Es la tercera vez que Ramiro hace cuarto año: la primera vez repitió porque no logró superar las materias que correspondían al año curricular, la segunda fue por puro desinterés, “sinceramente no tengo ninguna dificultad, no me cuesta estudiar ni tengo problemas para aprender. Tampoco tengo problemas en mi casa y ahí no me falta ni me sobra nada, simplemente no me gusta ir a la escuela. No me gusta ahora ni me gustaba antes, cuando cumplí los 18 le avisé a mis viejos que ya no iba a ir a la escuela pero me pidieron que intentara terminar. Sigo yendo a la escuela pero la verdad es que no me suma nada, no me gusta, no me interesa y no hay nada ahí adentro que me de ganas de ir todos los días, ni mis compañeros porque los fui perdiendo a lo largo de años”.
En el último informe presentado por el Ministro de Educación de Tierra del Fuego, profesor Diego Romero, y en el marco de las discusiones presupuestarias, se conoció un preocupante panorama sobre la deserción escolar en el nivel secundario a nivel provincial. Según el titular de la cartera educativa, en la provincia, el 40% de los estudiantes no termina la educación secundaria.
“Es probable que más adelante me arrepienta y soy consciente que hoy para cualquier trabajo te exigen tener la escuela terminada, pero hoy no me interesa. Y hay un preconcepto de que los que dejamos la escuela somos vagos y no queremos hacer nada de nuestra vida. Yo trabajo ahora medio día, como ayudante, y aprendo muchas cosas a través de la computadora, hablo inglés en un muy buen nivel y si me das un teléfono celular es muy probable que lo pueda arreglar. No es que no me interesa nada o que yo no quiera progresar, es simplemente que lo que me ofrece la escuela me aburre y ahí adentro parece que tenemos que ser todos iguales y la verdad es que no somos ni parecidos unos con otros”, dice Ramiro, mientras termina de lavar los platos del almuerzo y mira la hora porque en un rato tiene que llegar al trabajo.
“Es obvio que no pueden poner un plan de estudios por cada uno de los alumnos, pero a veces parece que adentro de la escuela estás como en la línea de la fábrica y vos sos el aparato que van armando. Es todo repetitivo, para todos igual, en el mismo tiempo, con el mismo movimiento. Y capaz hay algo que yo saqué rapidísimo y otro compañero no o al revés. Por ahí yo soy muy bueno en geografía y matemática me cuesta muchísimo y otros compañeros tienen más facilidad para las ciencias, pero eso no le importa a nadie, todos tenemos que llegar al final de la línea para que nos metan adentro de la caja y nos pongan la etiqueta de ‘Fabricado en Tierra del Fuego’ y no le sirve a nadie, yo incluso estoy seguro que hasta los docentes se aburren de que sea así”.
Según el último informe de SITEAL (Sistema de Información de Tendencias Educativas de América Latina) existe una evidente relación entre las desventajas sociales de origen y la probabilidad de que los niños y adolescentes interrumpan sus estudios. En términos generales, siete de cada diez niños y adolescentes no escolarizados provienen de los hogares más expuestos a privaciones económicas. No obstante, se observa que entre los adolescentes que no concurren a la escuela, se ha incrementado la proporción que proviene de sectores socioeconómicos medios y altos, a la vez que el peso relativo de estos sectores aumenta con la edad.
En el inicio de la adolescencia cambia la estructura de los motivos por los cuales los adolescentes se alejan de la escuela. Las dificultades económicas, la discapacidad y los problemas de oferta van perdiendo centralidad, mientras que el desinterés o desaliento por la actividad escolar cobra una importancia cada vez mayor a tal punto que se ubica en primer lugar. Ya entrada la adolescencia, el desinterés por el estudio mantiene su relevancia y se observa que el trabajo incrementa su peso relativo como causa asociada a la interrupción de los estudios. Paralelamente, las actividades relacionadas con la maternidad y paternidad y la reproducción de la vida doméstica (embarazo, tareas del hogar, cuidado de niños y ancianos) comienzan a aparecer como causa asociada a la deserción. En efecto, la proporción de adolescentes a los que su condición de desescolarizados se la relaciona con el trabajo duplica su peso relativo hasta alcanzar el 18%, mientras que la maternidad, la paternidad y las tareas domésticas, que en la niñez no aparecían, son mencionadas por el 6% de los encuestados. Al finalizar la adolescencia, se intensifica la relación entre las tareas relacionadas con la domesticidad y la deserción hasta alcanzar el 10% de los casos, a la par que el trabajo pasa a ser mencionado por el 20% de los adolescentes o sus familias como el principal motivo de abandono escolar. Aun así, el desinterés por estudiar continúa siendo el principal motivo por el cual los adolescentes interrumpen sus estudios.
“Claro que el día de mañana me gustaría tener una carrera, sé que mi futuro y de la eventual familia que yo tenga también depende de eso, tengo 19 años pero entiendo que el mercado laboral es bastante selectivo y que vos podés ser muy capo y tener muchos conocimientos pero si no tenés un papel en la pared con tu nombre y una profesión te va a ser muy difícil. Con todo eso yo no creo que hoy mi opción sea seguir en la escuela ‘tradicional’, por llamarla de alguna manera. No me está dando nada y hasta gasto recursos que por ahí podría aprovechar otro alumno”.
“Tal vez más adelante rinda ese exámen que podes dar a los 25 años si no terminaste la escuela y sirve para poder entrar a la facultad. Tal vez encarando algo que yo elija sea diferente. Me gustaría mucho seguir una carrera relacionada con la computación, me gusta mucho programar, inventar cosas, hay como un idioma tecnológico alrededor de las computadoras que me fascina”. Se termina de subir el cierre de la campera y gira la llave para dejar la puerta de entrada asegurada. Se despide con la mano y trota hacia la esquina porque ve que llega el colectivo que, 20 minutos después, lo va a dejar a pocas cuadras de su lugar de trabajo.
Cabe reflexionar sobre el sentido que los adolescentes y sus familias dan a la escuela cuando afirman que no están interesados en continuar estudiando y fundamentalmente, sobre las implicancias que esta afirmación conlleva para el sistema educativo. En principio, es evidente que expresa un desencuentro. Esto sucede siempre que un niño o adolescente no concurre a la escuela. Sin embargo, cuando las privaciones económicas o el déficit en la oferta de servicios educativos explican la desescolarización, se está frente a un obstáculo que se interpone entre la voluntad de las dos partes implicadas en la escolarización: adolescentes y escuela. Por el contrario, el “desinterés” supone que el encuentro entre adolescentes y escuela no se produce porque una de las partes –los adolescentes y también sus familias– no se apropia de la promesa que ofrece estudiar. La escuela para los adolescentes que declaran no estar interesados en seguir estudiando no constituye una opción al momento de estructurar el presente, o más aún, no es percibido como un recurso para proyectarse a futuro; el desinterés es otra forma de expresar “la escuela (esa escuela) no es para mi”. La escuela no representa a este grupo de adolescentes, es ajena.
Haciendo un amplio análisis de la historia del sistema educativo actual, el profesor universitario Norberto Fernández Lamarra destacó que hoy los adolescentes provienen de familias que “son desorganizadas”. A eso agrega que “la escuela media no les significa (a los estudiantes) un atractivo porque está lejos de los contenidos culturales que cada alumno como individuo necesita”.
El especialista aseguró que “hace muchas décadas que los chicos no van a la escuela satisfechos, pero antes tenían la presión de la familia que insistían en la necesidad del progreso”. A eso se le agrega un componente tan necesario como simbólico: las relaciones con el entorno, con los pares. “En la escuela se generaba una integración amistosa” que la convertía en un lugar óptimo.
Entre los grandes cambios sociales acaecidos en las últimas décadas, hoy sobresale uno: terminar la escuela media no pone al adolescente frente a la posibilidad de una futura mejor situación socioeconómica, y sus probabilidades de convertirse en un futuro desempleado son muy grandes.
A eso se añade que los adolescentes “tienen otros factores de socialización, como las redes sociales, como relación sana no convencional”*
El sistema educativo argentino ha sido adornado y maquillado muchas veces desde la década del 90, pero no se ha reformado en profundidad desde hace más de 150 años. Aún hoy, en pleno siglo XXI, la tecnología es rechazada y dejada fuera del aula. Se pelea contra los dispositivos móviles en lugar de incluirlos como material o herramienta para el estudio. Se desestima la información online y cualquier cosa que pueda extraerse de una red social es signada como absurda.
El mundo se mueve, la tecnología se mueve, los adolescentes se mueven, pero si los sistemas educativos no se vuelven dinámicos de una buena vez, llegará el triste día en que la educación tradicional será simplemente obsoleta.
La escuela secundaria no puede tomarse como un producto con obsolescencia programada, debe necesariamente pegar el salto de calidad y volverse diversa e inclusiva, renovarse a sí misma permanentemente para poder mantener dentro de los sistemas educativos a los miembros de la sociedad que históricamente son los dueños del futuro.
Lo triste es que el futuro llega, pasa, avanza y los jóvenes siguen sin tener las herramientas necesarias para adueñarse apropiadamente.
*Infobae, 25 de octubre de 2012
María Fernanda Rossi