“Aguanten, corazones aguanten”, dice una de las máximas más conocidas de los relatores del fútbol argentino. Y aguantan, sobre todo los de nuestro país, que espera con ansias el inicio de una competencia deportiva que los distraiga de la catarata de cosas que pasan.  

No se trata de anestesiarse o de volverse ciego a la realidad, nada de eso: se trata de ponerle a la realidad una cuota de condimento agradable para sobrellevar las últimas noticias que golpean con dureza. Que el dólar a 26, que los miles de millones del FMI, que se terminan los contratos en las fábricas, que el desempleo crece. Nos volcamos de manera inocente, casi infantil, a los pies de 11 jugadores que nos pueden abstraer de una actualidad que a veces pesa.

Los endiosamos y los maltratamos en la misma e injusta medida, les ponemos sobre sus hombros todas nuestras desdichas y esperamos que sean ellos, con un par de botines y una pelota los que nos salven. Vestimos la celeste y blanca con el mismo orgullo que el 2 de abril. Le queremos ganar a los ingleses a toda cosa, aunque ellos jueguen en otro grupo. Nos cuesta separar el sentimiento del deporte.

Nos endeudamos para comprar una tele o para hacer un viaje impagable. Dormimos días enteros en las puertas de los estadios, aunque sea solo en nuestra imaginación. Hacemos fuerza, nos consumen los nervios. Durante un mes los colores de nuestros clubes quedan en el sueño de la bella durmiente, esperando el beso del inicio de los campeonatos locales para despertarse y volver a correr en las canchas.

Todo es celeste y blanco. Hasta los más tímidos ensayan los coros más descabellados. Se comparte la esperanza con padres y madres, con hijos e hijas, la pelota rueda en sentido vertical y va marcando a todas las generaciones. No importa si el último partido que viste fue hace 4 años, el evento deportivo se repite y se repiten las rutinas, las cábalas, la ropa.

Aparecen las camisetas viejas, la bandera que te regaló el abuelo, el gorro con el que viste la final del mundial ´86, la bufanda con la que festejaste en el ´78. Te volvés creyente de una religión inventada, en la que el papa no lleva sotana sino una camiseta a rayas con un número en la espalda. Rezás, como podés, como nunca. Te enojás y sabés que mañana todo va a ser igual aunque ganen o pierdan. Pero es más fuerte. Te reís a carcajadas y llorás con ellos. Por bronca, por dolor o por felicidad.

Tierra del Fuego se asoma allá donde empieza el mapa y se levanta como un símbolo de argentinidad los 365 días del año. Por eso a nadie le extraña que una pantalla gigante y una transmisión en directo para la Televisión Pública Nacional partan de este rincón tan comprometido con el suelo y con la bandera.

Qué exagerados, claro, qué bandera, ¡si ni cantan el himno! pero la redonda entona como los dioses, no desafina nada cuando va pegada al pie. Rueda, pica, sube, baja, se empuja contra la red para dibujar una marca que quedará tatuada con líneas de cal.

Qué distracción un Mundial, con todo lo que pasa. Pero que viva el fútbol y nos distraiga. Qué tontería no estar atentos mientras nos engañan. Pero qué alegría volver a verte. Qué pueblo ignorante, con las cosas importantes que sufren. Pero barrilete cósmico, de qué planeta viniste.

Les pedimos más que a Dios, dice el histórico número 6 en una publicidad. Y es cierto. Les pedimos, les rogamos, les exigimos. Creemos que somos sus dueños y que nos deben un alivio en las gargantas, pero somos dependientes de una felicidad prestada, la de los 90 minutos, la de los 7 partidos.

Sostenemos el aire porque lo reservamos para el grito sagrado. Repasamos historia, reconocemos momentos, buscamos repetir lo que nos saca un rato la mochila del hombro. Recordamos a los que no están y cómo festejamos la última vez. Miramos a los nuevos y los envidiamos porque sabemos que van a vivir por primera vez una experiencia irrepetible. Empezamos a tejer recuerdos nuevos, de los que seremos propietarios.

El pasto verde brilla y le rogamos que no sea kriptonita. Pedimos “un esfuerzo más” y no estamos dispuestos a resignarnos. El objetivo es uno solo, es claro y concreto. No es épica, no es pasión.

El objetivo es aguantar, otra vez, cuando se anuncia que comienzan 90 minutos del deporte más hermoso del mundo.

 

María Fernanda Rossi

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