15 días después del último contacto, la Armada Argentina decidió que era momento de dar por finalizado el caso SAR que había sido abierto el viernes 17 de noviembre.
Desde el miércoles 15 de noviembre nada se sabe con certeza del submarino ARA San Juan ni de sus 44 tripulantes. Las versiones en las redes sociales se multiplicaron y crecieron, se desparramaron como se desparrama una plaga en cosecha verde. Arrasadoras, dañinas.
Los dichos irresponsables de los funcionarios y aliados del gobierno nacional no cesaron en 15 días. El propio ministro de Defensa de la Nación dijo a través de su cuenta de Twitter que habían detectado llamadas que provenían del submarino; la actual diputada nacional Elisa Carrió se despachó en la mesa de almuerzos más famosos de la televisión argentina sobre el destino de los tripulantes, sin ningún reparo en las familias que aún guardaban esperanzas.
Mientras se conocía la noticia de la suspensión del operativo de rescate, el Presidente de la Nación, Mauricio Macri, tuiteaba alegremente sobre las buenas nuevas del G20. No hubo comunicado oficial, no se decretó duelo, no se destapó una cadena nacional. Silencio absoluto del Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas.
Tímidamente, empiezan a aparecer algunos familiares, aquellos involuntarios protagonistas del asedio de la prensa. No se resignan. Algunos con más entereza que otros buscan refugio en lo que pueden y como pueden. Piden, ruegan, lloran, siguen mirando al mar.
Luis Tagliapietra, papá de Damián –uno de “los 44”, tal como se los ha denominado a lo largo de toda la búsqueda- fue de los primeros en abrir el corazón y la boca: “me permito exigirle al presidente Macri que, como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, revierta esta decisión de la Armada, absurda y arbitraria de abortar el SAR y que prosigan con la búsqueda como está porque hay más de 4000 hombres buscándolos vivos”.
“Está todo dado para que los puedan seguir buscando, el clima es el mejor desde que empezó todo esto. Estoy en este momento frente al mar acá en Comodoro Rivadavia y parece un lago, es ridículo que aborten en este momento, es una decisión que considero arbitraria e injustificada”, dijo con la voz quebrada.
Tagliapietra, quien debió además seguir la conferencia del Capitán Balbi por televisión, ya que se encuentra en la ciudad patagónica en la que se concentran los trabajos, expresó “los 44 se merecen que los sigamos buscando con vida, porque si encontramos a uno con vida va a valer la pena todo. Tienen que seguir buscándolos vivos”.
Las cadenas de oración no cesan, los que estaban resignados hace más de una semana intentan contener al resto. Todos sienten un peso desolador que ahueca el pecho. Se puede ser riguroso y entender cualquier explicación racional, pero en el San Juan no hay en este momento solo una cadena de mando, allí adentro quedan historias, nombres y apellidos que están unidos por un hilo imaginario e infinito con el puerto de Mar del Plata.
La falta de empatía del gobierno nacional es dolorosa. Inmediatamente se replicaron mensajes de condolencias de artistas, deportistas, personalidades de extracción política de las más variadas, de medios de comunicación nacionales y extranjeros y hasta la mismísima cuenta de tuiter de los ocupantes de nuestras Islas Malvinas –y que se comportó de manera extraordinaria desde que se lanzó el operativo de búsqueda y rescate- abrazó simbólicamente al pueblo argentino durante estos momentos de tristeza.
La agencia de noticias estatal Telam anunció que hoy viernes, tal vez a media mañana, el Presidente de la nación grabará un comunicado y que, más allá de que en un primer momento se habló de suspender su agenda, la reconfirmó. El no mensaje es un mensaje desolador.
¿Cómo se le pide a alguien que se resigne? La explicación de la Armada es lógica, los días que pasaron son demasiados, el esfuerzo de decenas de países es evidente, pero ¿cómo hace un padre, una esposa, un hermano, una hija, para dejar de esperar? No hay respuestas. Una vez más.
Las preguntas se multiplican y se desparraman como una ráfaga, como quien deja una olla destapada con maíz pisingallo, arriba del fuego. En algún lugar habrá un final, el cierre, el fin de la incertidumbre, la respuesta palpable. En algún lugar está el consuelo que hoy no quiere asomar, porque consolarse sería casi como rendirse. Todavía no, piden a gritos mudos, todavía no.
Habrá que esperar entonces aquellas respuestas; alguien, más temprano que tarde, deberá darlas. No es momento aún de señalar culpables, ni de tirarse con los lutos de las familias para ganar popularidad. A los que no pueden quitar la vista del mar no les interesa ahora la lucha política por evadir –o tirarle a otro– responsabilidades. Ya llegará ese momento, ahora los ocupa la respuesta más finita, la de la ausencia.
Hoy es el día 16, la esperanza no quiere disolverse en el agua salada, el arrullo de las olas envuelve las penas de los que aguardan en la orilla. El viento comodorense se hace suspiro eterno. El vacío golpea violentamente. La herida se abre. Los ojos nunca se cierran. La espera conmueve.
María Fernanda Rossi