Según investigaciones del CONICET, cada lechuza puede comerse hasta 2.000 roedores, y ante la posibilidad cierta de que estas aves se vayan desplazando, se puso en marcha un proyecto que les facilita la anidación en las localidades chubutenses de Lago Puelo y El Hoyo y en la rionegrina de El Bolsón.

Carlos Ale (CONICET) y equipo, colocando las “anideras”

Esos mismos estudios dieron como resultado que hay una disminución de lechuzas y búhos en la región cordillerana, por lo que, el control natural sobre los roedores que estos ejercen, en especial de los colilargos que pueden transmitir el hantavirus, también se ve afectada.

Carlos Ale en biologo, profesor de Biología y magister en Ambiente. Fue cobecado por el CONICET y Parques Nacionales, explicó que cada vez, hay menos lugares que cuentan con hábitat adecuado para las lechuzas y ante la ausencia de troncos huecos, se le ocurrió colocar unas cajas llamadas “anideras”, construidas en fenólico y diseñadas específicamente para que anide la lechuza del campanario.

Ale explicó que, si bien no están en peligro de extinción, hubo una reducción de su población principalmente por una notoria pérdida de su hábitat a causa de una mayor deforestación, el aumento de los incendios y el avance de las urbanizaciones, que hacen que estas aves se vayan desplazando y muchas veces sean atropelladas por vehículos.

También se ven afectadas por el uso de veneno por parte de las personas que quieren combatir los roedores. “Lo come el ratón, pero no se muere inmediatamente. La lechuza prefiere un ratón que se mueva poco a otro que se mueva rápido para ahorrar energía. El más lento puede estar envenenado y al comérselo y finalmente muere la lechuza”.

Ale, un tucumano de 32 año vecino de Lago Puelo, expresó que “en un primer momento, se construyeron 10 anideras, pero el proyecto tomó difusión en la zona y los estudiantes de la escuela técnica de El Hoyo se pusieron manos a la obra para diseñar otras nuevas”.

Estas cajas anideras fueron colocadas en el parque nacional, así como en terrenos de privados, en lugares abiertos, los preferidos por estas aves. La iniciativa contempla una etapa de evaluación con entrevistas a la gente porque muchos consideran a las lechuzas como aves de mal augurio, entonces, las matan. “No fueron pocos los que nos contaron que habían perdido un familiar por hantavirus. La idea es educar y concientizar también”, explicó Ale.

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