Tiene apenas nueve años y, en un video casero en el que su mamá oficia como camarógrafo improvisado, relata que se quiso suicidar. Se quiere suicidar porque en el colegio se ríen de ella, porque la hostigan y se burlan. ¿Su pecado? Ser gorda.
“Me ponen la traba y cuando me caigo gritan ‘terremoto, terremoto’”, cuenta con el corazón tan quebrado que hasta escribir estas líneas hacen que se haga un nudo en la garganta, “se burlan y me dicen gorda”, se le caen las lágrimas. Toma pastillas. Cuando vuelve de su internación una madre echa mano al último recurso que conoce: las redes. Nos quiere despiertos. Pero la gordofobia existe y está ahí, acechando, hasta los cuerpos en crecimiento más inocentes.
La gordofobia no es una fobia reconocida sino un término que se ha impuesto de manera coloquial, sobre todo entre quienes la sufren. Personas que no se acomodan a los estándares que exige la sociedad y que, por lo tanto, esa misma sociedad asume que pueden ser expulsados, rechazados, lastimados.
La impunidad sobre el cuerpo del gordo es tal que a nadie le da vergüenza decirle a una persona cualquiera, de confianza o no, cosas como “qué pena, tenés una cara muy linda” o “con 5 o 10 kilos que bajes serías hermosa”. Y estos comentarios están muchas veces escudados en la mentirosa cuestión de salud. Cuando alguien se anima a violentar a otro de semejante manera, en lo que menos está pensando es en la salud de su interlocutor, acá lo único que importa es que tu presencia gorda no nos incomode.
“Qué asco, eso fue lo primero que me dijo mi mejor amigo cuando le dije que me gustaba una compañera. ¿Y Sabés porqué me dijo semejante cosa? Porque nuestra compañera pesaba 10 kilos más que el resto de las chicas. Era ‘la gorda’ de la empresa. Me reprimí y no la invité a salir. Mi mejor amigo me gastó con ‘la gorda’ durante años, pero recién mucho mucho tiempo después yo pude reaccionar. Fui un forro, lo sé, por dejar que un pelotudo me cagara la vida y me hiciera perder tanto tiempo.
Años despues me di cuenta que había hecho la peor elección de mi vida y me quedé con ‘mi mejor amigo’ en lugar de con chica que tanto me gustaba. Por miedo, por cagón. Por suerte la vida me dio otra oportunidad.
Un día casualmente la encontré etiquetada en la foto de una amiga en común y le mandé un mensaje por facebook. Tenía un miedo bárbaro de que me sacara cagando ¡y con razón! Porque yo había sido un tremendo tarado. Pero por suerte, gracias a dios, a los santos o a que la agarré con la guardia baja, me contestó y me aceptó ir a tomar un café. Ahora estamos por cumplir 5 años juntos y es de las mejores cosas que me pasó en la vida. Es hermosa, por dentro y por fuera y se lo discuto al gordofóbico que sea. La belleza no la dicta la balanza”. Daniel, empleado, casado, feliz.
Lamentablemente, ningún ámbito está exento de este tipo de violencia. Aun cuando una persona cree estar en un lugar tan seguro como el consultorio de un médico, este odio hacia las figuras con sobrepeso u obesidad está allí, latente, esperando ser disparado, rápido y venenoso, como a través de una cerbatana.
Luciana tiene 38 años, es empleada administrativa y una hábil viajera, y no tuvo mejor idea que ir a que un especialista evaluara sus várices: “fui porque tengo muchas, un poco por obesidad y otro gran poco por herencia de mis padres; después de hacerme bajar los pantalones para mirarme las piernas, y una vez ya sentados en el escritorio empezó a hacerme preguntas de rutina, pero antes de que yo llegara a contestar algo, él se contestaba solo, haciendo comentarios y burlándose de mí.
Me preguntó si me dolían las piernas y antes de que yo abriera la boca dijo: ‘bah, más que las piernas te deben doler los dientes de tanto comer0, literal, me dijo eso.
Le dije que estaba en tratamiento con nustricionista y yendo al gimnasio y me contestó: ‘hay que cerrar el pico, ninguna dieta, hay que dejar de comer y listo’. Aclaro que era la primera vez que iba a consulta con ese señor. La verdad en ese momento no me di cuenta de la gravedad de todo lo que estaba sucediendo.
Al salir de la consulta y rememorarlo empecé a caer de todo lo mal que había estado lo que había pasado ahí. De hecho, años más tarde me di cuenta que eso hasta calificaba como violencia de género porque esos comentarios claramente a un hombre no se los hubiera hecho.
Además de no volver -me había mandado a hacer el prequirúrgico para operarme- la verdad es que no hice nada.
Claro que desde entonces quedé con cierto miedo de ir a un médico, miedo de volver a vivir esa situación, yo soy cero reaccionaria. Ahora suelo elegir especialistas mujeres a menos que sea alguien que me súper recomienden”.
Existe una especie de mito popular que establece que cualquier persona excedida de peso -poco o mucho- es una persona dejada, sedentaria y con una vida triste y poco saludable. Cierta parte de la sociedad, con los dedos más rápidos del oeste para señalar, inventa en sus cabezas que “el gordo es gordo porque quiere, no se ama, por eso no se cuida”, y el mundo de la persona con obesidad es ligeramente (como un universo) más complejo.
Es tal el desprecio por el cuerpo gordo que hasta una marca de ropa interior de Brasil no tuvo mejor idea que modelar ropa interior de talles grandes en sus modelos delgadas, curvilíneas y de figura espigada. Entonces, si no fuera porque es un golpe tremendo al cuerpo ajeno y una discriminación absoluta al que está fuera de los cánones impuestos, hasta la imagen parecería divertida.
Muchachas delgadísimas dentro de bombachas gigantes que estiran hasta donde pueden con sus manos porque es preferible que una flaca haga el ridículo a que una gorda intente mostrar el cuerpo que les desagrada.
El licenciado Arturo Torres* dice en su página Psicología y Mente: “Las personas gordas son asociadas automáticamente a la falta de autoestima, a las dificultades para vivir una sexualidad de manera satisfactoria y a la necesidad de llamar la atención esforzándose mucho. En definitiva, se entiende que estas personas parten con una desventaja definitiva que hace que valgan menos al no ‘poder competir’ con el resto. Vistas con las gafas de la gordofobia, estas personas son percibidas como individuos desesperados, que aceptarán un peor trato tanto informal como formal, y que estarán dispuestas a ser más explotadas laboralmente.
Es, en definitiva, un modo de pensar que se caracteriza por hacer cargar con un estigma social a las personas obesas. Eso significa que no forma parte de un cuadro clínico, tal y como sí lo hace, por ejemplo, la agorafobia. En la gordofobia, el sobrepeso se considera una excusa para poder hacer pasar a ciertas personas por otro rasero moral. De algún modo, la estética dicta el tipo de ética que se aplica sobre esta minoría… Porque las personas con sobrepeso son minoría, ¿verdad?”.
Para Torres, “la gordofobia ha dejado una huella tan poderosa en nuestra cultura que incluso el concepto el que alude resulta un tabú. La industria de la moda ha tenido que inventarse mil y un neologismos y eufemismos para referirse a las tallas grandes y a la morfología de las mujeres que desde otros contextos son acusadas de ser gordas: curvy, rellenita, talla grande… fórmulas lingüísticas que se intuyen artificiales y que, en cierto modo, confieren mayor fuerza al término ‘gorda’ por su sonora ausencia”.
Mostrar y mostrarse está reservado para algunos privilegiados, para quellos que no tienen que justificar un rollo, una celulitis o una estría, para aquel que sentarse a comer en público no le devuelve miradas de desaprobación, para ese que camina por la calle comiendo un helado sin que otro le grite que le hace falta largar los postres.
Y no es una cultura del cuerpo insano o de la vida no saludable, es más bien una oda a permitir que el otro sea simplemente eso, otro:
Todo lo que leerás a continuación lo pienso yo, Romina**. Ni vos ni tu mamá ni tu tío de Formosa. Es mío. No lo cuestiones, acompáñalo.
Soy ex gorda. Mentira. Soy gorda.
Yo creo que uno nunca deja de serlo, solo que ahora elige cada día alejarse de ese lugar.
Y no es una elección inocente. Los gordos la pasamos muy mal en este mundo. Muy.
No nos entra la ropa que nos gusta, en la calle, en fiestas, en la cancha,en el trabajo, con chistes, sin chistes, todos te recuerdan de muchas formas posibles que sos gordo.
Nadie te hace notar si sos rubia, si tenes las uñas largas o las orejas chicas. No. Eso no hace falta. Pero ser gorda es malo. Así te taladran desde chiquito. Así te lo aprendés a creer.
Yo ahora la paso mejor. La gente me da besos y felicita porque, ATENCIÓN, estoy flaca.
No me dicen “Aguante querer algo y lograrlo. Aguante tu esfuerzo”.
Directamente me espetan un “Sos la mitad, que flaca y hermosa. Te felicito”. Insólito. Me felicitan por ser flaca.
Les cuento desde este nuevo lugar que ser flaco es mucho más sencillo. Te vestís mejor, cogés más, te escribe bocha de gente. Sos más feliz.
No niego que amigarse con uno mismo produce un cambio en la seguridad y energía que cada persona irradia y eso hace que el otro nos registre de otra forma; peeeero ADEMÁS DE ESO, te observan diferente porque sos flaca y flaca es linda.
Hace poco un grupo de personas que me conoce hace dos meses no podía creer que alguna vez yo haya sido gorda. Les quise mostrar una foto y me dijeron “ay no, no, ¿para qué ver lo feo si ahora te conocemos linda?”.
Yo deseo profundamente dejar de sentirme una mierda por ser gorda y tener TERROR de volver también a eso. Lo deseo muy de corazón, eh, pero todavía no me pasa.
Todavía pensar en volver a ser gorda me da miedo. La gordofobia me erosionó. Estoy trabajando mucho para revertirlo.
Ojalá que a ustedes no les suceda.
*Licenciado en Sociología por la Universidad Autónoma de Barcelona. Graduado en Psicología por la Universitat de Barcelona. Posgrado en comunicación política y Máster en Psicología social.
**Docente, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
María Fernanda Rossi