. El LARS volvió a subir, se volvió a mover hacia el costado y volvió a dejar su carga dentro del barco. La prueba había sido exitosa.
Cerca de las 5 de la mañana, nuevamente la pluma de la grúa se ponía en movimiento. El viento no había mermado, el propio Héctor Alejandro, Oficial de Asuntos Públicos de los Marines de EE.UU, confesaría más tarde: “estábamos un grupo moviendo el mini submarino con un viento realmente fuerte. Tuvimos que pensarlo, pero lo decidimos porque estamos trabajando juntos desde el principio”.
La instalación resultó exitosa, y por suerte también las redes sociales fueron testigo inmediato. Los periodistas habían comenzado a llegar horas después, como un buque de rescate hecho y derecho resistiendo al viento, esperando su momento de desembarcar. El viento era fuerte pero no hubo marejada como el día miércoles. Su presencia, sin embargo, fue incesante y complicaba las coberturas que hacían los periodistas en el lugar.
Ansiedad y mensajes cruzados. Haciendo base en un hotel lindero al Puerto, las computadoras convirtieron el lobby en una redacción improvisada donde los datos se compartían. Qué remolcador llegaba, qué características tiene, un contacto, una confirmación. La salida se estipulaba para las 14, pero se podría adelantar. Todo dependía de qué dijera el capitán del Sophie Siem y los distintos cuerpos de seguridad.
No hubo novedad. A las 13:30, la cantidad de gente en el puerto de Comodoro Rivadavia era inusual. Muchos más periodistas de lo habitual junto a transeúntes privilegiados que querían hacerse de una foto de la salida. Cámaras en vivo que mostraban al país los últimos minutos del -ahora- buque de rescate Sophie Siem.
Los marines norteamericanos comenzaron a descender del buque. No todos iban a zarpar aguas adentro. Arriba del Sophie Siem quedaron 15 tripulantes a cargo de la embarcación junto a 43 marines de Estados Unidos y dos miembros de la Armada Argentina. El capitán Parent y el Capitán Reynoso encabezando a la tripulación.
En una misma hilera y entremezclados, argentinos y norteamericanos miraban al barco con nostalgia y orgullo. Hubo un saludo final, la mano derecha sobre la cabeza en señal de respeto ante la autoridad mayor que los militares reconocen y aplican de manera universal. El buque respondió con un sonoro saludo de sus bocinas que atravesó los corazones de quienes seguían el minuto a minuto. Había sido retirada la rampa de ingreso y las amarras se habían soltado. Nadie más que no fueran los tripulantes del ARA San Juan volvería a subirse en los próximos días.
Pablo Riffo