Todas las semanas aparecen en los medios locales notas relacionadas a los problemas de convivencia en los edificios de departamentos. Fiestas clandestinas, ruidos molestos, suciedad acumulada y otros ítems que aparecen y se multiplican. Denuncias a la policía, al IPV, a Desarrollo social, al municipio. Vivir en un edificio en Tierra del Fuego es como vivir en el Cuento de la Buena Pipa.
La ley nacional 13.512, Régimen de la Propiedad Horizontal, establece según el Artículo 6:
Queda prohibido a cada propietario u ocupante de los departamentos o pisos:
- Destinarlos a usos contrarios a la moral o buenas costumbres o a fines distintos a los previstos en el reglamento de copropiedad y administración;
- Perturbar con ruidos o de cualquier otra manera la tranquilidad de los vecinos, ejercer actividades que comprometan la seguridad del inmueble, o depositar mercaderías peligrosas o perjudiciales para el edificio.
Curiosamente, las quejas más usuales de los habitantes de los edificios se dividen entre quejas por los ruidos molestos, como el volumen excesivo de la TV, la música e incluso conversaciones privadas, fiestas en días de semana hasta altas horas de la madrugada y mudanza de muebles.
Le continúa el problema de vivir en la planta baja, ya que a los habitantes de ese espacio le llegan las cosas o basura que otros vecinos de más arriba tiran por las ventanas. Si el edificio tiene patio interno, los autos estacionados en lugares no permitidos compiten por el lugar en el podio.
En tercer lugar, se encuentra el conflicto que generan los espacios compartidos, como por ejemplo la falta de limpieza de lugares comunes como los pasillos, patios o dejar elementos personales en dichos espacios, como las bicicletas en el palier.
No es menor el dato de la queja permanente en el Instituto Provincial de Vivienda, donde trabajan duro para que todos los edificios que están bajo su órbita estén debidamente organizados y con su consorcio constituido, cosa que, por supuesto, no ocurre y son los vecinos, claro, los que no cumplen con las reglas impuestas. Como resultado vemos que en nuestra provincia hay muchos más edificios que consorcios.
Según la socióloga Andrea Lescano, “tomando algunos conceptos de sociólogos contemporáneos como Beck, Bauman, podíamos considerar que las comunidades cambian su significado. Hace 20 o 30 años nos sentíamos parte de la sociedad y la comunidad a partir de pertenecer a un club, a un barrio, a la escuela, eso generaba lazos seguros que nos igualaban al otro por tener la misma biografía. En otras palabras, nos identificamos con el otro por pertenecer al mismo espacio, tener la misma trayectoria de vida: nacer, vivir y morir en la misma localidad, la misma casa. Esto genera pertenencia y facilita la vida en sociedad, construyendo un nosotros, sin perder de vista el rol del Estado de generar la idea de Nación”
En cambio, en sociedades contemporáneas aquellos elementos como el trabajo, el sexo, la religión, el lugar de nacimiento, mediante las cuales el individuo construía criterios de pertenencia y diferenciación, hoy no parecen ser contenidos estables: ¿es posible a partir del concepto de identidad dar cuenta del arduo y largo proceso de construcción del yo y el nosotros?
“Creo podríamos entender que no, que los factores que nos identifican hoy son diferentes: el gusto por determinada música, el fanatismo por una serie o simplemente los lazos que podemos establecer a partir de lo diario. Atravesados por el concepto de fluidez, de querer todo rápido, el valor de lo efímero para satisfacer necesidades y que ello lleve a generar nuevos deseos”, sostiene Lescano.
En este contexto, los procesos de individualización se ven incrementados, es decir, ya no pensamos en comunidad en el sentido tradicional, sino que lo hacemos en otros términos. Esto implica una pérdida del registro del otro, dada la necesidad de satisfacer lo propio. El proceso de individualización implica experiencias sociales caracterizadas por dos rasgos: por un lado, significa el debilitamiento de formas sociales anteriormente existentes, como la creciente fragilidad de las categorías de clase y estatus social, los roles fijos atribuidos a los géneros, la familia, la vecindad; por otro lado, supone el colapso de las biografías estables y los modelos o roles sancionados por el Estado.
En ese sentido la socióloga explica: “creo que allí se ubican los conflictos, el auge de la individualidad permite observar el debilitamiento progresivo de la densa malla de lazos sociales que envolvía con firmeza la totalidad de las actividades de la vida y la pérdida de poder de la comunidad para regular la vida de sus miembros. Perdida tal capacidad, se transforma en un problema la cuestión de cómo constituirse en tanto individuo y cómo coordinar las acciones humanas. Se problematiza la identidad en tanto nuevo objeto de elección, decisión y esfuerzo. Así, la identidad humana pasa de ser algo dado de una vez y para siempre, para transformarse en una tarea, en la cual los actores cargan con la responsabilidad y asumen las consecuencias no buscadas de su realización”.
El lugar implica mucho más que lo territorial, implica sentir pertenencia e identificarse con el lugar donde se articulan los distintos niveles de la realidad e interactúan diferentes actores implicados en la delimitación y apropiación del territorio, con intereses e intenciones distintos y en algunos casos, contradictorios.
En cambio, en las sociedades actuales vivimos atravesando no lugares, donde precisamente esos intereses no conjugan y no nos apropiamos. Podemos entonces pensar a la instancia de “vivir en edificios” como parte de esos no lugares, donde no se construye el concepto de vecindad.
María Fernanda Rossi