El Cabo Domingo, esa montaña cortada al pie de la playa que sirvió de referencia para los antiguos navegantes, esa mole de rocas y tierra rodeada por lagunas y pastizales que se eleva 100 metros sobre el nivel del mar, es una imagen característica del paisaje del norte de la Isla Grande de Tierra del Fuego. Hacia el sur nos encontramos con el puerto abandonado, la Misión Salesiana y, más allá, los arrabales de un Río Grande que se expande; hacia el norte, la desembocadura del Río Chico, la Estancia Las Violetas y las amarillas llanuras interminables.
Los primeros recuerdos que tengo del Cabo Domingo están asociados a la infancia, a tardes de sol y viento tirándonos con cartones sobre el pasto duro de sus laderas, y a caminatas entre las piedras de la playa, cuando la marea lo permitía, buscando pulpos, cholgas y otras alimañas de las profundidades marinas que hubieran emocionado el maestro Lovecraft.
Con el correr del tiempo escuché historias desgraciadas.
Ese mismo juego, el de saltar sobre las piedras mojadas, que siempre iba acompañado de insistentes advertencias sobre el respeto que debíamos de tenerle al mar, porque la marea sube muy rápido y sin aviso, a algunos les había salido mal. Me enteré la historia trágica del hijo de un texano que había venido a la isla a trabajar en la empresa petrolera Tennessee; el pequeño murió junto a su padre en las heladas aguas de la playa del Cabo Domingo. Luego la familia del niño hizo una importante donación para que se construyera la primera guardería de Río Grande, que quedaría a cargo de las hermanas de la Virgen Niña. A manera de homenaje la guardería llevó el nombre de “Michel Dorney”.
Luego me contaron de la tristemente célebre matanza serlk´nam. Alexander MacLennan, “El chancho colorado”, famosos asesino de Tierra del Fuego, en la primera década del siglo XX, invitó a un numeroso grupo de aborígenes a un banquete para sellar un acuerdo de paz. Al parecer se bebió en abundancia, como la ocasión lo ameritaba, y cuando los hombres estaban ebrios, los ayudantes del escocés, escondidos en los pastizales, abrieron fuego sobre ellos. Calculan que fueron alrededor de 400 las víctimas de esta masacre. Otras versiones hablan de que los acorralaron contra el mar y dispararon sobre los inocentes, dejando sus cadáveres esparcidos e insepultos sobre la arena de la playa. Versiones menos creíbles relatan que los aborígenes eran arrojados desde el desfiladero como parte del plan de exterminio. Otras historias confunden datos diciendo que conquistadores y sacerdotes emborrachaban a los indígenas y los arrojaban de lo alto del cabo para que sus cuerpos se estrellen contra las rocas de la playa.
Al parecer, para las culturas ancestrales de la isla, imagino que por lo llamativo del lugar, por las hermosas vistas panorámicas del mar y del campo que se pueden observar desde su cima, era un lugar sagrado. Me encanta la idea de que encendieran gigantescas fogatas en la cúspide del cabo para comunicarse con personas que estaban a kilómetros de distancia. Pero ¿de dónde traerían la madera?
Siendo niño, me acuerdo que mis padres o los padres de algún vecino nos llevaron a los chicos del barrio hasta el Cabo Domingo porque había una orca varada. Me impresionó el tamaño, el brillo del cuero, los ojos negros del animal, y el esfuerzo de un par de personas que lo mojaban con baldes para que no se muera. Hacía poco habíamos visto “Orca, la ballena asesina” y ahora teníamos a uno de esos depredadores mortales indefenso y moribundo sobre la playa. Después de unas horas, alguno de los presentes dijo que había muerto. En seguida escuchamos detrás nuestro el ruido de un motor arrancando. Nos dimos vueltas y se acercó un tipo con una motosierra. Nos miró y nos dijo que iba a sacarle la dentadura al animal. Nos quedamos hipnotizados viendo cómo chorreaba la sangre cuando la máquina destrozaba la carne y los huesos de la mandíbula.
Muchas cosas oscuras ocurrieron en las últimas décadas en el Cabo Domingo: una persona apareció apuñalada en Caleta La Misión; un hombre murió teniendo sexo con una prostituta en su coche; unos jóvenes quisieron subir con un auto hasta la punta y casi se desbarrancan con vehículo y todo; un muchacho de 21 años, gracias al pedido de auxilio de su hermana, fue asistido por la policía, evitando que se suicide: lo encontraron sentado en lo más alto con los pies colgando hacia el vacío; una mujer difundió la foto de un pie humano amputado supuestamente encontrado en la playa del cabo, hecho del que no pudo confirmarse nada; un correntino de 35 años fue hallado muerto en uno de los santuarios del Gauchito Gil, ahorcado con una bandera roja (la fe en el santo no fue suficiente para evitar que tome esta drástica decisión).
Leo en otro lado que el Cabo Domingo es el lugar más ventoso del planeta. No me parece difícil de creer. El viento pone nerviosa a la gente, da insomnio, dolores de cabeza; el viento nos pone agresivos. Quizás así se explique tanta locura y estupidez alrededor del Cabo Domingo.
En julio del 2017 me llegó un mensaje donde me pedían que escriba la etiqueta de una cerveza local. La idea era hacer un texto muy corto sobre un chamán selk´nam que subía, en el pasado, al Cabo Domingo, y que de alguna manera tenía que dar a entender que sus poderes estaban hoy presentes en la cerveza. No pude hacer la relación entre la cerveza y la magia, pero sí escribir el texto. (Pongo XXX en el lugar del nombre del hechicero porque es el nombre de la cerveza.)
Con un collar de dientes de orcas sobre el pecho, cargando su arco y sus afiladas flechas, el poderoso hechicero XXX observa la mole de rocas a través de la bruma. Cada mañana sube para ver nacer el sol del áspero mar y cantarle agradecido. Chillidos de gaviotas y plumas de cormoranes atrapadas en los pastos duros acompañan sus huellas. Sobre el Cabo Domingo, ese abismo de piedras que los temblores de la tierra rompieron sobre las frías aguas saladas, controla el tiempo y las mareas de la vieja isla grande de la Tierra del Fuego.
Días más tarde me pidieron que acorte el texto porque era demasiado largo para la etiqueta, y que escriba algo relacionado con la cerveza. Así quedó la segunda versión:
El poderoso hechicero XXX, cargando su arco y sus afiladas flechas, cada mañana sube para ver nacer el sol del áspero mar y cantarle agradecido. Sobre el Cabo Domingo, ese abismo de piedras que los temblores de la tierra rompieron sobre las frías aguas, controla el tiempo y las mareas de la vieja Tierra del Fuego.
Con mucho cuerpo, hecha con ingredientes naturales y llena del aroma de lúpulos patagónico, la cerveza artesanal XXX, viene a seducir paladares con su amargo sabor armónico. Ideal para brindar en el fin del mundo.
Como soy un escritor profesional, mi pago iba a ser mitad en dinero, mitad en cerveza. La maldición del Cabo Domingo continúa: los depósitos monetarios fueron hechos de inmediato, pero casi dos años después, con la garganta seca, todavía estoy esperando la bebida.
Fede Rodríguez
Imágenes: Renata Lerina (portada) y Fernando Urdapilleta.