Tras el reciente sismo de magnitud 7.5 que se sintió de forma desigual en Tierra del Fuego, el geólogo Eduardo Olivero —referente del CADIC-CONICET— explicó por qué algunas personas percibieron el temblor y otras no. Suelos, construcciones, historia sísmica y un llamado urgente a la prevención en una región donde la Tierra se mueve.

El pasado 2 de mayo, un sismo de magnitud 7.5 con epicentro a unos 220 km al sur de Ushuaia fue percibido de forma muy desigual en distintos puntos de Tierra del Fuego. Mientras que algunas personas sintieron claramente el temblor, con objetos que se movían, luces que oscilaban y una fuerte sensación de mareo, otras no percibieron absolutamente nada. Esa diferencia, lejos de ser casual, tiene explicaciones geológicas y estructurales.

“Depende de muchos factores: el tipo de suelo, la construcción y hasta si estás en movimiento o acostado”, explicó a FINNOVA el Dr. Eduardo Olivero, investigador del CADIC-CONICET y de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego y protagonista de uno de los descubrimientos paleontológicos más importantes de la región: el hallazgo del dinosaurio Antarctopelta oliveroi en la isla James Ross, Antártida.

“Este tipo de eventos no deberían sorprendernos”, dice Olivero. “La fractura Shackleton, donde se produjo el epicentro, es una zona activa. Forma parte del límite sur de la Placa de Scotia, una placa tectónica menor pero en constante movimiento”.

La magnitud del sismo, aunque llamativa, no fue extraordinaria para la región: “Es una de las zonas con mayor actividad sísmica de la Placa de Scotia. Lo que impacta es que ocurra tan cerca de zonas habitadas y que se sienta de forma tan dispar”.

Suelo, edificios y el efecto de valle

Una de las preguntas que más circularon en redes sociales y conversaciones cotidianas durante y después del sismo fue: “¿Vos lo sentiste?”. La sorpresa fue generalizada cuando muchos respondían que sí, mientras otros, incluso a pocas cuadras de distancia, decían no haber sentido nada. Así nació una inquietud colectiva: ¿por qué un mismo sismo se percibe con tanta diferencia entre barrios o viviendas?

La respuesta, explica Olivero, está en la interacción entre el tipo de suelo, la estructura de la construcción y la ubicación geográfica. “En edificios altos el movimiento se amplifica. Es como quien está en la punta del mástil de un velero: cualquier oscilación se siente mucho más”, grafica.

Pero también es clave el tipo de suelo sobre el que se apoya cada edificación. Las ondas sísmicas se propagan más rápido por materiales densos como la roca, lo que reduce su impacto. En cambio, al llegar a sedimentos blandos como turba, arcilla o grava, las ondas se desaceleran y se amplifican. “Es ahí cuando se siente más fuerte”, afirma.

Un tercer factor tiene que ver con la configuración del terreno. En zonas ubicadas dentro de valles o cuencas fluviales, donde los sedimentos blandos están encajonados entre formaciones rocosas, se produce un fenómeno de resonancia que multiplica la vibración: el llamado “efecto de valle”. En esos lugares, incluso un sismo leve puede sentirse de forma más intensa. Por eso, no es lo mismo estar sobre una ladera rocosa que en una planicie rellena de turba.

Tsunamis: un riesgo latente, ¿pero qué tan cerca estamos del peligro?

Aunque en este caso no hubo desplazamiento vertical del fondo marino —y, por lo tanto, no se generó tsunami—, el riesgo está siempre presente.

“Los tsunamis son como una piedra lanzada al agua, pero a la inversa: si el fondo del mar se mueve, desplaza una columna de agua que se transforma en ola”, explica Olivero. Ese movimiento vertical del fondo oceánico genera un cambio de relieve que transmite energía a través de la columna de agua.

En mar abierto, esta ola puede pasar desapercibida. Pero al acercarse a la costa y encontrarse con aguas menos profundas, la ola interactúa con el fondo y su cresta se eleva, ganando fuerza y peligrosidad. El fenómeno es semejante a la rompiente de olas normales, pero con mucha mayor amplitud “Son olas catastróficas porque pueden viajar a velocidades de entre 700 y 800 kilómetros por hora”, advierte.

En el caso de Ushuaia, las islas Navarino y Hoste, ubicadas al sur del canal Beagle, actúan como una barrera natural que podría atenuar la llegada de un tsunami directo. En Chile, donde la exposición al océano Pacífico y la frecuencia de grandes sismos son mucho mayores, el país ha desarrollado un sistema de alerta temprana, incluso en localidades pequeñas como Puerto Williams.

Tierra del Fuego se mueve

Tierra del Fuego está atravesada por una falla geológica activa: la fractura Magallanes-Fagnano, que atraviesa la isla de oeste a este y pasa justo por el lago Fagnano. Es el límite entre la placa Sudamericana y la placa de Scotia. En sentido relativo, el bloque sur —que incluye Ushuaia— se mueve hacia el este y el bloque norte hacia el oeste, a una velocidad de 6 milímetros por año.

“Es imperceptible para nosotros, pero a escala geológica es enorme. En 10 millones de años, se desplazaron 50 kilómetros. No es algo que parta la isla en dos en el corto plazo, pero sí implica una transformación constante”.

A diferencia de San Juan o Chile, donde hay subducción -una placa se hunde bajo otra- en Tierra del Fuego el movimiento es transcurrente: las placas se deslizan lateralmente. Por eso no hay volcanes, pero sí sismos superficiales.

“En Tierra del Fuego ocurren entre uno y dos sismos por semana”, señala Olivero. La mayoría son menores a magnitud 3 y no se sienten, pero son detectados por estaciones sismológicas instaladas en las últimas dos décadas.


El recuerdo del terremoto de 1949

El sismo más fuerte del que se tiene registro instrumental en la isla ocurrió el 17 de diciembre de 1949, con una magnitud estimada entre 7.5 y 7.8. Es el segundo terremoto más importante de la historia argentina.

En ese momento no existían estaciones sismológicas locales. Los registros provinieron de Tandil y Bariloche, a más de 2.000 km. Todo indica que el epicentro se localizó sobre la fractura Magallanes-Fagnano.

Hubo daños geográficos evidentes: se formó una nueva laguna en la desembocadura del río Turbio, se registraron desplazamientos de caminos de hasta 40 centímetros y se observaron grietas en construcciones. En Ushuaia, vecinos de la época recuerdan que la iglesia Don Bosco sufrió rajaduras visibles, pero la escasa densidad poblacional de entonces hizo que el sismo no provocara víctimas ni daños estructurales graves.

“Hoy, con la cantidad de edificios, rutas, redes de gas y otros servicios, un terremoto de esa magnitud tendría un impacto mucho mayor. Es un escenario que debemos contemplar con seriedad”, advierte Olivero.


¿Dinosaurios en la Antártida? El descubrimiento que consagró al Dr. Olivero

El Dr. Eduardo Olivero es una referencia internacional en geología y paleontología. En 1986, junto con un grupo de geólogos, entre los que se contaban Roberto Scasso, Jorge Strelin, Roberto Martino y estudiantes de geología de la UBA, descubrió en la isla James Ross los restos del primer dinosaurio hallado en la Antártida: el Antarctopelta oliveroi, un anquilosaurio de tamaño mediano que vivió hace unos 74 millones de años.

El hallazgo fue clave para confirmar que la Antártida formó parte del supercontinente Gondwana, compartiendo fauna con Sudamérica. Desde entonces, Olivero ha liderado más de veinte campañas científicas en el continente blanco y ha aportado evidencia central sobre la conexión geológica entre la península Antártica y los Andes Fueguinos.

En 2021, fue distinguido por el Gobierno de Tierra del Fuego por su trayectoria científica y su aporte al conocimiento y la soberanía sobre la Antártida.

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