Catorce pingüinos magallánicos fueron reinsertados en una playa de San Clemente del Tuyú por la Fundación Mundo Marino. Son ejemplares nacidos en noviembre, en la zona austral del país, que encallaron en la costa atlántica en su primera migración al trópico.
El sonido metálico del pestillo descubierto anuncia su libertad. El grupo de pingüinos de Magallanes se mantiene unido en la jaula. La pausa, por la sorpresa de la puerta abierta, es breve y pisan juntos la arena mojada después de meses en rehabilitación.
A unos metros está el mar, planchado como una moneda, tiene apenas unas esporádicas ondulaciones por la brisa. En el cielo despejado, las gaviotas sobrevuelan la costa agreste de San Clemente del Tuyú, un muelle rojo y los edificios que se elevan por encima de los médanos y arbustos. La meteorología es óptima para su reinserción en la naturaleza. Los pingüinos náufragos tienen una segunda oportunidad de migrar al norte. Alcanzaron su peso y la fuerza necesaria para volver a su hábitat. Se recuperaron de la desnutrición, las enfermedades infecciosas y la anemia.
Son juveniles, su plumaje es de pintitas moteadas grises, hasta no ser adultos no tendrán franjas negras en el cuerpo y la media luna blanca en la cabeza. La banda, sin líder, se bambolea por un camino de estacas y cuerdas dispuesto en dirección al mar. Parecen juguetes a cuerda, tropiezan y se vuelven a levantar. Un operario de la Fundación Mundo Marino, vestido de polar azul y celeste, los arría para que no se desbanden. Las huellas palmeadas quedan impresas en la orilla y, cuando sus panzas tocan el agua, sus alas se vuelven remos. No se sumergen, flotan entregados al ritmo de la marea que los mece dentro del océano. Catorce pingüinos magallánicos fueron reinsertados en una playa de San Clemente del Tuyú por la Fundación Mundo Marino. Son ejemplares nacidos en noviembre, en la zona austral del país, que encallaron en la costa atlántica en su primera migración al trópico. Los especialistas señalan que el varamiento de la especie es un fenómeno cada vez más frecuente por la contaminación, la actividad pesquera, el desplazamiento de sus presas, la basura en el mar y la exploración de petróleo. Los pingüinos liberados se unieron a la migración de otoño para poder regresar a sus colonias en la Patagonia cuando comience la primavera.
En el centro de rescate se los registra y se les implanta un chip con la historia clínica de su tratamiento en Mundo Marino
“El desafío que enfrentan ahora es enorme. Estuvieron dos meses en el nido y cuando pudieron independizarse y migrar quedaron varados en diferentes playas de la costa argentina. Cada vez encuentran menos comida, más contaminación y basura en el mar”, dice Sergio Rodríguez Heredia, biólogo y responsable del Centro de Rescate de la Fundación Mundo Marino en la previa a la reinserción. Se encuentra en el espacio de rehabilitación de animales. En un corral con suelo de pedregullo y una pileta hay dieciséis pingüinos: quince juveniles y un adulto. En el recinto contiguo, un cachorro de lobo marino de dos pelos descansa y se recupera sobre una plancha térmica.
“Los pingüinos vararon en las playas en un estado deplorable, debilitados por la hipotermia, deshidratados, desnutridos y con una alta carga parasitaria. Muchos mueren en la playa, o a las horas de llegar a los centros de rescate, cuando tienen un cuadro irreversible. Otros, como este grupo, respondieron a las atenciones veterinarias y están listos para su reinserción. Estamos nerviosos porque son un grupo de todos juveniles”, dice Rodríguez Heredia mientras se pone un barbijo y guantes que le cubren el tatuaje de un pingüino magallánico del dorso de su mano. También tiene uno de una tortuga marina en el antebrazo, y por el cuello de su polar azul asoma la cola de una ballena que se tatuó en el pecho. De los dieciséis del recinto quedan rezagados dos, que no alcanzaron el peso suficiente: un juvenil y el único adulto, que además está en pleno recambio de plumaje y no puede subsistir en el mar hasta que no recupere su impermeabilidad. Los pingüinos no se liberan individualmente sino que se tienen que formar camadas de al menos ocho. Facilita la reinserción cuando hay uno o más adultos, que adoptan el rol del líder. En este caso, los juveniles tendrán que valerse por su cuenta frente a lo que les depare su regreso al mar. En el centro de rescate se los registra y se les implanta un chip con la historia clínica de su tratamiento en Mundo Marino. Cuando ingresan en un estado crítico se los estabiliza en unos recintos con lámparas de calor que parecen gallineros y se les practica fluidoterapia
“Los pingüinos metabolizan el agua a través del alimento, si no comen se deshidratan”, dice Juan Pablo Loureiro, veterinario y director técnico de la Fundación Mundo Marino. A su lado está el galpón que usan para limpiar a los pingüinos y otros animales empetrolados. “Llegaron pingüinos con heridas y parásitos. Muchos mueren. Aproximadamente tienen que tener 2 kilos para el alta veterinaria. El criterio es que logren el peso similar con el que entraron. El peligro en la zona son los perros, que suelen atacar a la fauna marina que está abandonada”, agrega Juan Pablo.
Sobre la rehabilitación, Loureiro refiere que se los desparasita y trata con antibióticos, los hidratan con agua y sales, para compensar la carencia de minerales, y les suministran suplementos vitamínicos. También les practican estudios de sangre y controles veterinarios semanales. En el proceso quedan bajo el cuidado y atención humana, pero no se genera un vínculo, para que mantengan su estado silvestre. Los recintos se cubren para que no se acostumbren al humano y lo relacionen como proveedor de alimento. No les ponen nombre sino que se les asigna un número de ingreso para el inventario que controlan las autoridades de flora y fauna de la provincia de Buenos Aires y Nación.
El pingüino de Magallanes (o Patagónico) es una especie que pasó de la categoría “preocupación menor” a estar hoy “casi amenazada”, de acuerdo con la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, como efecto de la reducción poblacional que sufrió en los últimos 30 años. “Son aves extrañas, anfibios que tienen una vida dual. Toda su vida ocurre en el mar, se alimentan y duermen allí y sólo salen a tierra una vez al año para reproducirse en las colonias de decenas de miles de parejas, o para cambiar de plumaje. En el océano arman pequeños grupos de entre 5 y 20 individuos”, dice Marcelo Bertellotti, investigador del Conicet y especialista en Aves Marinas.
En otoño migran hacia Buenos Aires, Uruguay y el sur de Brasil buscando aguas más cálidas y las anchoas, su principal alimento. “Es un pez muy pequeño que forma cardúmenes grandes y tiene conductas predecibles. Si la migración de los pingüinos es más al norte es porque hubo menos alimento disponible. Hay registro de pingüinos de Magallanes en Río de Janeiro. Lo natural es que no salgan a la costa. Salen si están enfermos, o si se despistan persiguiendo a las presas. Cuando pierden peso, sus funciones metabólicas descienden abruptamente, consumen la poca grasa que tienen y pierden la capacidad de termorregulación”, dice Bertellotti. Y agrega: “Son filopáticos, es decir que regresan al lugar donde nacieron y lo hacen en el mismo nido y con la misma pareja año tras año, a pesar de qué se separan en el invierno. Son muy vulnerables al cambio climático y la actividad del hombre. En el agua sufren el impacto de las pesquerías, la contaminación y los microplásticos”. La especie se distribuye en la costa de la Argentina. La colonia más al norte está a la altura de la mitad de Río Negro y en el resto de las provincias australes, hasta rodear todo Tierra del Fuego y el sur de la costa chilena. El núcleo poblacional más grande está en Península Valdés, seguido por Punta Tombo, un sitio que últimamente cobró interés público luego del caso del hombre que fue acusado de destruir con una topadora 146 nidos para abrir un camino de campo en un área protegida y reconocida por la Unesco. El hecho fue llevado a la justicia penal que juzgará por primera vez en el país la figura de “ecocidio”.
En el recinto los pingüinos se encorvan, estiran el cuello o se rascan las plumas con el pico
La tasa de mortalidad de la especie es más alta en la primera migración. “Hoy las muertes se están acrecentando por la acción del hombre. Año a año notamos que el varamiento es cada vez mayor”, dice Rodríguez Heredia. En el recinto los pingüinos se encorvan, estiran el cuello o se rascan las plumas con el pico. Permanecen tranquilos, aunque están curiosos por el movimiento en el entorno. Los operarios entran y los levantan uno por uno. El que más se resiste apenas amaga un aleteo leve en el aire. Los resguardan en un armazón cubierto por una media sombra verde que está asegurado en la caja de una pick-up. La jaula traquetea por los caminos de tierra de San Clemente y en el interior los pingüinos se balancean como si fueran pinos de bowling de gelatina. La camioneta se aventura entonces en 4×4 por un médano, entra a la playa y estaciona en el borde de la orilla donde los trabajadores marcan un perímetro. Luego los liberan ante la presencia de 70 alumnos de escuelas aledañas y miembros de distintas fundaciones que participaron de los rescates.
“Esperamos siempre las reinserciones para reforzar lo que aprenden en el aula. Trabajamos en la concientización de los chicos y el cuidado de este ecosistema que tienen en la puerta de su escuela”, dice Karina Álvarez, bióloga y docente de estudiantes de primer año del colegio Inmaculada Concepción, que está ubicado detrás del médano. “Todo lo que ven acá después lo usamos para actividades. Hace una semana hicieron la limpieza de esta playa y la próxima van a hacer una recolección de colillas de cigarrillo”, agrega Álvarez quien además trabaja en Mundo Marino como responsable de conservación de especies. Sus estudiantes este año realizarán la “jura ecológica”, como compromiso con la naturaleza de San Clemente. Tres de los catorce pingüinos liberados fueron rescatados en la costa por la Fundación Ecológica Pinamar. Los miembros de la organización están en la playa. “Al rescatarlos se les da una segunda oportunidad”, dice Jennifer Pezzo, presidenta de la organización. “Encontramos nueve, algunos fallecieron, otros siguen en recuperación y tres se reinsertaron. Es muchísimo en comparación con otros años. Somos un grupo grande de voluntarios que monitoreamos la fauna marina en la costa. La primera asistencia es darles calor, porque salen hipotérmicos, hasta que Mundo Marino los retira”, señala Pezzo.
La ambientalista advierte a la ciudadanía que al encontrar un pingüino hay que avisar urgentemente a las autoridades, “La gente se confunde y los pone en bañeras con hielo o en el aire acondicionado porque piensan que necesitan frío cuando en realidad tienen un cuadro hipotérmico. También al verlos desnutridos intentan alimentarlos y eso empeora su estado. No hay que tocar ningún animal marino que sale a la costa ni sacarse fotos”, dice.
Alimentar a un pingüino que naufragó sin el cuidado y la dieta adecuada es letal porque no está en condiciones de digerir la comida sólida. Se queda atragantada en el esófago y le causa muerte por ahogamiento. Los pingüinos fueron rescatados entre marzo y mayo en distintas localidades del Partido de la Costa: Mar de Ajó, Nueva Atlantis, San Clemente, Costa del Este, Santa Teresita, Mar del Tuyú, y San Bernardo y en las ciudades balnearias de Valeria del Mar, Pinamar y Villa Gesell. Además de Mundo Marino y la Fundación Ecológica Pinamar, participaron de los rescates Fundación Rescate Verdemar, el Grupo de Rescate de Fauna Silvestre y Prefectura Naval Argentina. En otros casos fueron turistas o residentes de las ciudades balnearias, que los encontraron varados en la playa y llamaron a la Fundación Mundo Marino. La mayoría de los varamientos son de pinguinos magallánicos, aunque con menor frecuencia se producen de otras subespecies, como de penacho amarillo y las variantes antárticas rey, adelia y papúa. El grupo reinsertado flota a la deriva, cada vez más alejado de la península de Punta Rasa y del estuario donde el Río de La Plata se mezcla con el mar. En el horizonte sus cabecitas se mimetizan en una sola mancha que resplandece con el sol. Siguen unidos. Emprenden su viaje al norte. De sobrevivir la temporada marina su regreso a la Patagonia será con la media luna blanca crecida en sus rostros como símbolo de la adultez. En la arena de San Clemente quedan las huellas palmeadas de los náufragos australes que volvieron al mar.
Fuente: La Nación