Una región que se ha resistido al poblamiento y explotación hoy espera decisiones políticas que definan su futuro. Realizamos un repaso por los intentos de explotación de Península Mitre y el motivo de su fracaso.

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El extremo oriental de la Isla Grande de Tierra del Fuego es un lugar deshabitado e inhóspito, donde reinan los vientos, el frío y la soledad. Tras la desaparición de los pueblos originarios que habitaron la región durante miles de años, ningún intento de establecimiento ha tenido éxito y es por ello que al este del río Moat, donde el Canal Beagle encuentra su final, no existen emprendimientos productivos, infraestructura alguna o presencia humana mas allá de un par de habitantes aislados que han decidido hacer frente a las extremas condiciones meteorológicas y geográficas de Península Mitre.
Pero a pesar de que los intentos por “colonizar” aquellos parajes han sido abandonados, no siempre fue así y desde las primeras visitas de los europeos a la región hasta bien entrado el siglo XX han sido diversas las experiencias que han fracasado en su afán de radicar asentamientos y emprendimientos productivos en las tierras orientales de Tierra del Fuego. Desde el momento en que Europa puso sus ojos en el sur americano, la idea de instalar colonias se fijó en la mente de no pocos exploradores y misioneros.
En el caso de Tierra del Fuego, uno de los pioneros de estas ideas fue el misionero anglicano Allen Gardiner, que en su obsesión por evangelizar a los nativos del archipiélago fueguino encontró la muerte a causa de hambre y frío en lo que hoy conocemos como Bahía Aguirre, en la costa sur de Península Mitre. Gardiner, subestimando el aislamiento y el clima de la región, y la voluntad de los nativos a resistir la colonización, sumado a su fe ciega en la voluntad de Dios por llevar la civilización al sur del mundo, cometió una serie de errores que culminaron con su muerte y la de todos sus colegas. Pero la semilla estaba sembrada y sus predecesores lograron lo que el inició. Poco tiempo después las costas fueguinas comenzarían a poblarse de “hombres blancos” y el nativo encontraría su final.

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Con las poblaciones originarias menguando a causa de las enfermedades y las matanzas, los colonizadores encontraron un territorio despejado para aprovechar sus recursos y así nacieron los primeros emprendimientos rurales como las estancias Harberton y Remolino en las costas del Canal Beagle. Con el tiempo las corrientes de inmigrantes provenientes de Europa comenzaron a buscar oportunidades en el sur lejano y fue así como el infame rumano Julio Popper se instaló, a finales del siglo XX, en Bahía Sloggett, unos kilómetros al este del río Moat, en un intento de explotar comercialmente la extracción de oro, el cual había sido hallado fortuitamente en las arenas de la desembocadura del río López.
Años más tarde la compañía “The Argentine Tierra del Fuego Exploration Co.Ltd” instala una gran draga con la intención de mecanizar la explotación aurífera, pero en poco tiempo el emprendimiento fracasa y todo el esfuerzo queda abandonado, siendo las ruinas de aquel imponente artefacto el único vestigio que perdura de la fiebre del oro del sur de Tierra del Fuego.

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A pesar de la evidente dificultad planteada por las distancias, la falta de infraestructura y el clima severo, persistieron, en primera mitad del siglo XX, los intentos de radicar establecimientos rurales al sur de Península Mitre. Uno de ellos es el caso de Pedro Ostoich, nacido en Punta Arenas (Chile) de padres de origen croata, quien se instaló en Bahía Aguirre junto con su tío y primos con la intención de desarrollar la ganadería en la región. A pesar del aislamiento, Ostoich logró prosperar con arduo trabajó en el lugar que había convertido en su hogar y junto a su familia lo habitó durante años, hasta la década de los 70, cuando debido a su avanzada edad, abandonó el emprendimiento que no sobrevivió a su ausencia. Pero no fue el único en desarrollarse en Bahía Aguirre.
En la década del 50 los alemanes Seefeld consiguieron una concesión para la cría y explotación de zorros y bisones. Se trataba de un ambicioso emprendimiento que contaba hasta con un pequeño aserradero y formaba parte de un proyecto del gobierno de Argentina (en esos momentos encabezado por Juan Domingo Perón) de radicar empresas para la explotación de los recursos naturales de Tierra del Fuego. Sin embargo, y a pesar de los grandes esfuerzos de estos emprendedores, estos proyectos fueron fracasando uno a uno, a causa principalmente de las duras condiciones climáticas y a la ubicación geográfica en la cuales se emplazaban.

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Al día de hoy solo podemos encontrar los restos de aquellas experiencias que pretendieron conquistar la región para explotar sus recursos. Una y otra vez los emprendimientos productivos fracasaron al punto de que hoy Península Mitre continúa siendo un territorio prácticamente virgen, conservándose como sus pobladores originarios lo dejaron hace un siglo. Y precisamente allí radica su valor y la verdadera oportunidad para su aprovechamiento. Actualmente el turismo representa una de las empresas más prometedoras para el desarrollo sustentable de la región, y para que esta prospere es necesario conservar las características que convierten a Tierra del Fuego y, en especial, a Península Mitre en un atractivo con gran potencial de explotación. El error que han cometido quienes nos precedieron fue intentar domar una tierra cuyo valor radica, justamente, en su carácter de indomable.
Abel Sberna