Hay noches y noches en la historia de la literatura. Hay noches determinantes, hay noches olvidables, hay noches hechas de noches, o mejor de palabras.
Hoy vamos a hablar de una noche fundamental para nosotros, los amantes de los libros.
Antes, un poco de historia: Nos vamos a Inglaterra y en las primeras décadas del siglo XVIII encontramos a Mary Godwin, joven de familia acomodada. Su padre es un filósofo de renombre y su madre, filósofa y feminista (cosa muy poco común para la época).
De espíritu inquieto, Mary conoce y se enamora de uno de los seguidores de su padre, el poeta romántico Percy Bysshe Shelley. Percy estaba casado, lo que no impidió que el romance siguiera su curso. Se casan en 1816, después del suicidio de la esposa del poeta (por razones que podemos adivinar).
Claire Clairmont (media hermana de Godwin) tenía por amante a otro rebelde impenitente, el que fue la encarnación de los ideales románticos de la época, el odiado, amado y temido Lord Byron. Los cuatro juntos recorren Europa, causando escándalos y reformulando la literatura de esos años.
Byron era un noble de fortuna familiar amplia y fama propia. Sus libros de poesía se vendían como bestsellers y era la voz de una generación que veía en sus actitudes y aventuras al ícono de la modernidad. Polémico, nostálgico y agudo, gustaba de llevar con él a todas partes a su médico personal John William Polidori. Las crónicas nos cuentan que John era tímido, callado y adoraba el suelo que Byron pisaba. El poeta gustaba de tratarlo con desdén, se burlaba de sus ideas delante de otros y lo usaba como contrapeso cómico. Lo mortificaba a diario a pesar del culto que su doctor le profesaba, o por esa misma razón. El médico soñaba con ser un poeta como su empleador. En esta noche en particular, la historia recordará a Polidori y no a Byron, para desazón del poeta.
Por esta misma época, había una teoría que sostenía que por medio de impulsos eléctricos era viable dotar de movimiento a la carne inerte (¿les suena?). Su creador se llamaba Luigi Galvani, su teoría se llamó galvinismo. Al final, esa premisa resultó infructuosa, o más o menos, porque una charla casual entre Polidori, Byron y Shelley sobre el tema fue lo que desencadenó una pesadilla y esa pesadilla fue el germen de cultivo para unos de los arquetipos más famosos del terror moderno.
Acá los detalles: Byron, Shelley, Mary, Polidori y Claire estaban en Ginebra en Villa Diodati, pasando el verano. No faltaba el vino, el láudano, la filosofía, el opio y la literatura. En un rapto de inspiración maravillosa, Byron reta a los presentes a escribir un relato corto de terror: el más espeluznante ganaría un premio simbólico.
Esa noche Godwin sueña. Una criatura hecha de retazos de cuerpos y salida de un cementerio recorre su mente, noche con relámpagos furiosos aclimatan la escena. Despierta con desasosiego y escribe en su diario la experiencia. De ese borrador onírico saldrá, varios años después, su obra magna: “Frankestein o el Prometeo moderno”.
Tres cuartos hacia su derecha, Polidori no no puede dormir. Por primera vez en su vida, siente eso que, él sospecha, es el estado en el cual viven Byron y Shelley. Siente la inspiración como un río que lo atraviesa. Poseído, borronea papeles buscando las palabras que siempre le han sido esquivas. Piensa en la cara de Byron y su sonrisa socarrona cada vez que él emite una opinión, sabe que está detrás de algo con sustancia, algo que, tal vez, borre por primera vez las muecas mal disimuladas de la cara del poeta.
Esa noche es suya, esa noche finalmente es Byron.
Algún tiempo después, el medico, la editará sin pena ni gloria. Un pequeño relato gótico titulado “El Vampiro”. Menester es reconocerle lo que sus contemporáneos le negaron. Esta novela corta es la primera en su clase: antes de este cuento, los relatos de terror sobre vampiros eran escasos y pertenecían más al campo de los mitos que al de la literatura.
En su historia, Polidori crea a un aristocrático y seductor protagonista que se alimenta de sangre humana (¿les suena?). John jamás cosechó las mieles de su éxito. Pasarán años hasta que otro escritor, en este caso un irlandés, se cruce con su relato y lo tome como modelo para escribir “Drácula”. Bram Stocker sí pudo vivenciar el éxito. La historia del arte recordará a Polidori como el antecesor de Stocker. Él nunca lo supo, murió por ingesta de acido prúsico, como buen romántico.
Volvemos a las noches, y a ese verano que no fue verano, porque Ginebra se vió azotada por tormentas portentosas en esa temporada. Esas noches góticas del 16 al 19 de junio de 1816 gestaron dos de los mitos más hermosos y platónicos que nos dió la literatura moderna. Y todo por una apuesta, un desdén, una pesadilla y tres tragos de láudano.
El destino es caprichoso y los mortales sólo podemos agradecer cuando se nos regalan semejantes dones.
Fede Marcel
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